jueves, 30 de julio de 2015

Addio, Firenze, addio...!

Nuestra estancia en Florencia finaliza; las últimas horas son intensas...

Comemos justo en frente del Convento, atendidos por una amable señora rubia, tocada con un simpático gorrito de empleada del Metro de Moscú, que se equivoca al traernos los platos, pero corrige su error quitándome de delante una ración de rosbif que ya había empezado, y cambiándomela por los scalopini que había pedido.

Scalopini al lemone...¡rico, rico!


Vamos, de nuevo, paseando hacia el Arno; recorremos un mercadillo que nos recuerda el Zoco de Marrakech, compramos las cosas habituales en plan recuerdo, y yo me dejo llevar por un impulso y le compro a un vendedor ambulante una pieza de cierto interés que ya había visto el día anterior; me la rebaja un 10%, algo es algo: una navaja de los paracaidistas alemanes de la Bundeswehr, que se abre y cierra por gravedad, para ser manipulada con una sola mano mientras con la otra sujetas las cuerdas del paracaídas... está inspirada en la que usaban los Fallschirmjäger de la Segunda Guerra Mundial, que después de frenar durante largo tiempo, en Montecassino, a americanos, ingleses, franceses... ¡y polacos!,  defendieron justamente aquí la Línea Gótica: Una más para mi colección.

Después, algo más allá, saludamos a la "Porchetta", -en realidad, una jabalina- de bronce, símbolo de la ciudad: dicen que trae suerte frotarle el morro, y por eso lo tiene tan brillante: en Dresden, la estatua de bronce es un Baco borracho y desnudo, encima de un burro, y lo que trae suerte frotarle -y le brilla- es justamente la punta de eso que estáis pensando... los turistas tiran monedas a la Porchetta: detrás mismo, sentada, hay una pobre, que pide también alguna monedilla; recibe muchas menos que la Porchetta. Quizás si se dejase frotar la nariz...





Ya junto al Arno, pasamos por la parada del "Tredici"; como no hay ninguno en las proximidades, subimos a un taxi que, por siete euros, nos conduce a San Miniato en el confort de un híbrido climatizado... los billetes de bus costaban los dos, 2,40... por menos de cinco euros, hora y pico esperando. De tontos.

La subida a San Miniato, entre hermosas villas rodeadas de jardines, me recuerda poderosamente la Montaña de Montjuic, sobre Barcelona: también las Ciudades-que-se-pueden-ver-desde-lo-alto-de-una-montaña constituyen una categoría especial: recuerdo, a bote pronto, Budapest, Ljubljana, París, Lisboa, Kioto, San Sebastián... para ver otras, hay que subirse a edificios o artilugios varios -torres de televisión, norias, rascacielos...-, pero nunca es lo mismo: tenían toda la razón quienes me aconsejaron subir a San Miniato: la vista es bellísima... junto a la basílica, un cementerio donde están enterradas diversas celebrities: reconozco en la lista a Giovanni Papini, un escritor que estaba en la cresta de la ola cuando yo empezaba a leer... una comunidad religiosa allí instalada completa sus ingresos fabricando y vendiendo gelatti, cosa que les agradezco comiéndome uno.



En los jardines bajo San Miniato, una pareja posa ante dos fotógrafos: tiene toda la pinta de ser el álbum de una boda inminente, pero no me resisto a fotografiarlos yo, a hurtadillas, porque la escena es italianíssima: un bello ragazzo impecablemente vestido yace, con cierto desmayo, en el banco: sobre su regazo, la ragazza le mira, admirada... parece oirse la voz del muchacho diciendo... "¡Dío, comme Io sonno bello... qué guapo soy, no me beso, porque no me llego...!"



Junto al Bello Narciso y su arrobada pareja, una auténtica feria de alimentos de los dos puntos cardinales de Italia (Sólo tiene Norte y Sur, es tan estrecha...): probamos un poco de todo, comistreando en plan merienda-cena: un bocadillo de porchetta asada, a la que llevaba días deseando hincarle el diente, una cerveza artesana con gusto a castaña, densa y fuerte: las prefiero ligeritas y afrutadas, pero vale la pena probarla: un queso sardo, pero no el que lleva gusanitos vivos, afortunadamente, y algo de lo que había oído hablar mucho y deseaba probar; los "Arancini" ("naranjitas") sicilianos, que son algo así como las "bombas" de patata, rellenos de carne picante -en este caso-, pero revestida de arroz, rebozado y frito: una contundente delicia.

Ha llegado la hora de volver; bajamos andando hasta el Arno, y descubrimos un agradable parque en sus orillas, con chiringuitos muy animados y poblados casi exclusivamente por nativos... lástima que el río, lento y fangoso, no invite a bañarse. Preside la ribera una escultura que, una de dos, o es un Chillida, o es de alguien que le ha echado mucho, pero que mucho morro... 




Llegando ya al Ponte Vecchio, una última sorpresa; sobre unas barcas, en medio del río, se está celebrando una boda; están lejos, pero distinguimos dos chicas en kimono, y creemos, al principio, que se trata de una boda mixta. Bellissimo, l'Italia e il Giappone...! dos de nuestros países favoritos... más adelante, mirando con más detenimiento, ya no estamos tan seguro, porque parece que las chicas han subido a la barca a servir sushi... en otra barca, adornada con la bandera italiana, unos músicos con bellos trajes regionales amenizan la ceremonia.





Como obedeciendo a una consigna, cientos de turistas nos agolpamos en el Ponte Vecchio para asistir al más bello espectáculo que pueda imaginarse, y además a un muy módico precio: la Puesta del Sol sobre el Arno: a lo largo de quince o veinte minutos, el astro aparece entre las nubes y se va hundiendo lentamente, dejando reflejos increíbles sobre las tranquilas aguas. Luego, cuando ya ha desaparecido, el cielo adopta tonos tornasolados, cambiantes a cada pocos minutos... asistimos a esa maravilla en silencio, y nos prometemos que será la última imagen de Florencia que conservaremos en el recuerdo, y no la de su caótica señalización viaria cuando, mañana, al salir, me haga yo el consabido lío y me pierda un par de veces intentando tomar la Autostrada que nos devolverá a casa.





miércoles, 29 de julio de 2015

El Convento de los Dos Frailes

No faltan quienes, aquí y en la lejana China, muestran su extrañeza ante mi felicidad por poder entrar -como fugaz visitante- en algo tan ajeno a mis aficiones conocidas como un convento de la Orden de Predicadores: todo -casi todo- tiene una explicación racional...






Para mí, en primer lugar, el Convento de San Marcos, en Florencia, es el lugar donde vivió largos años y pintó algunas de sus obras más conocidas Fra Angélico: su pìntura, que marca una clara transición desde la estética gótica hacia la nueva sensibilidad renacentista, ha tenido una impensable relación con mi biografía personal, que bien merece una explicación:

Entre los cinco y los once años -una etapa crucial en la vida de todo niño- fui alumno de una institución educativa muy especial: L'Antiga Escola del Mar, del Ayuntamiento de Barcelona. La Escola del Mar era una de las pocas experiencias de la rica tradicíón de renovación pedagógica de anteguerra que había conseguido sobrevivir, y había resurgido, en este caso literalmente, de sus cenizas -el primer edificio de la Escola, en la Barceloneta, fue reducido a pavesas por un proyectil de la Marina italiana-, y mi estancia allí dejó profundas huellas en mi carácter y mi formación que bien merecen ser relatadas con más detalle, y me prometo a mí mismo hacerlo en otra ocasión.

Había en la Escola del Mar una decidida apuesta por la formación cultural y artística de sus alumnos, que se traducía no solo en la importancia dada a las actividades como la biblioteca -una hora diaria de lectura libre de textos elegidos por el propio alumno-, la expresión oral y escrita, la educación musical... sino también en detalles tales como bautizar las clases con nombres relacionados con la Cultura: así, cuando falleció, en 1958, Juan Ramón Jiménez, la clase a la que yo pertenecía ese curso pasó a llamarse "Platero", y dedicamos buena parte de nuestro tiempo al estudio de los aspectos de la obra del poeta que pudiesen ser asimilados por niños de 9 años, que, en realidad, no eran demasiados...

Pues bien: saliendo de "Platero", las carreras escolares divergían: los alumnos que iban a realizar el examen de Ingreso de Bachillerato -y, por lo tanto, orientarse hacia una carrera universitaria o de grado medio -pasaban a "Garbí" -nombre de un viento, que llevaba la barca de la primitiva escuela de la playa- mientras que los destinados a obtener el Certificado de Estudios Primarios que, previsiblemente, finalizaría su periodo de estudios, pasaban a otra clase, llamada "Angélica", porque su aula se hallaba presidida por una reproducción de la Anunciación de Fra Angélico, sin que pueda precisar, por supuesto, si se trataba de la pintada al fresco en el convento florentino, la que posee el Museo del Prado, sobre tabla, o cualquiera de las otras versiones que pintó el fraile.

Hay aquí un punto oscuro, sobre el cual conservo recuerdos contradictorios: aunque, que yo recuerde, no había habido nunca ninguna duda sobre la voluntad de mis padres de que yo siguieses estudios universitarios, fui derivado a "Angélica"; siempre me ha preocupado dilucidar mi responsabilidad en ese error, y pienso que no comuniqué a mis padres, en el momento oportuno, que debían ponerse en contacto con mis profesores. Pero supone una injusticia conmigo mismo atribuirme todo el origen del error cuando, por mi edad, difícilmente se me podía responsabilizar de una decisión así; dejémoslo en que se produjo un malentendido que pagué, cuando finalmente me presenté al examen de ingreso, con un sonoro "suspenso".

De cualquier manera, pasé un curso admirando La Anunciación, y confieso que llegó a apasionarme, hasta el punto que, cada vez que paso por la Gran Vía barcelonesa y contemplo, cerca de la hoy proscrita Plaza de Toros, el atrio de una iglesia que recuerda la loggia donde Fra Angélico sitúa el episodio, la composición de la pintura vuelve vivamente a mi mente. En aquella época era yo un niño piadoso, pero no eran esos los sentimientos que me inspiraba, sino de mera compasión humana ante el destino de aquella pobre muchacha a la cual, sin más motivo aparente que el muy vago de pertenecer a la Casa de David, se le anunciaba, en extrañas circunstancias y por un ser alado, que iba a concebir sin varón, y a jugar un papel destacado en un drama también vagamente anunciado por los profetas, pero del cual- supongo que deducía ya en sus primeros momentos-  iba a sacar en claro, principalmente, habladurías primero, y un profundo dolor después. Todo un marronazo, diríamos ahora...

Presten atención a la valla del fondo... ¿Había un Leroy Merlin en Nazareth...?

La expresión lo dice todo...


El volteriano coñón que habita en mí no puede, de todas maneras, pasar por alto detalles como las policromadas alas del ángel, que causarían sensación en el Carnaval de Sitges, o incluso la suburbana valla de madera que cierra por detrás el panorama, ahorrando mucho trabajo al pintor... sin evitar revolotear hacia lo esencial del tema, la intervención fecundadora de un no menos alado Espíritu Santo, y recordar el comentario del japonés al que se explicaba el Misterio de la Santísima Trinidad: "Honrar padre, entiendo: honrar hijo, también entiendo; pero honrar pájaro..."

Pues allí estaba ante mi aquel bellísimo fresco, situado, de forma poco conveniente en mi opinión, justo al entrar en el piso donde se sitúan las celdas, al pie mismo de la escalera: hubiese preferido verlo al final, después de contemplar los otros frescos que decoran las celdas, en una gradación, un "crescendo" de belleza... A sus pies, un caballero de inequívoco acento británico, exponía su entusiástica interpretación de la obra a tres o cuatro personas, que le escuchaban arrobadas: disimuladamente, girando la oreja, me uní a ellas... poca gente más visitaba el Museo del Convento; otra pareja, me parece recordar, y estoy por decir que nadie más... ganas me entraron de volver a la inmensa cola de l'Accademia y gritar: "¡Seguidme, follow me and fuck the cola, and fuck the buitresa too..!"


Recorrí las celdas, contemplando pues los frescos restantes donde, por lo general, apreciaba rasgos mucho más elementales, sin la maravillosa profundidad que alcanza la mirada de la Virgen en la Anunciación. Blanca mostraba un entusiasmo perfectamente descriptible, e incluso llegó a negarse a entrar en alguna celda donde se representaba la Crucifixión, alegando que lo encontraba demasiado "gore" para su gusto... es curioso, pero no me había dado cuanta de que, en alguno de ellos, la sangre recorre todo el mástil de la Cruz, hasta formar un pequeño charquito a sus pies, de forma innecesaria porque del relato evangélico no se deduce tal efusión: al fin y al cabo, no fue degollado, vamos...  Blanca acusa los estragos de una enseñanza religiosa que, por lo que me cuenta, no estuvo exenta de episodios de absoluta falta de sensibilidad y de un acusado clasismo, imperdonable para su fundamental rectitud. Yo, que -nunca mejor dicho- no dejo de ser un vivalavirgen, tolero mucho mejor esos excesos... quizás con excesiva benevolencia, que tiene más que ver con mi espíritu indolente que con la auténtica bondad.









Y aquí entra en juego, precisamente, el otro monje cuyo espíritu atormentado y socarrado vagaba a mi lado por las salas y las celdas de San Marcos: no era otro que Girolamo Savonarola, dominico también, que vivió años allí, y allí predicó su particular cruzada moralizadora y regeneradora.

Savonarola era un hombre coherente y honesto: denunció, horrorizado, los pecados de una jerarquía eclesiástica absolutamente ajena a los valores evangélicos, y una sociedad que, nominalmente cristiana, vivía sumida en el lujo y la depravación: con su verbo encendido -dicho sea con perdón- arrastró a miles y miles de florentinos, que arrojaron del poder a los todopoderosos Medici, y establecieron ni más ni menos que una República Popular... sus seguidores encendían "Hogueras de las Vanidades", a las que arrojaban sus riquezas, vestidos, perfumes, objetos de arte... ¿os suena..? Por desgracia, la emprendió también con los sodomitas, las aficiones moralizantes no suelen conocer límites... recuerdo que el Voltaire evocado por Cortázar se lamentaba de que se hubiese perdido la memoria de qué hacían los gomorritas; decía que los sodomitas contaban con incontables seguidores de sus prácticas, que consideraban sumamente placenteras; quizás también los gomorritas hubiesen descubierto nuevas formas de placer, lamentablemente sumidas hoy en el olvido...

Savonarola se alió con el Rey de Francia que, bien mirado, tampoco debía de ser un santo, y se enfrentó con la familia Borgia: nuestros paisanos, que hoy consideraríamos, más que familia, "trama", lo intentaron por las buenas; el Papa Borgia ofreció a Savonarola el capelo cardenalicio, que el fraile rechazó indignado; cambiaron entonces de estrategia:  organizaron una revuelta popular entre los florentinos, los "Arrabbiati", que estaban hasta las narices de austeridad, y deseaban algunos lujillos y un poquito de sodomía, lo justo... Los "Arrabbiati" asaltaron el Convento de San Marcos, prendieron allí a Savonarola, y lo entregaron a la restaurada Justicia de la Signoría: fue torturado durante cuarenta días hasta que, con el único brazo que le dejaron sano, firmó todas las autoinculpaciones que le pusieron por delante; después, le dieron garrote vil, quemaron su cadáver en la Piazza de la Signoria, y arrojaron sus cenizas al Arno: finito!




Salgo del convento de los dos frailes meditando sobre vidas tan distintas: al final, del reformador queda un vago recuerdo, mientras aún podremos, durante muchos siglos, deleitarnos con la belleza que creó el pintor... no seré yo quien niegue la necesidad de afrontar los problemas sociales, al contrario, pero siempre con el extremo cuidado de no crear males mayores de los que pretendemos destruir... muy conservador he salido del convento, será que empiezo a tener hambre, y con hambre razono mal... vemos, en la misma plaza, un restaurante con buen aspecto, y hacia él dirigimos nuestros pasos...

lunes, 27 de julio de 2015

Una mañana de mierda... con final feliz.

Solo íbamos a estar una mañana entera en Florencia... y no la empezamos demasiado bien..

En realidad, sí que empezó bien: tras un agradable desayuno en el B&B, entramos en un supermercado cercano, para comprar algunos regalos para padres e hijos... nos encanta, en nuestros viajes, visitar los lugares donde compra su comida la gente de verdad, porque no hay mejor barómetro de la situación social de un país: recuerdo que la visión del surtido de vinos del Somontano en un súper de barrio en San Petersburgo nos explicó más sobre la emergencia de una nueva clase media en la  Rusia putiniana que muchos sesudos artículos de Economía.

Nuestra entrada en el súper de Florencia tuvo también ribetes iniciáticos: sintiéndolo mucho, yo reservo mi síndrome de Stendhal particular para los estantes llenos a rebosar de productos alimenticios o incluso de perfumería y limpieza del hogar, de marcas, variedades, modalidades y opciones desconocidas en nuestro país, a precios perfectamente comparables -e incluso más bajos en algunos casos- y con un aire inequívoco de calidad, tan frecuentes en los Supermercados de la Europa rica: y ese era justamente el debate que sostenía con Blanca a lo largo del viaje: ante las precarias carreteras, las autopistas de dos carriles, el abandono de muchos espacios públicos, preguntaba constantemente: "¿De verdad que son más ricos que España...?" Yo contestaba que así era, que en los llorados tiempos de Zapatero los adelantamos, quizás por un año, en PIB "Per cápita", pero que, luego, en la crisis, ambos habíamos caído, pero nosotros a mayor velocidad: ahora el profesor de Economía que fui -y eso no se deja de ser nunca- ante aquella abundancia de bienes materiales, completaba mi exposición... "Tienen un Estado de mierda, posiblemente incluso peor que el nuestro, pero la gente se las arregla para, a pesar de todo, vivir muy bien... fíjate como van vestidos: cualquier caballero parece el relaciones públicas de una discoteca de a treinta euros el cubata: incluso aquel anciano señor con el que nos cruzamos ayer, con aspecto de estar más p'allá que p'acá -y que luego nos creó un cierto sentimiento de culpa al leer en un periódico que vagaba por la ciudad un "Dismemoriatto"- llevaba una americana de diseño que me hubiese puesto muy a gusto, cuando me ponía americanas... y las bellas señoras..."

Así, en aquel ambiente de superlujo cotidiano que nos hacía sentirnos ciudadanos de la Albania prepostcomunista en un Carrefour, compramos los presentes, los fuimos a dejar en nuestra habitación, y nos lanzamos a descubrir nuevas maravillas florentinas.

Tenía yo especial interés en visitar la Iglesia de San Miniato, situada en lo alto del monte que se alzaba detrás de nuestro hotel, para disfrutar de sus hermosas vistas sobre la ciudad. Pero justamente había amanecido lo que ya nos habían avisado que nos esperaba en Florencia, un día pesado y bochornoso, con ese calor húmedo que tanto temo y que, por suerte, habíamos evitado en todo el viaje. Ni pensar en ponerme a escalar montañas, vamos... pronuncié las palabras fatídicas... "Algún medio de transporte público habrá, digo yo...".

En aquel momento aciertan a pasar dos señoras, una Policía Municipal -que parece de mi edad, o mayor, ¿Cuándo se jubilarán aquí las policías..?- y una informadora turísticas: me orientan amablemente: por supuesto, el autobús Trece, el "tredici; compran ustedes el billete en ese quiosco, van a tal sitio, allí tienen la parada... grazie tante, signore... y para allá que nos vamos.

La parada está en un Lungarno, frente al río, y viendo por encima de los tejados, la torre de la Signoria y el Campanile y la cúpula del Duomo. Veinte minutos después, seguimos allí, contemplando el río, la torre de la Signoria y el Campanile y la cúpula del Duomo. Cuarenta minutos después, seguimos allí, contemplando el rio, la torre de la Signoria, y el Campanile y la Cúpula del Duomo... pasan autobuses de varias líneas, pero ninguno es el Tredici. Compruebo el cartelito de la parada: efectivamente, para allí, los días laborables -es viernes-, aunque con una frecuencia de un trasto por hora... bueno, ya falta menos... cincuenta, sesenta, setenta, ochenta minutos... comprendo que el Tredici no va a pasar, o lo hará cuando le pase por el tubo de escape... decían que, con Mussolini, los trenes italianos llegaban a su hora: lo fusilaron, por germanófilo y rarito.

"Vaffanculo San Miniato!", grito, "¡Vámonos a l'Accademia!"

L'Accademia era el segundo objetivo de la mañana: allí, en un hermoso recinto, recibiendo luz cenital, se expone el original del  David de Miguel Ángel, todo un "must": pero ayer era jueves y hoy -claro-viernes; si ayer dispusimos de los Uffizi casi en solitario para nosotros, hoy densas reatas de compañeros turistas apatrullan las calles florentinas...

Una manzana antes de llegar a l'Accademia ya se oye ese rumor de gente que tanto gusta escuchar en las manifestaciones cuando las convocan los de tu cuerda: llegamos, y nos desmoronamos: hay una cola densa e interminable, gente esperando en todas las posiciones, desde el castrense "firmes" -o el no menos castrense "en su lugar, descansen"- al que se tumba sobre la chepa de su mochila, mirando al cielo, emulando a la cucaracha de Kafka... vamos hacia la puerta, y comprobamos que se entra, cada muchos minutos, en grupos de veinte...

Una joven buitresa, aspecto profesoral y cuaderno en ristre, recorre la cola haciendo proposiciones deshonestas: por el módico precio de cuarenta euros por barba, te ofrece entrar en un falso "Gruppi" -que tienen preferencia- pero, eso si, dos horas después... "Mientras tanto, podéis ir a tomar un café", dice la jodida.... Si no, calcula, por la Pública tenemos cuatro horas de espera, sin abandonar la cola... nos hemos juntado un grupito de españoles, de diversas nacionalidades y regiones, y todos, como los últimos de los Tercios en Rocroy, rechazamos indignados la oferta... pocos minutos después, una pareja abandona sin decir nada el grupito donde reside el orgullo patrio, se acercan a la buitresa, y le cuchichean algo al oído; ella asiente, y escribe en su cuaderno... ¡Plutócratas traidores e insolidarios...! Mi respuesta, ya os la podéis imaginar: "Vaffanculo Miguel Ángel!"... y abandonamos la cola...

La que se ha ido a vaffanculo, entre una cosa y otra, es nuestra única mañana florentina: si fallamos el próximo golpe, podemos darla por perdida... con el "Ay!" en el cuerpo, nos dirigimos al, afortunadamente vecino, Convento de San Marco, donde se pintaron y exponen los frescos de Fra Angélico...

Al llegar, vemos solo una puerta abierta; la del Claustro: allí un simpático caballero nos informa de que, efectivamente, podemos contemplar pinturas: pero no exactamente las de Fra Angélico, sino algo así como la exposición de las obras de un Centro de Día, o un Concurso Municipal de Pintura Rápida: del Fra Angélico ese, ni idea, vamos... desde la puerta ya se ven los colores fosforitos de los acrílicos: con el vello de punta, nos disculpamos ante el amable caballero y salimos, profundamente despistados, de nuevo a la calle.

Sumido en la desesperación,  resigo la fachada del convento, casi palpando sus muros, hasta que descubro una puerta entornada... la empujo, y, tras un mostrador, me sonríe una señora.. "¿Fra Angélico...?", pregunto, agónicamente... "É qui!" me responde... ¡¡Salvada la mañana...!!






sábado, 25 de julio de 2015

"Libro Rojo": el primero de los Cuentos de "El Oso"

Para quitarnos de encima la modorra que provoca la ola de calor que estamos padeciendo, he pensado en publicar algunos -o todos- de los Cuentos de "El Oso".

El Oso es. sin lugar a dudas, mi animal totémico: ya hace unos diez años, empecé a escribir cuentos cuyo personaje principal era, justamente, un Oso debidamente antropomórfico -progresivamente antropomórfico, según iban avanzando los cuentos- en los que aparecía yo mismo, como personaje absolutamente secundario: empezaron como una broma sobre los esfuerzos por mejorar la situación de determinadas especies protegidas -esfuerzos con los que, por otra parte, estoy absolutamente de acuerdo-, pero, ya en el segundo, comenzaron a aparecer en la trama problemas y personajes políticos del momento, y el asunto fue derivando... cinco años no parece un largo espacio de tiempo, pero me doy cuanta de que, en cada caso, tengo que realizar una breve introducción para aclarar cosas que, entonces, y en el reducido grupo de amigos y familiares al que iban destinados los cuentos, daba por sabidas.

A los que habéis leído "Tres días en la Pardina" no os sorprenderá ver reaparecer -aunque brevemente- a un par de sus personajes... también en "La Pardina" aparecían tres de "Quizás el año que viene..." Les coges cariño, y no resistes a la tentación de devolverles algo de vida... El Rey ya no es un campechano cazador, sino un señor más joven con aspecto serio y preocupado, y motivos no le faltan. En cuanto a mi personaje, sigo haciendo fotografías, si puedo en Añisclo, pero ya no soy de Iniciativa -aunque conservo un nostálgico cariño hacia ellos- ni trabajo en programas INTERREG, ni en nada... si os reís un poco, misión cumplida.


Libro Rojo





He cruzado desde Pineta, jugándomela varias veces, por un sendero entre las rocas que, a partir de hoy, bien podría ser conocido como “Paso de l’Onso”, como hay tantos en estas tierras: mis antepasados eran tan andarines y tan descerebrados como yo. Ahora corro, ladera abajo, saltando alegremente, e incluso me permito alguna concesión a la estética de los dibujos animados japoneses y, a veces, me deslizo por la hierba sobre mi panza prominente, asustando al pasar a las mariposas. Bucólico a más no poder, te lo juro… Hace sol y  calor, me canso, y me siento un rato a la sombra de una roca. Contemplo el paisaje, esta mañana radiante de finales de verano en que el aire limpio después de la tormenta de anoche me permite ver, en el horizonte, hasta las montañas más lejanas, ya en tierra baja… miro a derecha e izquierda y,  disimuladamente, me rasco los huevos, dicho sea con perdón.

¿Y por qué tanto sigilo, me preguntas, si no hay ni un alma en kilómetros a la redonda? Mira, perdona, llámame paranoico si quieres, pero me siento uno de los seres más observados de la Tierra. Llevo encima miles de euros en sensores, transmisores, gepeeses, han llenado mi territorio de trampas fotográficas, que se disparan en cuanto pongo una pata en un sendero, me siguen por radio y por satélite, de noche, con visores de infrarojos y, por si fuera poco, hay una legión de friquis que me persiguen obsesivamente para intentar fotografiarme, y no pasan dos días sin que escuche el ruído de las cortinillas de sus cámaras ametrallándome y distinga, detrás de los escondites más inimaginables, los tubos de sus teleobjetivos, blancos los Canon, negros los Nikon. Ya se que a ti también te va ese rollo, no lo critico, no hacéis daño a nadie, pero comprende que esté un poco hasta las narices, no tengo privacy .

Y luego están las abducciones, eso si que es jodido… cuando escucho el “flop” de los fusiles de aire comprimido, y siento el aguijonazo del dardo, que duele como una picadura de tábano, apenas si tengo tiempo para encontrar un sitio blando donde caerme, porque una de las primeras veces me fui de morros contra una roca, y aún se me ve la marca, mira aquí… luego te despiertas en medio de un claro del bosque, con una jaqueca horrible y la boca pastosa, una resaca en toda regla, yo, que soy abstemio –todos deberíamos serlo, fíjate lo que le pasó al pobre Mitrofán con el campechano del Rey…- Ni sé las horas que me han tenido ni lo que me han hecho, solo acierto a ver unos tíos con pantalones de pana y jerseys que, encima, se permiten todo tipo de bromas groseras… “¡Qué gordo se está poniendo, el jodido, tendremos que pedir una grúa, como en las residencias…!”. Parece ser que me pesan, me miden, me cambian las pilas de los cacharros, me meten tubos por todos mis agujeros… si, te lo aseguro, me he enterado de que hay un notas escribiendo una tesis doctoral sobre mis almorranas… ¡Increible!: “Haemorroidal veins in Northern Spain Ursus arctos”… confío en que, cuando la publique, me envíe un ejemplar dedicado, puede ser apasionante…

Peor fue lo de Mamá, por supuesto. Imagínate, una tarde estás en Eslovenia, en el Parque Nacional de Triglav, cerca de donde nace el Sava en el Lago Bohim,  comiendo arándanos feliz y contenta y, de repente, te encuentras saliendo de un cajón en Ariège, rodeada de cámaras de televisión y con una horda de energúmenos con boina jurando que te matarán en cuanto los gendarmes miren para otro lado… Contigo no va, ya sé que eres de Iniciativa, pero qué cabrones… y, además, que la amenaza iba en serio; a una colega suya se la cargaron de un tiro en la espalda, en una batida de jabalíes, alegando legítima defensa, y al tío no le pasó nada, entró y salió, y encima con chulería…

De todas maneras, no me quejo: tengo la E de “Endangered” en el Libro Rojo de los Vertebrados de España, y eso, con los tiempos que corren, es un chollo, es casi como ser funcionario antes de que empezasen los recortes. A vosotros no hay quien os entienda: a las especies más adaptables, capaces de evolucionar, de diseñar estrategias de supervivencia con éxitos poblacionales –las ratas, las palomas, las cucarachas, las gaviotas…- las machacáis: a las más inútiles -el lince ibérico, por ejemplo, ese gilipollas que quiere seguir viviendo de los conejos, como en tiempos de los fenicios, que se dejaría morir de hambre antes de meter su hocico de señorito en una bolsa de basura, que aún no ha aprendido a mirar antes de cruzar las carreteras, con la buena vista que tiene, el tío…- a ese, programas de seguimiento, reproducciones “in Vitro”, reintroducciones… como a nosotros que, si vamos a ver, estamos como estamos por gandules y pichafrías… ¿No intentasteis clonar a la cabra vieja aquella que vivía por la Faja de Pelay… ¡¡Clonaríais, si pudieseis, a los dinosaurios!! ¿Que hay una película sobre eso…? Lo que te digo… ¿No habéis leído a Darwin…?

Hablando del asunto… desde hace un rato, vengo captando un olorcillo… ¡¡feromonas!!. Hace poco que he alcanzado la plena madurez sexual –¡no, gracioso, no me han salido pelillos, ya los tenía antes…!- y eso me indica que, en algún punto relativamente cerca de aquí, hay una hembra de mi especie entrando en celo… lo malo es que puede estar a ochenta kilómetros, tranquilamente… ¡si, prodigioso olfato, eso dicen los libros, ya te contaré lo prodigioso que es esta noche, cuando los montañeros saquen sus calcetines a las ventanas del Refugio de Góriz; los oleré como si estuviese allí mismo…! Ochenta kilómetros, llegas allí, hecho polvo, y te encuentras con que es tu madre o la cursi de tu hermana… no es que tengamos tabúes sobre el incesto, es que, cuando tienes una “E” en el Libro Rojo, el tema de la consanguineidad  hay que tenerlo muy en cuenta, que, si no, podríamos acabar como los Habsburgo. A mí me gustaría que la primera vez  fuese con una francesa: ese chic, ese savoir faire… pero me parece que la única que anda suelta ya no está para esos trotes, y, encima, es la que tiene el culo pelado por la sarna, pobrecilla…. Habrá de ser con alguna primita, tendré que refrescar mi esloveno… Prosim? Hvala!....

Tengo también un pequeño problema técnico: estamos a finales del verano, ya lo he dicho, y ando un poco corto de comida. Pronto vendrán los frutos del otoño y engordaré como un tocino para meterme en mi osera a hibernar, pero ahora la cosa anda complicada: las bayas, o me las he comido yo –si, lo reconozco, me he puesto hasta el culo de bayas…- o se las han llevado los turistas para hacer pacharanes. De la miel, mejor no hablar: las abejas tienen cada día peor carácter, metes las patita en una colmena y te ponen a gusto.. sintiéndolo mucho, no me quedan muchas opciones. Manos a la obra…

El rebaño de ovejas sestea en la hondonada, juraría que son las de Casa Pardina de Crapamote: me acerco sigilosamente, casi de puntillas, con el viento de cara… un perré negro me ladra dos o tres veces, como para cubrir el expediente, y luego sale corriendo: bien hecho, chaval, contigo no va el tema… sigo aproximándome, disimulando, hacia una oveja gorda que me mira con los ojos  muy abiertos, como si dijese “¡Ahí va, que perro tan graaaaaande…!” ¡Pobrinchona!, un zarpazo y ya está lista, tampoco es cosa de hacerla sufrir… uno es un profesional, no un sádico… rápidamente, le abro el vientre con mis garras, y hundo mis fauces en sus entrañas humeantes… sorry, pero somos fieras, no peluches; hacemos estas cosas, y, al fin y al cabo, también Mitterand se comía los pajaritos sin limpiarles las tripas, los gourmets siempre hemos sido unos incomprendidos.

The deed is done, como dijo Macbeth, en pocos minutos me la he comido, y, mientras me lamo las zarpas, veo de reojo como se acercan los buitres, seguidos de cerca por un solitario quebrantahuesos… ¡El quebranta, otro colega de Libro Rojo! A ese, encima, le hacen ponerse un chaleco de plástico naranja, como si estuviese trabajando en una carretera… los buitres, que se preparen, que ahora son muchos, y ya estáis diciendo que si habrá que hacer algo para controlar la población… ¡genocidas, que eso es lo que sois, unos genocidas…!

Bueno, ya he descansado;  mientras las carroñeras acaban con los últimos huesos de la oveja, no me queda más remedio que cumplir con mis obligaciones burocráticas: Del bolsillo que me implantaron en el anca derecha en la última abducción, saco la PDA. Introduzco mi PIN, y el GPS carga directamente la localización del ataque. Ahora paso por el lector óptico el código de barras de la tarjeta de plástico que llevaba en la oreja mi pobre víctima… ¡Exacto, Casa Pardina, Ramón va a pillar un rebote…!. Luego firmo, poniendo mi zarpa sobre la pantalla táctil, y los datos se transfieren al Departamento de Medio Ambiente del Gobierno de Aragón, al Departamento de Agricultura, al de Economía, y a la entidad bancaria donde tiene domiciliada su cuenta el damnificado… hummm…. 2100, La Caixa… así que a Barbastro no solo baja para ir de putas, el muy golfo… en tres días –¡bueno, ya serán  siete!-, tendrá abonada la indemnización: es un programa INTERREG, cofinanciado con fondos europeos: desde que funciona, los malos rollos con los ganaderos se han atenuado considerablemente, todo era cuestión de sentarse a hablar, y poner algunos eurillos encima de la mesa. Compruebo el saldo de mi partida; a pesar de que me han reducido un 5%, me queda consignación para ocho o nueve ataques de oveja, quizás puedo pedir una modificación de crédito para poder comerme alguna ternera, creo que con eso llegaré bien al Otoño.

El olorcillo vuelve, ahora lo noto más cerca, a ver si hay suerte y está a menos de cincuenta kilómetros… ¡Venga, chaval, mucho gusto y hasta otra, yo voy pasando, que he quedado….! ¡¡Adioooooossss!!

Julio 2010

martes, 21 de julio de 2015

Cosas que ver en Florencia cuando eres turista...

Después del impacto estético de los Uffizi, Florencia nos esperaba; llegaba el momento de callejear por ella, cámara en ristre, mapa en mano, todos los poros abiertos para absorber tanta belleza suelta...

La Florencia que los turistas visitamos tiene un eje fundamental; el que une el Ponte Vecchio con la Piazza della Signoria y la Piazza del Duomo; más allá, l'Accademia y, a la izquierda -de espaldas al Río- San Lorenzo y las calles adyacentes: el recorrido es breve, pero la intensidad en obras de arte es, sencillamente, apabullante. Y apabullado quedas, os lo aseguro.

La Piazza della Signoria, donde se alza el Palacio desde donde una oligarquía enriquecida por el comercio y la industria gobernaba la ciudad, es el primer hito -el segundo si, como yo, has pasado ya por el Ponte- que ningún turista puede obviar. Desde allí aquellos ricos Medici podían proteger las Artes y las Letras, esas Chucherías del Espíritu -decía Vázquez Montalbán- a las que puede dedicarse el Hombre cuando tiene cubiertas, magníficamente cubiertas, sus necesidades materiales. La Piazza es el ejemplo más claro de dicho poderío: desde la Loggia delle Lanzi -total, el cuerpo de guardia de los lanceros de la Signoría, sin calendarios de tías, sustituidos por Cellinis, y esculturas romanas-, hasta la puerta del Palazzo, custodiada, sin ir más lejos, por el David de Miguel Ángel.




En la Loggia me llama, sobre todo, la atención, el bellísimo Perseo de Benvenutto Cellini: blande tremendo alfanje -"Micidiale", que, en Italiano viene a ser algo así como "que acojona a cualquiera", es la palabra que mejor lo describe- y sostiene en su otra mano la cabeza de Gorgona, que acaba de cercenar. No se concibe como, con semejante instrumento, haya podido hacer un corte tan chapucero, con medio paquete digestivo, respiratorio y vascular, colgando de la cabeza, cuando el tajo debía ser limpio... Benvenutto -que, con la vida que llevó, tenía que haber visto bastantes decapitaciones y decapitados- supongo que incurrió en ese fallo a propósito, para dar más  dramatismo al asunto... a un lado, romanos raptan sabinas, con alborozo... a sus pies, bajo tales escenas de violencia de género y violencia a secas, los turistas descansamos plácidamente.




Una reproducción 1:1 del David de Miguel Ángel se alza en el lugar que ocupó el original, a la izquierda de la entrada del Palazzo. Mi relación con las obras de Miguel Ángel ha sido muy variada: en San Pedro, en Roma, pasé a paso de carga, integrado en un rebaño de turistas, a una distancia considerable de la lejana figurita, no mayor que un click de famóbil, tras un cristal antiproyectiles del 155 que, según decían, era La Pietà; y, al día siguiente, en otra basílica desierta, pude tocar el zócalo del Moisés, impresionante, y pasar ratos y ratos contemplándolo a mi gusto, e incluso podía haberme permitido el lujo de, como hizo su creador, golpear con algún objeto contundente su rodilla y exigirle que hablase: "¡Parla, cane!". Aquí, simplemente, y como veréis luego, tengo que contentarme con admirar la copia... impresionante en su desmesura, por la talla y por las desproporcionadas manos, donde parece concentrarse su fuerza contenida... por suerte su autor no aplicó la misma distorsión a otras partes del cuerpo, que adoptan dimensiones y proporciones clásicas, tranquilizadoras... aunque -y ese es un reproche muy serio que hacerle a Miguel Ángel-... ¡¡ese chico no es judío...!!


David también tiene culo... !y un poco caído, por cierto!


A su lado, Hércules, porra en mano, pone a gusto a Caco, el Ladrón... Ley y  Orden, imagen de antidisturbios  y contestatario, Ley Mordaza pura y dura... cuerpos adultos, trabajados, muchas horas de gimnasio que contrastan vivamente con el efebo de Miguel Ángel... más allá, la Galería degli Uffizi, el enorme edificio desde donde se administraba Florencia y su área de influencia, siempre creciente, a cargo de una miríada de funcionarios, Maquiavelo entre ellos, un respeto...



Del Palazzo Vechio no pasamos del bellísimo patio interior; Florencia te pone continuamente ante eso que los franceses llaman "L'embarras du choix", la necesidad de elegir entre cosas hermosas, dignas de ser admiradas, pero que exigen un tiempo del que no dispones... salimos a la calle y, por vías laterales, nos acercamos a nuestro nuevo destino, la Piazza del Duomo.



Nuevamente, como en el caso del David, el Duomo de Florencia despierta nuestra admiración por su belleza y sus dimensiones: dominado por la cúpula de Brunelleschi, de bellísimas proporciones, todo en ella impresiona, y más que nos impresionará cuando, el día siguiente, la contemplemos en la distancia... río por debajo del bigote -que me afeitaré cuando llegue a Barcelona- pensando que, durante varios años de mi vida, veía desde la ventana de mi despacho la copia a escala reducida de la cúpula de Brunelleschi que coronaba -y corona- el edificio de unos Grandes Almacenes barceloneses, posteriormente adquirido por El Corte Inglés... al igual que no puedo escuchar la bellísima "Recuerdos de La Alhambra" sin evocar, inmediatamente, la conocida marca de salchichas que con ella se anunciaba... en mi República Platónica particular, los responsables de dichas contaminaciones estéticas deberían ser desollados a latigazos y, después, bañados en Tabasco...




De todas maneras, el conjunto formado por Duomo y Campanile -una vez más, separado del edificio principal-, especialmente su ábside, la riqueza de su trabajo en mármoles... configuran uno de los más hermosos espectáculos que hemos podido contemplar en todo el viaje: me gustaría poder decir lo mismo de la fachada, pero he contaminado también mi opinión, al saber que -como la de la Catedral de Barcelona, sin ir más lejos-es un pastiche neogótico del Siglo XIX... no sé si es esnobismo, o, de verdad puede sentirse algo así, pero de un edificio me atrae, sobre todo, su autenticidad, saber que es la obra de unas personas concretas en un momento concreto de la Historia, que dejan en ella su concepto de la belleza, tal y como se entiende entonces, y -por qué no- su alma... y eso difícilmente puede lograrse cuando, fuera ya de aquel tiempo y de aquella concepción estética, le encargan a un buen artesano: "¡Acábala de una p... vez, y que quede parecido al resto, que no "cante", vamos...!" Veremos después la Iglesia de San Lorenzo -¡qué reminiscencias oscenses...!- para la cual se acabó el presupuesto, y se ha quedado sin fachada, con piedras salientes donde, supongo, iban a apoyarse los revestimientos que nunca recibió... mejor así, tal cual, sin añadidos... y si los hay, que sean de la época y la sensibilidad de quienes los hace, por favor...





En cada viaje, raro es que no encuentres un edificio en plena restauración: en nuestra primera visita a Berlín, le tocó a la mismísima Puerta de Brandenburgo, cubierta por una lona -eso si, con su imagen- cortesía de Deutsches Telekom; el año pasado, en Munich, las cúpulas acebolladas de la Marienkirchen revestidas de andamios... en Florencia le toca la china al Battistero, de cuyas bellas proporciones, ocultas tras lonas, solo podemos gozar de sus famosas puertas de bronce esculpido.. como buenos turistas, fotografiamos todo lo que podemos, entre codazos por lo reducido del espacio... lástima, me hubiese gustado poderlo admirar en mejores circunstancias.




En plena Piazza del Duomo, lo que menos podíamos esperar: un alegre grupo de devotos, con sus túnicas imitación hindú, bailan alborozados... "!Hare Krishna, Hare Krishna...!" En medio de uno de los lugares más significativos de la civilización occidental y cristiana, pegan tanto como unos nazarenos -pongo por caso- ante el Taj Mahal... pero allí están, dando saltitos, con sus bongos y hasta una trompeta... los que, hace años, daban la paliza por las Ramblas, por lo menos repartían una especie de polvorones dulzones y de colores sospechosos que, la verdad, nunca me resistí a aceptar... estaban ricos... Estos, ni eso... hay alguna niña bastante mona, "¡Malmetida para devota!", pienso... nos los encontraremos por varios sitios, abundan...




Llevamos vista mucha Florencia; en la tarde del jueves, aún no agobian demasiado los colegas turistas; para mañana esperamos la riada. Nuestra cercanía al hotel nos permite, después de hacer algunas compras, volver a la base, babear un poco ante la primera de las dos puestas de sol sobre el Arno de las que vamos a disfrutar, y estar poco después otra vez en la calle, dispuestos a cenar.


Y no vamos a hacerlo en un sitio cualquiera; en la mismísima Piazza della Signoria, en una terraza al aire libre... no todos los días se cena con David mirándote por encima del hombro: pedimos otra vez el Bistecchio a la Fiorentina, con contorni de zucchini y patatas, pero a la moda del lugar, y bebemos un vino del terreno... A nuestra derecha, dos señoras sudamericanas, de las que tantas veríamos en el viaje, y que  parecen haber ocupado nuestro nicho ecológico en los llorados años de bonanza. A nuestra izquierda, una pareja joven y esbelta, que se meten entre pecho y espalda antipasti, pasta, bistecchio y dolci... envidiamos su capacidad gástrica y, como no, la económica, porque la cena sale algo cara pero... ¿cuantas veces vas a cenar en un comedor decorado por Miguel Ángel y Cellini...?  viendo a los subsaharianos vender extrañas ruedecitas fluorescentes que se elevan hacia el cielo florentino, ya a oscuras, nos despedimos del Palazzo Vechio, de la Loggia dei Lanzi y de la hermosa grúa, un breve paseíto hasta el hotel, y fin de nuestra primera jornada...












lunes, 20 de julio de 2015

Tres días en La Pardina

Hace ya unos años, me animé a escribir un relato un poco más largo de lo habitual: aquí os lo presento, esperando que os entretenga... es un tributo a un mundo que ya prácticamente no existe, que se ha desvanecido bajo los ojos de mi generación, por más que en éste caso, uno de sus representantes, con una decidida capacidad de adaptación, parezca sobrevivir, aunque sin esperanzas...




Había dejado hacía rato la carretera que había venido siguiendo desde Boltaña, y ahora circulaba por una pista precariamente asfaltada, con unas profundas roderas en el maltrecho pavimento, que me hacían temer por la integridad de mis cubiertas. Pero esas preocupaciones no llegaban a empañar mi entusiasmo ante el paisaje que atravesaba:  bajo la clara luz de la tarde, se extendía, a ambos lados de la pista, una alfombra de abrinzones en flor, un manto amarillo que encubría las agudas espinas de la planta, y las suaves ondulaciones del paisaje: al fondo, los rayos del sol poniente doraban la nieve que aún cubría las cimas de las montañas; bajé la ventanilla, y un aroma dulce y salvaje a la vez invadió el coche: aún no había llegado, y ya empezaba a sentirme mucho mejor.

La decisión había sido rápida; las cosas no andaban ni medio bien con Laia, y tenía a mano una magnífica excusa, un informe de más de quinientos folios al que, un día u otro, tendría que hincarle el diente. Àlex llevaba días hablándome de su descubrimiento, un lugar muy especial para desconectar, perdido en lo más perdido de las montañas de Huesca, y, casi sin darme cuenta, ya estaba entrando en la web y reservando, para mi solo, un fin de semana –el siguiente, milagrosamente libre, seguramente una cancelación de última hora- en la Pardina de Crapamote, con acceso ADSL garantizado.

Salí de Barcelona al mediodía, pendiente de las instrucciones del navegador, y poco más de tres horas después estacionaba en la puerta de un chalé sorprendentemente moderno, en el que me pareció reconocer el estilo de algún arquitecto conocido: en su puerta me esperaba un hombre de mi edad, que me acogió afectuosamente, y me hizo pasar, por un momento, al interior donde destacaban un pulido parquet y un amplio estudio, con varios puestos de trabajo dotados de grandes monitores. Un muchacho más joven trabajaba ante uno de ellos, y me saludó con la mano.

Salí de allí con las llaves de la casa, un plano del acceso- que no era difícil, pero requería cierta atención- y un manual de instrucciones para el manejo de la casa que, según me dijeron, estaba “muy domotizada” y dotada de todo tipo de comodidades. Ya estaba ansioso por comprobar tales maravillas, algo alejadas de lo que uno suele esperar en zonas rurales.



Ahora, al final del último tramo de la pista, tenía ante mí la casa: una construcción de piedra, de dos plantas, no demasiado grande, con cubierta a cuatro vientos de losa de piedra también, coronada por una imponente chimenea. A su alrededor, varias pequeñas construcciones, corrales o cobertizos y, en un ángulo, un viejo landrover sobre cuatro bloques de cemento, con las ruedas desmontadas.  En el prado que rodeaba la casa pacían varias docenas de ovejas, vigiladas a distancia por un perrillo negro y, detrás de los edificios, varios árboles altos –que, casi adiviné, eran nogales- creaban una agradable zona de sombras en la ladera que descendía hacia el valle. A sus pies, una pequeña piscina, difícilmente utilizable salvo en pleno verano porque, al caer la tarde, empezaba a refrescar palpablemente.

Frente a la puerta, me esperaba un hombre sonriendo: vestía un viejo mono de Repsol,  calzaba unas nike antediluvianas, cuidadosamente recortadas para dar salida a unos juanetes de considerable tamaño, y se tocaba con una gorrilla de béisbol -afortunadamente con la visera hacia delante- con las siglas NYPD bordadas en dorado. Aparentaba unos setenta años largos, pero bien llevados, y mantenía una colilla de cigarrillo con filtro colgando de los labios, mientras se dirigía hacia mí, con la mano derecha adelantada.

“!Buenas tardes, turista,! ¿Has tenido buen viaje…? Catalán, ¿verdad…? ¿Te llamas Chordi..?”

“Marc” -respondí, estrechando la mano que me tendía.

“Bueno, era la otra opción, teneba un 50%... yo soy Ramón, tampoco es muy original: soy o dueño de Casa Pardina, es decir, o dueño jubilado, ya has visto a mi zagal, él se encarga ahora de todo, yo estoy por aquí, dando mal… ¿entramos, que te lo enseño…?”

El interior me sorprendió agradablemente: nada de yugos ni de arados, ni posters turísticos ni cacerías de zorros; pocos muebles, pero confortables y  tres buenas reproducciones en las paredes, una, casi seguro, un Rothko, una elección poco previsible para una casa de turismo rural. Un amplio ventanal se abría hacia el sur, hacia las cumbres aún nevadas de Guara, y en un rincón, tranquilizador, parpadeaba el wifi que me mantendría unido al mundo durante un largo fin de semana.

“Aquí tienes o baño, por si quieres lavarte antes de cenar: tiene yacuzi y ducha: water no, aquí cagamos en o corral…. ¡ye una broma! Ahí, detrás de esa puerteta de cristal….por aquí se pasa a la alcoba: tiene una cama grandiza pero, si vienes solo, poco te va a importar…aún tiene a cosa esa de plumas que de noche refresca, no te fíes… te dejo solo, si te falta algo, me das un grito, yo estoy aquí al lado; cuando quieras, pasa y tomamos algo, ya se ha hecho tarde, aquí se cena temprano, como los franceses…”

Me di cuenta entonces de que, junto a la puerta de mi apartamento, se abría
otra, que daba paso a un mundo muy diferente, sin duda la vivienda de Ramón. Los muebles eran allí más antiguos, cómodos, con aspecto de vividos: un televisor de tubo catódico lucía su anacrónico culo, y un fuego bajo, donde ardían con muy poca llama dos o tres troncos medio consumidos, ocupaba todo un ángulo de la sala. Un arco de piedra daba paso a la cocina, donde, todo hay que decirlo, reinaba un cierto desorden, y un puchero de hierro esmaltado hervía sobre un fogón de butano. Presidían la estancia un calendario de la Comarca de Sobrarbe, de varios años atrás, y la lámina, ya sin hojas colgando debajo, de un clásico calendario de la Unión Española de Explosivos, con gitana jamona artísticamente ligera de ropa.

“Ven, siéntate a comer algo, que vendrás con hambre. Yo ceno poco, ya ves, una sopeta de sobre y un yogur desnatado, pero puedo abrirte una lata de o que quieras, tengo también jamón de Teruel, chorizo Revilla….”

“¿No se hace migas…?”

“Pues no, zagal, todo eso ye colesterol y, además, con el bimbo no me salen bien, no se qué pasa… para mí, pocas cosas me hago, unas verduretas congeladas, que salen muy buenas, unas barritas de pescado, algún plato preparado de esos que calientas en o microondas…”

“¿Verduras congeladas….?”

“Claro que si, mocé, bien buenas que son… antes cada año ponía huerto, y comíamos os conejos, os chabalins y, si quedaba algo, hasta yo; pero picar, picaba yo solo…desde que pusieron el sabeco en Barbastro -¡¡y ahora hasta hay uno en Boltaña!!-, envié el jadico a tomar pol culo… eso, y o arcón. O arcón, con o landrover, es una de las cosas más grandes que se han inventado para a montaña, míralo, –y señalaba el gigantesco congelador que ocupaba todo una estancia aneja a la cocina- ahí tengo medio chabalín, tres crabitos, pescado para medio año, judietas, guisantes, croasanes, chelaus de esos del mágnum, que me gustan mucho, langostinos t’a las fiestas… las frutas si tengo que comprarlas para la semana: antes cuidaba unas manzaneras allá abajo, en o culo d’o barranco, daban unas manzanetas pequeñas, prietas, una de cada dos saleba cucada… ¡¡mira que manzanas como ahora! ¡grandes, majas, todas sanas…! ¡Lee o que pone aquí: Tirol! ¡Tú sabes o que yé o Tirol! Si, claro que o sabes… ¡¡Zagal, tengo de mediero al agüelo de Heidi…!!”

Acepté compartir la sopa de sobre y una manzana tirolesa, nos sentamos juntos en una mesa con mantel de hule a cuadros, absolutamente etnográfica, y allí estuvimos cenando tranquilamente, como dos viejos amigos: había algo en aquel tío que me sorprendía varias veces por minuto, pero, al mismo tiempo, me sentía a gusto a su lado, pese al suave olorcillo -mezcla de humo y  sobaco- que flotaba a su alrededor.



Después de cenar, sacó en mi honor –hizo constar varias veces que no solía beber, que era un extraordinario, porque no todos los días tenía un turista tan majo en casa- una botella de aguardiente de Colungo, que dejamos más que terciada mientras seguíamos charlando. Encendió un cigarrillo –“Yo solo fumo Winston, zagal, si tu quieres fumar alguna coseta rara, por mí no te cortes, tengo unos vecinos que tienen una plantación que parece un campo de panizo…”- y así estábamos tan ricamente cuando el reloj de pared recuerdo de Lourdes que tenía marcó la una, y nos dimos cuenta de que ya era hora de irnos ta cama, como dijo Ramón…  nos despedimos y, trastabillando un poco, crucé la sala de mi apartamento para irme a la cama grandiza, después de pichar tras la puerteta de cristal. Al pasar, el wifi me saludó con un parpadeo que contenía una buena dosis de reproche por mi absoluto desinterés.

Cuando me desperté, más que nada por las ganas de visitar de nuevo la puerteta, me di cuenta de que había dormido mejor que en muchos años, aunque el recuerdo del aguardiente de Colungo, en forma de discreto dolor de cabeza, me indicaba que ya no estaba tan acostumbrado a los excesos como en mis años mozos. Entraba ya bastante luz por la ventana, y un agradable olorcillo a café recién hecho recorría todo mi apartamento, llevándome directamente a los dominios de Ramón.

“’¡¡Buenos días, catalán!! ¿Has dormido bien? No te ha molestado el craberé…?”

Recordaba, vagamente, haber oído, entre sueños, el grito de un ave nocturna, pero no me había importado ni poco ni mucho. Según Ramón, el craberé anidaba en el mayor de los nogales de detrás de la casa. “Me hace mucha compañía, canta al anochecer y al amanecer, os viellos decían que traía mala suerte, que os que lo oían, morían, y si que era verdad, si, de los que o decían todos están muertos… ¡Venga, tómate un café…! ¿Te caliento un croasán conchelau en el microondas…?”

Se lo agradecí, pero le dije que prefería hacerme un bocadillo de pa amb tomàquet, y pasé a mi apartamento, para recoger las provisiones que había traído conmigo: él me miraba mientras untaba el tomate, meneando con desaprobación la cabeza… “¡Mira que fer ixo con o pan…!”, mientras comía sus bollos grasientos. Aceptó, eso sí, unas rodajitas de fuet, se sacudió las migas de la chaquetilla militar de camuflaje que vestía hoy, y se levantó de la mesa, diciendo: “¡Ven, catalán, me vas a adullar con as güellas…!”

Salimos juntos y nos acercamos al edificio de piedra, largo y bajo, donde el día anterior le había visto encerrar sus ovejas: tiró de la cuerda que cerraba la puerta de madera, silbó llamando al perrillo negro, que ya saltaba a su alrededor, y de la puerta abierta empezaron a salir, somnolientas y guarras, con las cagarrutas colgando de los vellones de lana, las ovejas del menguado rebaño.



Seguidos por las ovejas, que el perro estimulaba con breves ladridos, empezamos a avanzar por un camino que ganaba altura suavemente, serpenteando entre los abrinzones. El sol empezaba a calentar, ascendiendo en un cielo de un azul que pocas veces había visto. Ramón, otra vez con un cigarrillo en los labios, canturreaba absorto… “¡Vamos a tener buen día, mocé, sol y calor…!”

“¿Lo ves por los pájaros, por las ovejas….?”

“No, qué va, lo ha dicho en la Uno a moceta rubia esa tan maja que nunca sabe qué hacer con as manos… vas a tener suerte, porque el lunes viene borrasca atlántica, y  tenemos para tres días de agua…”

Llegamos hasta la cumbre de la loma, y un paisaje majestuoso se abría bajo nuestros pies: de izquierda a derecha, docenas de cumbres, aún nevadas pese a lo avanzado de la primavera, se desplegaban en distintos planos, desde algunas relativamente próximas a las que azuleaban en la lejanía: callamos un momento, abrumados por la belleza del panorama, y nos sentamos en la peana del mojón que señalaba la cima.

“Ahí tienes o Turbón, que está ya en o Ésera, más allá de A Fueba: ese altizo y aún nevau es Cotiella, una montaña con muy mala leche, seca y dura. Ahí tienes a Peña Montañesa, o primero que se ve cuando subes desde tierra baja, a esos praus, a la estiva, he puyao con unos amigos que subían allí sus güellas… ves o valle d’o Cinca, mira L’Ainsa ahí abajo, y detrás ya son picos más altos: Punta Llerga, encima de Lafortunada, Fulsa y Suelza, que ya están sobre Bielsa, allí hubo buen follón cuando a Guerra… ixe grande ye l’Orinal de Cristo, lo llamamos así porque tiene ixa forma como de palangana, detrás tienes as Tres Marías y as Puntas Verdes… ixe plano por arriba ye Sestrales, mira aquella aguja de piedra, O Fleire, y, detrás, ya tienes a o rey, Treserols, o Monte Perdido… debajo suyo, o puerto, todo eso lo tengo yo andau t’arriba y t’abajo, os picos no, ¿eh?, a os picos subís os turistas, algún pastor puyaba, si buscaba una güella perdida, o a cazar bucardos, cuando ne había… más a la izquierda son os picos de Ordesa, a Breca, por donde se pasaba t’a Francia, t’a treballar…



“¿No te sientes muy solo aquí arriba, Ramón…?”

“Mira, mocé, yo estoy solo desde casi siempre; mi mujer murió a os tres años de casados, el zagal no teneba ni dos. ¿Sabes de qué murió…? De falta de infraestructuras, ya te lo digo yo: le dio un dolor fuerte por la noche, yo pensé que eran cosas de mujeres, pero por la mañana ya ni se podía mover de a cama: llamé a o medico y, cuando llegó –que no creas tu que no pasaron sus buenas tres o cuatro horas-, ya me dijo que había que bajarla t’a Huesca ascape. En un macho la llevé a la punta la carretera, y allí nos recogió un amigo de Boltaña, que vivía en Barcelona, y que teneba un seat grande, de aquellos que se abrían por detrás. Allí la metimos, encima de un colchón de lana, con bien de mantas para que no se fuese dando de golpes en as curvas, y allá que nos fuimos, pero a pobre ya no aguantaba; paramos en Naval a ponerle agua a o coche y beber algo en a fuente, y allí se nos murió, con a mesonera intentando ayudar, pero no había  nada que fer… ¿Que de qué se había muerto? ¡¡A cosa estaba como para ceseís, zagal!!  El medico puso que de un paro cardiaco, claro, y ya está… ahora un poco mejor estamos, hay ambulancias, y nos han puesto hospital en Barbastro, pero cuida de que no te dé nada estando aquí… yo, ya lo tengo pensado; si me da un mal, como sea, agarro o móvil, me voy t’al barranco, marco el 112, pongo voz de forastero, y llamo a os civiles: “¡Escolti, escolti, que he tenidu un accident en una excursión…”, Y a la horeta justa, zagal, en San Jorge, y habiendo subido en licotero, que me hace mucha ilusión….”

“Pues eso pasó, zagal: se jodió mi mujer, pobre moza, que bien buena y bien maja era, me jodí yo, y se jodió Casa Pardina, que una casa sin mujer no ye nada, que no hay nada más inútil que un hombre solo en casa… o zagal se lo dejé a una hermana que tengo casada en Boltaña, bien se vale de ella, que ha sido como una madre… pero aquí faltó siempre una mujer, y si una mujer no te hace pensar en as cosas, es que ya no piensas, vives un día detrás de otro día… subo aquí con as güellas, me estoy con ellas, como, bajo a media tarde…. ¡Venga, zagal, que me estoy poniendo triste,! ¿Comemos…?

Allí mismo, entre abrinzones y cagarrutas, abrió la mochila raída y sacó dos bocadillos envueltos en papel de aluminio:  rebanadas de pan de molde, ¡sin tomate! y una especie de pasta de carne que identifiqué como chopped, aberración charcutera de la que tan solo había oído hablar, pero que allí, al sol, ante aquel paisaje, encontré comestible e incluso agradable.

Rematamos la parca comida con unas chocolatinas rellenas de cremas dulzonas, bebimos agua de una cantimplora abollada, y nos tumbamos al sol sobre una manta de sospechosa higiene, dejándonos arrastrar suavemente a una siesta pacífica y profunda.

Creo que nos despertó la brisa, que empezaba a refrescar, al tiempo que algunas nubes desfilaban por el cielo: nos levantamos, sacudiéndonos las brozas que cubrían nuestras ropas, y nos decidimos, no sin pesar, a empezar a recoger las ovejas, e iniciar el regreso a la Pardina.

Cuando ya volvíamos la espalda al valle, me señaló, entres dos montañas, los tejados que brillaban al sol allá abajo: “Mira, allá está Boltaña, cada vez más casas, cada vez más gente… ya incluso te cruzas con personas que no conoces y que no te saludan…”

Me sorprendió la observación, porque ni yo suponía a Ramón tan interesado en los contactos sociales ni, sinceramente, me había parecido Boltaña una gran urbe, por lo poco que había podido ver… 

Lentamente, deshicimos el camino hacia la Pardina, acompañando de nuevo el paso cansino de las ovejas: íbamos charlando de cualquier cosa, así que se nos hizo corto el camino y, al darme cuenta estábamos ya en la casa: Ramón entró en una de las construcciones de piedra, con algún propósito que se me escapaba, y yo empecé a considerar la posibilidad de ponerme a trabajar en los documentos que constituían mi coartada ante Laia y ante mi propia conciencia, que no dejaba de reprocharme haberme escondido en las montañas en vez de quedarme en Barcelona haciendo frente a los problemas.


Apenas había sacado el portátil de la funda y estaba lidiando con la habitual maraña de cables, cuando ya Ramón me llamaba a gritos “¡ Catalán, coño, ven a echarme una mano, que me s’escapan as güellas….!”

Vi con claridad que era tan solo un pretexto para seguir charlando, porque la situación no estaba demasiado descontrolada: cuatro o cinco ovejas corrían en diferentes direcciones, perseguidas por el perrillo que, en aquel momento, hubiese dado cualquier cosa por el don de la ubicuidad, mientras el resto, estrechamente agrupadas frente a la puerta del corral, contemplaban melancólicamente a sus revoltosas compañeras, con un cierto aire de reproche. Así que entré en el juego, empezando a correr sin demasiado sentido detrás de las fugitivas, tirándoles piedretas y rivalizando con Ramón en lanzar los juramentos y cagüentales bilingües más rotundos que se nos podían ocurrir.

Al cabo de un rato, las díscolas decidieron libremente unirse a sus compañeras, con gran alegría por mi parte, que estaba ya sudando y jadeando: en ese momento, el olfato me recordó que, por primera ves en muchos años, no me había duchado por la mañana, y que mi aroma empezaba a acercarse peligrosamente al de mi anfitrión… pero, la verdad, no me importó demasiado

“¡Buen trabajo nos ha dado tu jodido rebaño, Ramón…!”

“¿Rebaño, dices…? esto que tu ves no ye un rebaño, mocé, esto ye una cosa t’a entretenerme, un jobi, como dicen ahora… cuando tenebamos un rebaño en casa, eran tres mil, tres mil quinientas güellas, con sus mardanos, crabas y bucos, más os corderos que ya pastaban y os crabitos del año… cerca de cinco mil cabezas subíamos cada año a o Puerto, con cinco pastores y sus machos… salíamos de aquí enta Fuebla, cruzábamos o Ara por Jánobas y subíamos por Burgasé, hacia Cuello Trito; de allí, hasta Nerín, y luego, a Cuello Arenas… allí nos chuntábamos os de Valle  de Fiscal, os de Solana, os de Valle Bió, que estaban en casa.. o primer día del Puerto se oía misa, se contaban os rebaños, y se hacía buena fiesta, subían musicos… luego os señores nos bajábamos, y allí se quedaban os pastores; cada quince o veinte días les subíamos a sal para o rebaño y o suministro para ellos: panes grandes, que aguantaban días, judías, arroz, azúcar, café, tabaco, vino y algo de coñá… carne, claro, no ne hacía falta, se comían as moredizas, as güellas que morían, o hacían salón con ellas, y tampoco ninguno cuidaba de que no hiciesen de vez en cuando una caldereta con algún cordero o algún crabito…



“O tión de casa nuestra era quien subía siempre con os pastores.  En casa se había quedado Luisé, o hermano pequeño de mi padre, quince años mayor que yo, pero qué vida… os que no heredaban, si se quedaban en casa, ya se sabía, a obedecer a o señor, que era amo y jefe… a Luisé nunca le faltó su buena cama, ni sus mil durillos para as fiestas de Boltaña, pero había tiones que dormían toda su vida en a cadiera. En casa no, ya te lo digo, Luisé era, cuando faltó mi padre, quien más seguridad me daba, en quien siempre podeba confiar… él se subía a la Mallata, y era como si estuviese yo… ¡Pobre Luisé…! Cuando murió, todas as cosas que teneba cabían en una bolseta de plástico, de Adidas; dos camisas viejas mías, que le duraban hasta que se le caían a pedazos, unas fotos de cuando hizo el servicio en Cerro Muriano, una navajeta suiza, un reloj de pilas con calculadora, que le había comprado a un negro en una feria,  a libreta de la ibercaja, con medio millón de pesetas, unas bragas…”

“¿Queeee?”

“O que oyes, mocé, unas bragas: viellas, de nailon rosa, con as gomas dadas… ¿eran un recuerdo…? ¿Se las poneba cuando estaba solo en a Mallata…? ¡Qué me se yo! ¡Qué dura era la vida de los tiones, zagal, qué dura, qué solitaria…!”

Meditando sobre la dura vida de los tiones y sus insospechadas prácticas autoeróticas, entramos en sus aposentos y yo me senté directamente en la mesa de mantel de hule, mientras él preparaba, en un momento, una cena tan frugal como desconcertante: biscootes con queso light y caviar de arenque, unos fideos chinos muy picantes, hervidos al instante en sus envases de cartón –“O que no tengo, zagal, son palillos, nos los comeremos con as forquetas de plástico que traen”- y, de postre, un par de kivis “¡Míalos que hermosos, me recuerdan os cojones d’un verraco que teneba, cuando criaba tocinos…!”

La imagen del tión fetichista había llevado mis pensamientos hacia ciertos derroteros, por lo que no dudé en aprovechar la creciente intimidad que se iba creando entre nosotros para avanzar hacia terrenos bastante más personales…

“¿Qué haces cuando te sientes solo, Ramón…? Tantos años aquí, semanas sin ver hombres… ni mujeres, aquí tu y tus ovejas…. “

“¡Ay, Marc, maricón, que te veo venir, que tu has oído muchos chistes de pastores.., ! ¿Tu t’has mirau bien as güellas? ¿A ti te gustan…? Pobrinchonas, valen t’a o que valen, pero, como se dice ahora, sexis, sexis… no te digo yo que, de zagales en a escuela, no hayamos fateado con as gallinas alguna vez, pero con as güellas…. Si aún me dijeses con alguna crabeta…. No, zagal, no, t’a eso tengo o landrover….”

“¿Y qué haces con el land rover?”

“Pues, o primero, ponéle as ruedas: y luego, a paso de burreta, t’a Barbastro, que hay unos bares de camareras…”

“¡¡Collons, Ramón, te vas de putas!!”

“¡Mira que llegas a ser lenguarudo y faltón, zagal! ¡De putas, nada! unas zagaletas bien majas, te estás allí un raté, te tomas una cerveceta, te ríes, tiras un pizco…no te digo que la cosa a veces no vaya a más, pero eso queda entre ellas y yo… bien majas que son, hay una rusa, rubianca, grandiza, que ya te gustaría verla, pero esa va a durar poco de camarera, ya festeja con un zagal de su tierra que trabaja aquí en una obra, se ven espabilaos os dos… a mí me gustan más as latinas, que son tetudicas y culonas, que te dicen “mi amol” y se las entiende cuando hablan… mira bien o que te digo, valen más esas zagalas que muchos hombres que conozco, ahí están, con dos cojones, ganándose a vida, enviando dinero a su tierra t’a sacar adelante dos o tres hijos, o un marido gandul…”

”¡Vale, vale, Ramón, retiro lo de putas…!”

“No, si alguna razón llevas, algunas precauciones hay que tomar… ¡¡Y no te rías, crabito, que no me refiero a ixo!! Quiero decir que no hay que contar muchas cosas, que algunas, luego, pueden andar detrás tuyo… yo nunca digo que soy o señor de a Pardina de Crapamote; digo que soy de Puymorcat, o de Luparuelo….”

“¡¡Pero si eso está aquí al lado….!!”

“¿Y qué quieres que diga, que soy de Boltaña o de L’Ainsa….? Ya se ve que soy de aldea, os de pueblo grande tienen otro aire… y, sobre todo, a precaución más importante ye saber siempre o que eres, que no yes más que un viello y que si as mocetas te dicen algo, no será porque se hayan enamorado de ti, precisamente… que hay que ver o que han fateado hombres de mi edad por olvidar algo tan sencillo, y os ridículos que han hecho…”



Sus últimas palabras le habían puesto melancólico, así que se levantó súbitamente de la mesa, entró en la despensa donde ronroneaba continuamente “o arcón”, y salió con una botella y dos copitas desparejadas en la mano…

“!Venga, catalán, vamos a tomarnos una coseta de tu tierra; El Rhum Negus, zagal, que lo hacen en –deletreó- Vilafrancadelpenedès, especialmente t`a Aragón, que aquí nos o bebemos todo…! ¡O Negus, fíjate tú!, que aquí todos lo tenébamos en o más alto porque había luchado contra Mussolini, y luego resultó que era un cabrón muy grande, que Conchita me recomendó en a biblioteca un libro de un polaco –¡de Polonia, eh!- que lo ponía a parir…”

Empezamos la botella brindando por la memoria de Kapuszcinski, y, poco a poco, copeta a copeta, charlando y riendo, nos la bebimos entera y verdadera y nos dieron otra vez las tantas, antes de despedirnos y marcharse cada uno hacia su cama, pasando yo por la puerteta de cristal, y saludando con cierta sensación de culpabilidad, al wifi parpadeante y al jodido informe de quinientos folios que seguía allí, acusador y virgen, sobre la mesa de la sala. El craberé, harto ya de cantar lúgubremente en la noguera, debía andar hacía buen rato cazando ratones por los campos.

De un sueño profundo y reparador no me sacaron los cantos de los pajaritos en la canalera del tejado, sino un tiro que sonó peligrosamente cerca de mi ventana, arrancando ecos atronadores en el valle; casi me meo encima del susto, me incorporé de un salto, y, en cueros, tal como estaba, salí a la puerta del apartamento, mientras, en rápida sucesión, sonaban dos disparos más.

Fuera estaba Ramón, empuñando un rifle de aspecto peligroso y eficiente, no menos desnudo que yo, aunque calzando unas botas militares desabrochadas: miraba fijamente hacia unos bojes a pocos metros de la casa, y observé, en un momento, que varios casquillos brillaban, entre la hierba, al sol naciente que ya empezaba a calentar mi expuesto culo.

“¡Te juro que lo he de joder, a ixe cabrón! ¡Un gorrino chabalín de más de cien kilos, con unos colmillos que te cagas… me entra una noche si y otra también, pero esta vez se conoce que se ha quedado por aquí, y o he sentido desde a cama… ¡Venga, ponte algo, que no nos vamos a meter en pelotas entre as barzas!”

Me eché por encima lo primero que tuve a mano, los pantalones y la camisa del día anterior, y salí de nuevo al prado, agarrando al pasar una gayata que estaba apoyada junto a la puerta: Ramón, nuevamente de camuflaje militar, hurgaba ya con el cañón del rifle entre los bojes, mascullando “¡Sal de ahí, maricón, sal de ahí, si tienes cojones…!” Al verme, gritó “¡Echa una mano, da golpes con la gayata por ahí, a ver si lo hacemos salir…!” El perrillo se había sumado al grupo, y saltaba y ladraba, excitadísimo y contento de participar en el  lance cinegético.

La Naturaleza tuvo a bien escuchar mis oraciones laicas y el jabalí, que seguramente estaba ya a kilómetros de distancia, felicitándose por su buena suerte, no apareció por ningún sitio: sí había huellas por todas partes y, al ver las de sus  pezuñas, del tamaño de la palma de mi mano, sentí un sudor frío recorriendo mi espinazo.

Tras un rato registrando infructuosamente los alrededores, nos rendimos ante la evidencia y volvimos a la casa: Ramón puso encima del fogón una sartén, recalentó el café de la noche anterior en el microondas, y preparó unos huevos fritos, que nos comimos en un momento, acalorados por la persecución y con la adrenalina por las nubes.



Como ya conocía mis obligaciones, no hizo falta explicarme que debía tirar de la cuerda de la puerta del corral, mientras Ramón, jurando, y el perré, ladrando, animaban a salir a las ovejas, que me parecieron menos modorras que el día anterior, sin duda despiertas desde hacía rato por los disparos: saltando y largando cagarrutas en todas direcciones, ocuparon sus posiciones en el prado, donde el sol había secado ya por completo el rocío matutino en el que, una hora antes, me había lavado los pies.

Ramón se había sentado en el banco de la entrada y, con un trapo increíblemente sucio de grasa, limpiaba con cuidado el rifle: procurando, por si acaso, no cruzar la línea de tiro, me senté a su lado: “¿Te gusta, Marc? Un Cetmetón, un Mauser Coruña recalibrado para la caza, con bocacha de fusa, o mismo que teneba en la mili… ¡pega unas hostias…! pero lo uso bien, ya has visto o rápido que disparo, vienen pijos al coto con automáticos, y no me ganan… me hubiese gustado tumbar al gorrino para que lo vieras, tú, de ixos no habrás visto ninguno… “

Preferí no hablarle de mi safari fotográfico en Kenya, pero era verdad que no lo había vivido con tanta emoción: apenas si llevaba día y medio en la Pardina –y pocas horas me quedaban ya-, pero lo cierto es que aquel sitio, las historias que me había contado Ramón, su propia compañía… con sorpresa, me di cuenta de que el móvil no había sonado en ningún momento -¡ni siquiera sabía como había quedado el Barça!- y eso que comprobé que había cobertura más que suficiente: el cabreo de Laia debía ser importante, aquella noche no me quedaría más remedio que afrontar los hechos…

“Te veo muy callao, Marc, ¿en qué piensas...?”

“¡En el futuro!” contesté, medio riendo…

“Fíjate si pienso en cosas yo, y en ixo, nunca: ¿Quieres saber por que? Porque no en tengo: yo soy Casa Pardina, y esto se ha acabado, vamos, se ha acabado hace tiempo… muchas casas de a montaña se han espaldado, ésta ya ves que no, que está bien maja, pero por las perras que mete aquí mi zagal, que si no… y no te creas que lloro por eso, que aquí se han pasado bien putas, no te he contado o que fue después de a guerra, que yo era chicoté, pero bien me lo contaba mi padre; y mi mujer, ya ves como le lució o pelo a la pobrinchona, de haberse casado en casa buena… si se hubiese ido a servir, aún estaría viva… de todos estos pueblos, os que quedan bajan cada día a trabajar a Boltaña o a l’Ainsa y os que tenemos animales, como yo,  algún euro sacas, pero, as más de as veces, os tenemos como as viejas tienen perretes de ixos con lazos…  no te digo os que tienen vacas, pero esas están en granjas en llano, por aquí, si no tiras de as primas, os derechos y todas esas hostias de Bruselas, a cerrar… bien que me alegré cuando vi que mi hijo era florito…!

“¿Florito le pusiste a tu hijo?”

“Ya se puso él sólo, zagal, que no me entiendes… florito quiere decir que le van os tíos, que ye gay, vamos… ya desde pequeño le veía yo cosetas, pero, cuando me lo dijo, me alegré por él: así no tendría tentaciones de agarrarse a esto, aunque luego salió la película aquella de los vaqueros…; pero yo lo veía claro, o zagal tendría otra visión de as cosas, viajaría, y no como yo, con el Imserso a Benidorm…. Míalo, bien feliz que está, es diseñador gráfico.. -¡¡no te rías, hostias!!, ¿qué quieres que sea, ferrero?...- ha estudiado en medio mundo, ha vivido en Berlín, en Nueva York… y ahora está aquí, encantado de a vida, trabajando con sus ordenadores… ¡¡Poco contento que estoy de él, buen zagal y buen hijo…!! Lo que me hace duelo es no tener nietos, pero ya me tiene dicho que, si se arregla con o mocé con o que vive ahora, igual adoptan… a mí me haría ilusión tener un nieto chiné, que son espabilaos, trabajadores, y una miaja cabrones… dicen que o Mundo será de os chinos, bien pueden empezar por Casa Pardina de Crapamote…”

Reímos juntos un rato, imaginando al chiné haciendo tai-chi en el prado, rodeado de ovejas… me di cuenta, con inquietud, de que se me estaba haciendo tarde: quería comer ya en camino, llegar temprano a casa, y hablar con Laia lo antes posible…

“¡Ramón, majo, que me voy, te prometo que, antes del verano, vuelvo y nos tomamos alguna botelleta….!”

“Marc, mocé, no sabes o bien que o he pasado… una cosa te quiero pedir: cuando veas a mi zagal, no le digas que has estado conmigo: es que ye muy mirado y me lo tiene dicho muchas veces…”No les des la paliza a os turistas, padre, que tu te lías a hablar, y ellos suben a estar tranquilos y a sus cosas”… no ha sido tan grave ¿verdad?”

Le dije que hacía tiempo que no me lo pasaba tan bien, que no me sentía tan relajado, tan abierto a pensar en las cosas… recogí en un momento mi equipaje –que no había ni tocado-, agarré el portátil, el informe de los cojones y la gayata que Ramón me había regalado y, en pocos momentos, ya estaba en la pista, dando tumbos, despidiéndome de un Ramón que, con el perré dando saltos a su alrededor, me gritaba saludando con el rifle en alto:

“¡Vuelve cuando quieras, zagal, aquí tienes Casa Pardina…..!

Media hora después, paraba en la puerta del chalé de diseño; aún tuve que esperar un rato hasta que llegó el zagal, que venía de su sesión de jogging luciendo unos pectorales y unas tabletas de chocolate perfectamente envidiables bajo la camiseta… no pude por menos que pensar, mirando mi panza cervecera;  “¡Cómo se cuida…!”

“¿Qué, Marc, te ha gustado Casa Pardina, todo ha funcionado bien?”

“Si, mucho, todo perfecto”- contesté, distraído, mientras rellenaba el talón que, -collons!- correspondía a una cantidad algo elevada.

“No, te lo digo porque, a veces, ha fallado el agua caliente y como… je, je, je,… hueles un poquito a oveja….”

“¡Mira, noi, he pasado el fin de semana rodeado de ovejas, ya me dirás….!”

“Pues haces bien en contármelo, voy a tener que hablar con la Guardia Civil, eso es que algún vecino tiene un pastor de fuera, que no conoce el terreno y se mete en la Pardina por error”…-sonrió con cierta melancolía- “ya no hay ovejas en Casa Pardina, hace tres años que las vendí todas, ¿sabes…? después de morir mi padre…”.

14 de abril 2010