miércoles, 21 de octubre de 2015

P'alante, p'atrás... el último de los Cuentos del Oso...



Hoy es el día de "Regreso al Futuro"; no es que me haga especial gracia esa historia de incestos retroactivos -que hubiese hecho feliz al mismísimo Freud-, pero bueno es recordar que la Máquina del Tiempo ha sido una de las fantasías recurrentes de la Humanidad, y no tanto para conocer el Futuro, sino para enmendar las cagadas del Pasado... hace un año largo escribí mi -hasta el momento- último cuento del Oso -de los que ya he colgado un par en este blog- que, justamente, exploraba las posibilidades de dicha máquina, aplicada a la resolución de alguno de los momentos más difíciles de la Historia de España: hay en él referencias a algún personaje que aparece en cuentos anteriores, concretamente a Alte, un viejo oso que recorrió toda la historia de Europa desde la Segunda Guerra Mundial hasta nuestros días, pero ya vendrá el momento de presentároslo... tomadlo, una vez más, como una broma, y pensad que me reí bastante escribiéndolo...






¡Anda, tú por aquí, y entre semana….! ¿Jubilado…? Bueno, no me llores, tú has llegado, ya verás cómo va la cosa a partir de ahora, pobres, tendrán que ir a trabajar con el cuidador empujando la silla de ruedas… pero entra y siéntate, uno tiene un respeto por las canas, y no te conviene quedarte al relente, tienes que cuidarte; a tus años, un resfriadito cualquiera… sí, todo lo cabrón que tu quieras, encima que me preocupo por tu salud, luego se te complica y menudo alegrón le das a Montoro…

Además, te libras del pollo que hay liado por allá abajo, ¿no…?  Yo hice lo que pude, comiéndome a medio Tribunal Constitucional –te juro que, desde entonces, mi estómago ya no es lo que era…- pero ahora yo no le veo solución… cuando no hay cariño, a ver quién aguanta a quién, que cada uno es muy de su padre y de su madre… los que más sufriremos, los que tenemos una pata a cada lado, como tú y como yo… bueno, sí, yo dos patas a cada lado, eso es… que ahora, cuando me apetece, me doy una vuelta por la Artiga de Lin o por la Vall Fosca, y luego ya me dirás, que si papeles, que si doble tributación… nosotros eso no lo entenderemos nunca, somos Ciudadanos del Mundo, igual me dan los Pirineos que los Cárpatos o los Alpes Julianos… en Canadá y en Alaska, ahora que los primos polares empiezan a bajar, se cruzan con los Grizlies sin problemas… donde haya una cueva calentita, un puñado de bayas y una oveja despistada, yo estoy en casa.. ¡En fin, ja us ho fareu…!

Venga, ponte cómodo, que te cuento lo que he estado haciendo estos meses… mira tú que me han pasado cosas raras, pero como ésta…

Y todo empezó una tarde, aquí, sentado delante de mi osera, cuando vi que por el camino de San Úrbez subían dos mendigos: eran muy jóvenes, pero su rostro macilento, sus harapos sucios y raídos, su extrema delgadez, indicaban una depauperación casi terminal… años de hambre y vida a la intemperie, enfermedades mal curadas, quizás alguna adicción insuperable… uno de ellos, con sus escasas fuerzas, empujaba por las piedras un desvencijado carrito metálico, robado sin dudas en el aparcamiento de alguna gran superficie, del que sobresalían una maraña informe de piezas metálicas, cables eléctricos y desechos electrónicos difícilmente identificables.

“¡Dios os ampare, hermanos…! -saludé, conmovido por su triste aspecto- el comedor más próximo de Cáritas está a unos cincuenta kilómetros más abajo, pero si os arregláis con algunas bellotas de caxigo, que tengo preparadas para mi dieta otoñal de engorde acelerado prehibernación…”

“Muchas gracias, Señor Oso, porqué usted debe ser, sin duda, el Famoso Oso, y nos perdonará la gracieta… es a usted a quien buscamos, pero permítanos que recuperemos el resuello y nos presentemos debidamente, exponiéndole el motivo de nuestra visita…”

Se dejaron caer en el suelo, boquearon durante un ratito, y después el que parecía llevar la voz cantante, empezó ya sin más dilación su increíble relato:

“Aquí donde nos ve, tiene ante usted dos jóvenes y prometedores investigadores: mi nombre es Marc González, y mi compañero, Jordi López, Doctores en Física por una Universidad que, en su día, cuando tenía aún presupuesto, gozaba de una cierta fama en los medios científicos internacionales. Malvivíamos tirando de becas del CSIC y de programas europeos, con la esperanza más o menos remota de acceder a una plaza en propiedad, pero ahora ya todo eso pertenece al pasado: nuestro centro, cerrado, vendido el edificio a una inmobiliaria extranjera, desbandado nuestro equipo por los cinco continentes, buscándonos la vida de las formas más inimaginables posibles… se cuenta de un director de Departamento que, hábilmente travestido, vende su cuerpo por las noches en el Parking del Camp Nou… todo en aras del Nuevo Modelo productivo en el que tienen puestas sus esperanzas nuestros líderes políticos, que puede sintetizarse en el decidido propósito de poner la competitividad de nuestro tejido productivo al nivel de, por ejemplo, Bangla Desh…”

“Nuestra resistencia fue, aunque nos esté mal el decirlo, heroica: hasta el último día intentamos mantenernos al corriente de los últimos avances de la Ciencia a la que habíamos decidido consagrar nuestras vidas: bajándonos de Internet copias piratas de las últimas publicaciones, conectando con investigadores de otros países cuando venían de turismo al nuestro, a emborracharse y hacer balconing en los hoteles de la costa… llegamos a organizar partidas de triles en las Ramblas, para conseguir reunir algunos euros y poder pagar el recibo de la luz de los laboratorios, pero caímos en el error de encargar dicha función a los compañeros de matemáticas, se hacían la picha un lío con el cálculo de probabilidades, y siempre les ganaban los turistas incautos que se acercaban a sus tenderetes…”

“Pues bien; en esas patéticas circunstancias de extrema precariedad, floreció el ingenio del más prometedor de entre nosotros, Arnau Pérez, hasta lograr plasmar su genial intuición en el más prodigioso descubrimiento, destinado a revolucionar profundamente nuestra Relación con el Espacio y el Tiempo: ese, justamente, que ve usted aquí, en este humilde carrito exhipercor: ¡tiene usted aquí, en la puerta de su osera, el único ejemplar existente del Cañón de Bosones!”

“¿El cañón de quéeee?”

“Recordará usted, sin duda, el revuelo que se armó a nivel mundial, con el descubrimiento del Bosón de Higgs… pocas veces un descubrimiento semejante llega a los medios de comunicación, y un término científico se vuelve familiar incluso entre quienes tienen escasas, si no nulas, nociones de qué diablos puede ser… sabemos que es usted un ser culto, en especial para tratarse de un oso, pero que su formación se ha centrado más bien en el campo de las Humanidades. Simplificando, podemos decir que se trata de una partícula muy, muy pequeña, y muy, muy rápida… una cosa pequeñica y que va a toda leche, para entendernos… Arnau nos convenció de que, si lográbamos construir una fuente manejable y fiable de dichas partículas, se abrían ante nosotros posibilidades hasta ahora desconocidas; imaginó el procedimiento para lograrlo, a un coste extraordinariamente reducido, y nos pusimos a trabajar febrilmente en su concreción material, una vez resueltos sobre el papel –es un decir; ordenador, por lo menos, teníamos- todos los problemas teóricos.”

“Sostenía Arnau que los bosones, disparados en dirección a cualquier cuerpo sólido, chocarían con los átomos del mismo, y a tales velocidades, bosón y átomo saldrían disparados en la misma dirección que llevaba antes la partícula… se lo pondré más sencillo; imagínese una mosca volando en dirección Oeste, que choca contra el parabrisas del Fórmula Uno de Fernando Alonso -cuando a Alonso le corrían los coches- mientras ese se dirige hacia el Este… mosca y coche, ahora juntos, siguen desplazándose a alta velocidad en dirección Este… Pero, si en vez de una mosca ponemos un bosón, en éste caso, al ser muy pequeñito el bosón, pero desplazarse a una velocidad increíblemente alta –y más si el cuerpo que lo recibía estaba parado, o incluso desplazándose lentamente en cualquier dirección- a pesar de la evidente diferencia de masas, por mucho que corriese el coche, la mosca arrastraría el coche hacia el Oeste… ¿lo va pillando…?”

“En cualquier caso, la mosca acabaría hecha papilla… por no hablar de la caja de cambio del Fórmula Uno…”

“Bueno, sí, pero no es el caso… ahora recuerde usted que nuestro Planeta gira sobre si mismo, y que cada giro equivale a un día… el giro es de izquierda a derecha en nuestro hemisferio: si disparamos los bosones hacia la derecha, los átomos que se lleven por delante darán vueltas mucho más rápido que la Tierra, es decir, avanzarán en el tiempo… y si se disparan a la izquierda, al revés, irán hacia atrás… sencillo, ¿no?”

“Más o menos…”

“Y graduando la intensidad del chorrito de bosones, y dirigiéndolo hacia un punto determinado, podríamos ajustar en qué momento exacto y en qué lugar concreto caerían las parejas de bosones y átomos.. y como caerían juntos, allí mismo y en aquel momento, tendríamos otra vez el cuerpo previamente bombardeado, un poco mareado por la velocidad del viaje –si se tratase de un cuerpo vivo-, pero entero y verdadero, con unos cuantos bosones de más, nada de particular…”

“¡Coño, la Máquina del Tiempo…!”

“Algo así, pero no demasiado diferente, en esencia, de lo que hace Ryanair… con la ventaja de que, en éste caso, no hay limitación de equipaje: se bombardea la maleta, viaja contigo, y santas pascuas…”

Y mientras Marc explica los fundamentos teóricos del invento, Jordi va sacando el contenido del carrito, conectando cables, desplegando los diversos desechos que componen el cacharro, y veo con sorpresa cómo pequeñas pantallas se iluminan, y un ligero zumbido comienza a salir de su interior…

“Observe aquí esta especie de pitorro de botijo… en realidad es un pitorro de botijo reciclado, elegido por la elevada resistencia del barro cocido al roce de los bosones: por ahí sale el chorrito… con estas ruedas graduadas podemos modificar el tamaño del chorro y la velocidad de los bosones… esa otra rueda nos da la dirección y la altura, lleva el gps de un móvil que nos vendieron en un locutorio sin hacer demasiadas preguntas… el generador de pedales nos proporciona la electricidad necesaria, y nos da una autonomía que nos permite poner en funcionamiento el trasto hasta en éste culo de mundo, dicho sea con perdón… y hay poca cosa más, el cojín de ganchillo lo hizo mi abuelita, y es donde se sienta el voluntario que va a ser teletransportado…”

“¿Y esa palanca gorda…?”

“Fundamental: es la marcha atrás, sin ella, el cuerpo –o el fulano, hablemos ya sin tapujos, desde el primer momento pensamos en enviar gente…- se quedaría allí a donde lo hubiésemos mandado: dándole a la palanca, el aparato chupa los bosones y, con ellos, los átomos, y el cuerpo vuelva del lugar y del momento…”

“Es la parte más divertida –dice Jordi- te da como un gustito…”

“¡Calla, vicioso…! –dice Marc- por eso se apuntaba éste a todas las pruebas… empezamos, como es natural, con cosas sencillas: enviar a alguien a dentro de dos horas, o al piso de al lado… como todo funcionaba bien, fuimos arriesgando más, semanas, cambiando de código postal… Y todo funcionó siempre a la perfección…”

“¿Y siempre volvían todos los átomos…?”

“Veo que entiende usted los problemas teóricos asociados al proceso… entre tantos millones de átomos, es natural que algunos se despisten, caigan más allá de lo previsto, o más pronto, o más tarde… Nada significativo: hemos calculado que, en unos 100.000 viajes, la pérdida de masa corporal no llegaría al 1/1000… inapreciable… incluso nos contrarió un poco; habíamos previsto que la pérdida sería mayor, y pensábamos en comercializarlo como cura de adelgazamiento…”

“¿Y el cuerpo se recompone exactamente igual, tanto a la ida como a la vuelta…?”

“Básicamente, si todo funciona bien, si… hay problemas con las vísceras, salen siempre un poco revueltas, pero das dos saltitos, se colocan en su sitio, y listos… a veces han pasado otras cosas, claro… una de las primeras veces que enviamos a éste dos meses atrás, al volver tenía la minina en medio de la frente…”

“¡Jó…!”


“¡No veas… -dice el aludido-, qué cachondeo, parecía una tía en una despedida de soltera… me tiré cuatro o cinco días con una gorra de lana calada hasta las cejas…!”

“Todo se arregló enviándolo un cuarto de hora adelante, se ajustaron los átomos, y la pilila volvió a su lugar, pero ahora no me digas que no, lo pasaste mal…”

“Bueno, lo peor era al hacer pipí… ¡Esa última gotita…!”

“A veces hay también algún problema de fechas, o aparece a dos calles de distancia, pero, en general, el sistema puede considerarse plenamente fiable y seguro.”

“Sobre todo, cuando estaba Arnau…” dice Jordi…

“Arnau ya no está entre nosotros…” –explica Marc…

“¿Algún accidente…?”

“No, no, nada de eso… se fue a Alemania…”

“No me extraña, la Universidad Humboldt, el Instituto Max Plank, se lo habrán rifado… ¡Ah, esa Juventud, la mejor preparada que jamás habéis tenido… “

“Pues no se lo han rifado, no… de momento está vendiendo salchichas en Alexanderplatz, con un fogón colgando de la tripa, y una bombona de butano en la chepa… un minijob de esos de la Merkel… pero ha echado el currículum en muchos sitios, y parece que ya le han ofrecido algo en un Kebah…”

“Bueno, muchachos, todo esto es apasionante, pero no acabo de ver donde encajo yo en este asunto…”

“Perdone usted, Señor Oso, pero había hablado de unas bellotitas… ¿qué le parece si comemos algo y, después, se lo explicamos con más calma…?”

Devoran la mitad de mi provisión de bellotas, dos frascos de miel, y una mermelada de grosellas Prince of Wales que guardaba para las visitas de compromiso, y Marc reemprende su exposición, después de regüeldar  discretamente:

“Señor Oso; el aparato funciona con una pila de uranio enriquecido que, como comprenderá, no resulta fácil ni barato reponer: hemos usado una que le cambiamos a un general moldavo por tres botellas de orujo casero hecho por mi abuela, que es de Chantada, pero está ya marcando la reserva: tenemos apalabrado el recambio con los iraníes, pero nos piden que nos convirtamos al Islam –en eso no hay problema…- y, además, una pasta que ni tenemos ni tendremos. Nos queda para un viaje, pero debe ser un viaje decisivo...”
“Hemos reflexionado mucho sobre cómo conseguiríamos vivir en un país normal, tener unas expectativas laborales decentes… sin tener que emigrar, claro…: utilizar ésta fabulosa posibilidad de que disponemos para dar un empujoncito a la Historia en algún momento decisivo, en la dirección correcta, evitando alguna de esas cagadas en que parecemos habernos especializado… hemos hablado con muchos amigos, gente formada y con criterio, dentro de lo que cabe, y ha habido una asombrosa coincidencia en una fecha y un hecho concreto en un sitio determinado…¿adivina cual…?”

“¡Se me ocurren tantos…!  ¿El Dos de Mayo de 1808, Madrid, alzándoos contra Napoleón para volver a traer a Fernando Séptimo..?”

“Monumental cagada, ciertamente… pero no, no es esa: retenga este dato: Tetuán, capital del Protectorado Español en Marruecos, 7 horas 30 de la mañana, domingo, 19 de julio de 1936…”

“Me suena, pero no estoy muy seguro…”

“Sitúese: desde la tarde del 17 de julio, y a lo largo del día 18, se han ido sublevando contra la República distintas guarniciones en Marruecos y en la Península: ya se han empezado a cometer las primeras barrabasadas, pero hasta el momento no hay nada que no pudiese reconducirse con un poquito de suerte; pero a esa temprana hora llega al aeródromo de Tetuán el General Franco para asumir el mando de las tropas mejor preparadas del Ejército, las que, en definitiva, le van a dar la ventaja en los decisivos momentos iniciales, y en las que va a basar su posición de privilegio dentro del bando sublevado, que se traducirá en el poder absoluto durante cerca de cuatro décadas…”

“Había militares más preparados técnicamente, más condecorados, más reaccionarios, más brutos y sanguinarios… pero Franco se impuso a todos, y a él se debe, en sus elementos más esenciales, un régimen que nació de una guerra fratricida y desastrosa, y mantuvo después durante décadas a España en una especie de limbo de los infelices, mitad cuartel, mitad convento, al margen de lo mucho, muchísimo que estaba corriendo por Europa… en 1935 veías las mismas coristas en el Paralelo que en el Follies Bergère de París, con las medias un poco más remendadas y con algo de bigote, para entendernos: en 1975, para ver Enmanuelle, tenías que enseñar el pasaporte en la frontera… apliquemos lo mismo a la técnica, la filosofía, la pintura, la música, los platos de duralex… Franco no fue tan solo un capataz de la Derechona de siempre: aportó ese tonillo especial que nos sacó de la corriente, nos puso en la vía muerta, y cuando nos parecía que lo habíamos superado… ¡Zas, esto de ahora…!”

“Hombre, no exageres, no tendría Franco la culpa de todo…”

“Por supuesto que no; tuvo cómplices a punta pala, admiradores vociferantes, financieros financiadores, poetas pelotilleros, nostálgicos todavía, y por muchos años… pero estamos hablando de una operación quirúrgica, de un acto concreto sobre un elemento clave, y todos los dedos apuntan en la misma dirección: sin Franco podrían haber pasado muchas cosas en España, y seguramente habrían pasado… pero una cosa está clara: no habría habido Franquismo…”

“Sintetizando, Señor Oso –dice Jordi, que se levanta y apoya una mano en mi hombro- estamos diciendo que alguien debe viajar al 19 de Julio de 1936, a Tetuán, e impedir que Franco asuma el mando de la rebelión: en todo lo demás no podemos influir, con la poca carga que nos queda; tan solo podemos enviar un cuerpo, si bien es cierto que voluminoso, pero no nos quedan bosones para una pareja…”

“Será, con diferencia, el viaje temporal más largo que se habrá realizado con el Cañón de Bosones –en distancia lo hemos superado: fuimos por su cumpleaños a ver a Arnau a Berlín, y comprobamos que quince cervezas no te afectaban en lo absoluto para el viaje de vuelta…- pero ese salto temporal, en seres humanos, puede ser problemático. Lo vemos más seguro con seres evolutivamente un poco más elementales, no sé cómo planteárselo, los úrsidos, por ejemplo… nosotros, pongo por caso, podríamos perder el pulgar oponible…”

“Os estáis poniendo un poco pesados con eso del pulgar oponible de los cojones, ¿no…?”


“Y está, por supuesto, la capacidad craneana y la complejidad cerebral… tenemos tal cantidad de neuronas que hace falta un montón de bosones para teletransportarlas…”

“Para lo que os sirven…”

“Y, eso es lo más importante, es preciso enviar a alguien con la capacidad de iniciativa, la decisión, la sangre fría, el agudo criterio, el don de gentes, la mala leche, el altruismo…”

“Y que nos haga un presio…” concluye Marc.

“¡Ay, qué labia tenéis, no se os puede decir que no…!”: Nunca he sido insensible a los halagos y, total, hibernar, una vez que lo has probado, es más bien aburrido… “¿Cuándo tendría que salir…?”


“Dentro de unos días; antes tiene que documentarse bien sobre la época y el lugar: aquí, en este pendraif tiene copias piratas de todos los libros de Historia que hemos podido localizar sobre el tema: evite los de César Vidal y Pío Moa, que encima le entrarían ganas de echarle una mano a Franco… le enviaremos a unos meses antes, tiene que situarse allí para poder realizar con éxito su misión… los detalles, por supuesto, los dejamos a su criterio…”

“Sabemos que no es usted exactamente un mercenario, pero si un profesional: de algo tiene que vivir, qué nos va a contar a nosotros, y supongo que las dotaciones presupuestaria para el mantenimiento de la fauna protegida tampoco deben estar en su mejor momento… hemos hecho eso que ahora llaman crowfunding –y que antes era una cuestación- para poder ofrecerle algo por sus servicios; hemos explicado por encima en qué consistía su misión, y estamos en condiciones de poderle ofrecer…”

“Ochenta y dos euros, veinticinco cent” dice Jordi sin levantar demasiado la voz…

“¡Hombre, si voy con la historia a Génova y me ofrezco a traerlo de vuelta, de veinte millones no bajo…! Pero uno tiene sus ideas, qué le vamos a hacer… venga, ochenta y dos veinticinco, no se hable más, hecho…”

Jordi y Marc suspiran, satisfechos… “Sabíamos que podíamos contar con usted…” y oigo que Marc susurra a su compañero: “ja t’ho havia dit, per vuitanta hauria anat també…”

“Venga, poneos cómodos, que tenemos que trabajar mucho estos días…. Voy a recoger unas bellotitas para la cena…”


……………………………………………………………………………………..........


Durante cerca de dos semanas, leo y releo los documentos que me han proporcionado, hasta adquirir unos conocimientos más que medianos de la situación política de la República a mediados de 1936, el Ejército de África, sus jefes, su organización, el Protectorado español en Marruecos y, sobre todo, mi objetivo, Francisco Franco: desde las biografías hagiográficas a las que lo ponen a bajar de un burro… poco a poco, empieza a interesarme un personaje potencialmente tan poco atractivo, tan diferente de los otros líderes fascistas a los que conoció Alte, y de los que tantas cosas me ha contado. Una persona tan gris, pese a haber vivido buena parte de su vida bajo los focos de la fama, alguien de quien ni tan solo los que más cerca estuvieron podían contar más que banalidades.

También hacemos prácticas con la máquina, sin atrevernos a probar una “transferencia” –así las llaman mis compañeros-, para no agotar más la carga de la batería, pero me siento en el cojín de ganchillo, miro fijamente hacia el puntito rojo que se ve en la pantalla principal, y escucho a Marc contar hacia atrás.. “Cinco, cuatro, tres…”

Así, el día definitivo, cuando la cuenta llega a “Cero”, cierro los ojos, y siento una especie de modorra y un calorcito agradable, mientras los bosones van recorriendo mi cuerpo y, literalmente, borrándolo a los ojos de mis compañeros, y mis átomos van tiempo atrás volando sobre el gobierno de Felipe González, la Transición, la Crisis del petróleo, los años del Desarrollo, la larguísima postguerra, la Guerra Civil….

Aparezco, de pronto, en el sitio que habíamos estado estudiando en Google Earth, pero un montón de años atrás: hace calorcito, el cielo es de un intenso azul, y a mis espaldas tengo un denso bosquecillo de chumberas: estoy al borde de un camino de tierra, por donde circula una enorme cantidad de gente, que me miran no sin cierto asombro: hombres de tez muy morena, vestidos con chilabas pardas o rayadas, montando en burros muy pequeños, que casi desaparecen entre sus piernas; mujeres con el rostro velado, y niños, montones de niños, descalzos y bulliciosos, que se acercan a mirarme y salen corriendo, entre risas, después de tirarme de los pelos. A lo lejos veo los tejados rojos y las blancas paredes de las casas de Tetuán, dominadas por los minaretes de las mezquitas desde los cuales, precisamente en aquel momento, los almuecines están llamando a la oración, y sus salmodias llenan el aire, hasta que las acalla el sonido de un cornetín que toca una llamada que muy pronto me será familiar…”¡Legionarios a luchar, legionarios a morir…!”

Detrás de mí, sobre una loma, un cuartel de torres y paredes almenadas, de un blanco deslumbrante, sobre el que ondea la bandera de la República: pintado sobre su puerta, el emblema de la Legión: entran y salen soldados de verde uniforme, y hacia allí dirijo mis pasos, con un nudo en el estómago: las piernas me tiemblan un poco, y siento algo parecido a un resacón mediano, pero he hecho una rápida comprobación y, al parecer, todas mis piezas básicas se encuentran en su sitio.

Me conducen hacia una pequeña oficina, donde reina un viejo sargento, delgado y fibroso, quemado por el sol, con patillas de boca de hacha, y una espectacular pelambrera en el pecho, que desborda la camisa, abierta casi hasta el ombligo, y desde la cual lanza destellos un Cristo de oro, de notables dimensiones, que parece un gorila escondiéndose en la densa selva congoleña…

“¿Qué se te ofrece, muchacho…?”

“A la Paz de Dios: que venía yo a ver si podía apuntarme a la Legión…”

“Al lugar adecuado has acudido, que éste es el Banderín de Enganche, y debo felicitarte por lo acertado de tu decisión, pues si buscas la Aventura, el Peligro, el Esfuerzo, una comida poco imaginativa pero sana y relativamente abundante, y una modesta retribución, vas a estar aquí muy a gusto, siempre que no nos toques los cojones a tus superiores, en cuyo caso te juro que vas a cagar sangre… sin ir más lejos, voy a apuntarte en mi pelotón, que no es de los peores, y me comprometo a hacer de ti un ejemplar legionario, a fuerza de hostias, si es el caso… ¿me dices con qué nombre quieres ser conocido…?”

“El Oso, simplemente…”

“Legionario Eloso, ese será tu nombre en la Legión, que aquí nos la trae floja lo que seas o dejes de ser en la vida que dejas atrás; hayas hecho lo que hayas hecho, eso queda olvidado, y aquí no te van a venir a buscar los guardias civiles, eso te lo aseguro… y si vienes aquí por mal de amores, tampoco te cortes por eso, que aquí hay hombres muy hombres con más cuernos que el papá de Bambi… tenemos de todo, desde seminaristas hasta sicarios cargados de crímenes, y no te cuento de los que han venido aquí porque ya no conocen más patria que la Guerra… tenemos un pelotón formado exclusivamente por exgenerales rusos blancos, y es una risa ver como discuten por los servicios echándose por encima grandes cruces, posesiones en Siberia y abuelas amantes del Zar…alemanes hay también un montón, y austríacos, y húngaros, y de todas las leches esas de países que antes no había…”

“No llegas en mal momento, dentro de todo, porque el Moro está así como conformado, después de la paliza que les dimos hace unos años, pero de confiarse, nada, porque tampoco hace tanto que nos hicieron correr como galgos… bueno, a los legionarios, no, pero nos dieron la del pulpo, desde Annual a Melilla, muriendo los nuestros como moscas, que decían que los buitres comían de comandante p’arriba… ahí donde los ves, pesados como la madre que los parió cuando te quieren vender un reloj falso, luchando son leones, y los tienen muy y muy bien puestos… aquí estamos mayormente con el ojo encima de lo que pasa en la Península, que ya sabrás que está todo muy revuelto, y nosotros, mientras tanto, preparándonos para lo que pueda venir… así que ya sabes lo que te espera: instrucción y más instrucción, hasta que sepas obedecer las órdenes hasta dormido, y aprenderte de memoria el Credo Legionario, que cada día me lo vas a recitar de corrido dos veces, una al derecho y otra al revés… recoge ahora el equipo, que es poco porque no dejamos de ser un país pobre, y, sobre todo, el fusil y el machete, que los vas a tener siempre a tu lado, limpios y preparados, y sal corriendo ahora mismo para tu compañía, que te quiero ver en diez minutos formando, ¡ A la puta carrera, ya…!”

Empecé mi periodo de instrucción, y lo hice  como debe ser, es decir, desde lo más modesto, que aquí equivale a limpiar letrinas, pelar patatas, barrer las compañías, y recoger las cagarrutas de la cabra que nos sirve de mascota… todo ello unido a interminables horas de marcar el paso, girar a un lado y otro, montar y desmontar las piezas del fusil, mantener limpio y brillante todo lo susceptible de limpiarse y de brillar… luego empezamos ya a correr por el campo, dándonos los grandes barrigazos al tirarnos al suelo, reptar como culebras en el polvo, intentar darle a blancos situados cada vez más lejos… vamos, las delicias de la vida militar, no sé si tú te libraste… ¡Vale!, pero ya eran otros tiempos y otro sitio y, además, seguro que estuviste enchufado… ¿Lo ves…?

Ya me vas conociendo, y entenderás que mi manera favorita de pasar una mañana de verano, a cerca de cuarenta grados, no es subir corriendo una ladera para, después, asaltar una trinchera, sortear alambradas, donde siempre te dejas marañas de pelos, sudar como un desesperado, todo ello adobado con juramentos, amenazas de arrestos a los poco entusiastas, patadas en el culo a los más remisos… Sin embargo, te contaré algo que me resulta difícil reconocer: 

Sabes que los osos somos gente solitaria: pasamos meses y meses sin ver ningún colega, incluso procuramos esquivarnos… a las osas las vemos solo en el celo –anual, por supuesto- y, como somos algo pichafrías, si un año no coincides, pues tampoco pasa nada… convivir día y noche con cien tíos malolientes y vociferantes, al principio, se me hacía más cuesta arriba aún que subir por la ladera: pero poco a poco le fui encontrando su gracia a las charlas sobre cualquier cosa, después de un día de ejercicio agotador, compartiendo una botella de un coñac de tercera o cuarta, y unos porritos de grifa, o las escapadas a Tetuán, a partirnos la cara en los cafetines con los Regulares o, peor aún, los soldados de reemplazo… Empezaba a encontrarme a gusto en la Legión.

Pero esos momentos de honesta diversión no podían enmascarar la dura realidad; éramos un ejército de ocupación en un país enemigo y hostil, con un pueblo determinado y valiente enfrente, y sólo controlábamos el terreno que pisábamos: “¡El Moro es muy traicionero!” avisaba sin tregua nuestro sargento, pero no pasaba día sin que viviésemos en nuestras carnes las consecuencias… la vuelta a nuestro acuartelamiento tras nuestras salidas vespertinas era el momento más peligroso: formábamos grupos numerosos, enviábamos patrullas por delante, para intentar asegurar el terreno… todo en vano: en cualquier momento, en cualquier recoveco de un callejón oscuro de la Medina, nos aguardaba la imagen terrible de unos ojos fríos y crueles, la sonrisa desdentada del moro que se lanzaba sin piedad sobre nosotros… “¡Espanioles, amigos, precio barato, buen precio, precios ripublicanos…!¿Relojo bonito, babuchas, chilaba diseño…?, ¡hierbas de Moro, hierbas buenas, quilé duro, mujera contenta…! ¿No mujera tú, maricón tu…? ¡No problemo,  hierba de moro, quilé duro, novio contento…! ¡¡Di tú el precio…!! ¿No dinero…? ¿catalán tú…? ¡Visca Companys, visca el Barça…!” Inútil resistirse: nuestras taquillas iban llenándose de babuchas, manos de Fátima y paquetitos de té moruno con hierbabuena…

Los días iban transcurriendo, yo iba siguiendo, por los pocos periódicos que podía trincar en la Cantina de Oficiales, la evolución de los hechos en la Península –evolución que, como suele ser habitual en esa pobre Península, iba de mal en peor- y veía como se acercaba el momento decisivo… las hojas del calendario caían aceleradamente, y, casi sin darme cuenta, me encontré viendo aparecer la correspondiente al 18 de Julio de 1936.

Durante todo el día, el cuartel se mantuvo en plena ebullición, recorrido por los rumores más variados: todos veíamos una concentración de oficiales absolutamente fuera de lo común, comandantes, tenientes coroneles y coroneles de otros cuerpos, que paseaban, nerviosos, acompañando a nuestros oficiales, fumando sin parar y hablando con un tonillo curioso, entre desafiante y conspirador: los suboficiales, alteradísimos ante la presencia de tantos mandos, descargaban en nosotros que, como suele ser habitual en esos casos, íbamos ligeramente más de culo aún que los días normales, y procurábamos escondernos de las formas más variadas para ver si amainaba el temporal.

A la hora de retreta, los rumores coincidían en que algo gordo estaba pasando en las restantes guarniciones africanas, e incluso en alguna de la Península: no faltaban quienes habían conseguido oír en los escasísimos aparatos de radio informaciones alarmantes sobre una insurrección militar, es decir, de nosotros… durante la cena –ligeramente mejor de lo habitual, otra señal preocupante- nadie hablaba: los cabos recibieron instrucciones de prepararse para repartir munición suplementaria… la ración de vino también fue aumentada: uy, uy…

Justamente aquella noche estaba yo de servicio, y me dirigía ya hacia el Cuerpo de Guardia para sumarme a mis compañeros, cuando el viejo sargento, saliendo de su oficina, me llamó y me hizo entrar, cerrando detrás de mí la puerta:

“Eloso, muchacho… no he encontrado ocasión para decírtelo, pero no quiero dejar pasar este momento sin que sepas que estoy muy orgulloso de ti: lo habrás sospechado al ver que sólo en muy raras ocasiones me cagaba en tu puta madre y te daba puntapiés en el culo…te has integrado perfectamente en el Tercio, y puedo decir con satisfacción que he hecho de ti un legionario ejemplar. Por eso, cuando me han pedido hoy que designase a una persona –más o menos- de mi entera confianza, para un servicio muy especial ,no he dudado ni un momento:”

“Mañana por la mañana, al toque de diana, te presentas correctamente uniformado y armado, y se te enviará al aeródromo, a recibir a un oficial muy, muy importante, que viene a ponerse al frente de algo que no me han dicho: se trata de un general que ha sido legionario, no te digo más, y si decís que yo tengo mala follá, -que no digo que no-, ni te imaginas ese, ahí donde lo ves, bajito y con voz de cura, que te mira con esos ojillos que tiene y se te suben los cohones tal que hasta aquí… te pones a sus órdenes, y lo traes al cuartel, que aquí estaremos todos esperándole para recibir sus instrucciones…”

“Por eso, déjate de guardias, te vas a la compañía, y te me duchas y te me cepillas el pelo bien cepillao, que no veas tú como le gusta la limpieza y el orden al muy jodido, y mañana, a primera hora, a cumplir con eses servicio… ¡Media vuelta, y cagando hostias, ya…!

Así lo hice; amaneció un día de julio africano, y cuando los primeros rayos del sol salían por detrás de las montañas, ya estaba yo en la pista del aeródromo, más tieso que un palo, saludando al general que descendía de la breve escalerilla del avión que, sin parar del todo sus motores, levantaba auténticas tempestades de tierra rojiza que nos envolvían, haciendo poco menos que inútiles mis esfuerzos higiénicos…

“A la orden de vuecencia, mi general: se presenta el Legionario Eloso, encargado de acompañarle a nuestro acuartelamiento…”

“Siga, siga en el primer tiempo del saludo, legionario… a ver… esas garras no brillan, y esos pelillos rizados en el cogote… apúntese la primera y la tercera imaginaria arrestadas, y preséntese mañana debidamente, o le meto un puro que se caga… y ahora, tenga la amabilidad de recoger esos tres baulitos en que transporto mis uniformes de gala, de media gala y de trapillo, y mis ya numerosas, aunque aún a años luz de lo que serán en el futuro, condecoraciones, y me sigue usted al trote, que he quedado con unos colegas en su cuartel, y no es cosa de tenerlos esperando…”

Así lo hago, y, resoplando como una locomotora, intento seguir el ritmo de su paso, sobre esas patillas cortas, pero engañosas… descendemos por la polvorienta carretera, hacia el puente que salva un mísero riachuelo, prácticamente seco, donde chapotean unos niños desnudos que se tiran alegremente piedras, ramas y pellas de barro.

“¡Fíjese lo que son las cosas, mi general… ahí donde lo ve, nadie diría que en este río de mierda –si me disculpa la expresión-, en unas recónditas gorgas a pocos cientos de metros de aquí, críanse los más hermosos, bravíos y saltarines salmones de esta parte de África…”

Una sonrisa beatífica ilumina su rostro… “¿Salmones…. Aquí, en Tetuán, está seguro…?”

“Lo que yo le diga a vuecencia, que, como oso que soy, de eso entiendo un rato… aquí los vengo a pescar a la hora del paseo, en vez de ir a los burdeles que uno es muy serio para esas cosas, como sin duda lo será vuecencia… y aquí pesco piezas de auténtica excepción, con las que contribuyo modestamente a mejorar nuestro rancho, sano y abundante, es bien cierto, pero pelín monótono…”

Lo veo vacilar… “Bueno, podríamos probar suerte… pero no he traído el material adecuado, es curioso, nunca sabes qué llevarte a un Golpe de Estado…”

“Por eso no pase pena, mi general, que con una cañabrava de esas que crecen generosamente en este terreno dejado de la mano de Dios y de Alah, y el cordón de mi alpargata-bota, le improviso yo un aparejo en un momento, y en un ratito, mala suerte tendremos si no pesca vuecencia tres o cuatro ejemplares de esos que luego sus amigos no se creen ni hartos de vino…”

“¡¡Venga –se decide- vamos a por esos salmones, legionario… total, es temprano, y aunque retrasemos una media horita la sublevación…!!”

Dejamos los baúles apoyados en el pretil del puente, y nos internamos alegremente por el sendero que, entre cañas y chumberas, se pierde río arriba.

…………………………………………………………………………………………

Poco rato después, me cuadro ante los mandos que abarrotan el patio del cuartel, frente a la tropa formada, y saludo a mi coronel, que me mira absolutamente desconcertado…

“¿Y el general Franco…?”

“Susórdenes, mi coronel: que me ha dicho que, a última hora, se lo ha pensado mejor, y que no se subleva: ha cogido el avión y me ha dicho que se iba a Inglaterra, que el clima le recuerda mucho el del Ferrol que ya nunca será del Caudillo, que lo siente mucho, que le disculpen, y que ustedes verán…”

Los coroneles presentes se miran en absoluto silencio… en todo el amplio patio de armas, con tres mil tíos formados, se podría oír el vuelo de una mosca… Yo, por si acaso, sigo firmes y mirando al frente, sujetando mi máuser…

“¡Joooder con Paco…!” rompe el silencio un coronel de Regulares….

“¡Jooooder!”, contestan todos a coro…

“Bueno, pues digo yo, si él no lo ve claro…”

“Hombre, claro, claro… yo tampoco lo veía…”

“Vale, sí, no sé yo si eso del fascismo tiene mucho futuro, la verdad..”

“Y con la calor que está haciendo, ahora, salir a pegar tiros…”

“Lo de sublevarse, bueno, de acuerdo, es una tradición, todo lo que queráis… pero, si sale mal, te fusilan, y eso, a la larga, a tu carrera no le favorece nada…”

“Y que la República tampoco está tan mal, vamos, digo yo…”

“Eso, que en Francia tienen, y bien buenas que están las tías…”

“Y hacen unas cosas…”

“¡Cuenta, cuenta…!”

Poco a poco, los oficiales se van marchando hacia su cantina… aún acierto a oír a uno de ellos que afirma que Azaña, en el fondo, no le cae mal del todo… mi coronel se vuelve hacia el viejo sargento y le dice, como de pasada… “Di a los muchachos que rompan filas, y que hoy, paella variada…”


Sigo al sargento hasta su oficina: se derrumba en su sillón, se afloja el cinturón, enciende una faria, y me mira largamente en silencio…

“Qué cosas, ¿no, Eloso…?”

“Si, ya ve usted, mi sargento…”

“No sabes tú bien el peso que me he quitado de encima… que, aquí donde me ves, yo soy más bien de Largo Caballero, y andaba yo en un ay… que estas cosas se lían a la que te descuidas, y luego a ver quién las arregla… si ese señor se ha ido, pues muy bien… ¿hace una copita de coñac..?”

“Venga esa copita, mi sargento…”

Deposito mi copa vacía en la mesa llena de estadillos y quemaduras de tabaco, y aprovecho para decirle: “Mi sargento, que quiero que lo sepa usted el primero: no me reengancho, me voy…”

“Pues mira, Eloso, ahí creo yo que la cagas, que ya te había propuesto para el ascenso a cabo, y cabo legionario ya es una carrera, que tienes tus tres pesetillas diarias, y a reírte del mundo, con el paro que hay ahí fuera… pero eso es como todo, que nadie sabe mejor que uno lo que le puede llegar a convenir, y que si ese es tu camino, tus motivos tendrás, y no voy a ser yo el que te critique por esa decisión… pero que sepas que aquí tendrás siempre tu casa, que el mundo da muchas vueltas, y si alguna vez quieres volver, aquí te estaremos esperando… ¡Y ahora, Eloso, un abrazo a tu viejo sargento…!

Nos fundimos en un abrazo osuno, echamos unas lagrimillas, entrego mi petate, y salgo zumbando hacia el punto de recogida, que tengo señalizado con un montoncito de piedras… se me está echando encima la hora de la succión de bosones y, la verdad, ya tengo ganas de salir de un siglo tan aperreado…

Me siento sobre el montoncito, cruzo los brazos, y experimento la sensación tan especial que ya me habían anunciado… es algo así como ser tragado por un gigantesco aspirador hacia un vórtice negro, girando en el vacío, pero, afortunadamente, la sensación es muy breve y, con un ligero costalazo, aterrizo en mi punto de destino.

Frotándome las partes doloridas –y comprobando de nuevo la situación de los elementos corporales más visibles-, miro a mi alrededor…. Estoy en un prado, pero, desde luego, no en Ballibió, porque, aunque se ven relativamente cerca montañas nevadas, por el lado opuesto los prados llegan hasta un acantilado que se despeña hacia un mar bravío. Los campos tienen un aspecto limpio y primigenio, y se ven pequeñas aldeas de casitas de piedra y techos de paja, entre las cuales pululan hombres y mujeres vestidos de pieles y toscos tejidos, que prensan manzanas en grandes recipientes de piedra, ordeñan vacas, amasan quesos que rápidamente se cubren de un moho maloliente, o bajan a pozos de minas, de donde sacan capazos de carbón…

Uno de aquellos varones se dirige hacia mí; lleva un venablo de hierro, y una corona de oro en difícil equilibrio sobre sus sucios cabellos…

”Usted ye un osu, ¿no es así…?”

“Pues si, no puedo negarlo… ¿Y con quien tengo el gusto…?”

“Favila, Rey de les Astúries…”

“Encantado…”

“Los reyes matamus osus…”

“Si, ya había tenido noticias de tan desagradable afición…”

“Tiene usted que comprendernus… no es nada personal: es por una cuestión de imágen: los paisanus se mosquean: se dicen “Esos guajes ni baixen a los pozus de les mines, ni ordeñen vaques, ni hacen quesus, ni sacan sidrina de les pomes, y bien que comen y beben cada día…” entonces tenemos que hacer proeces para que digan “¡Buenu, para algu sirven…!” Antes matábamos morus, pero echámoslos a todus más allá del Puertu Pallares, y cualquiera los va a buscar… sólo nos queda tirarnos paisanes, o cazar osus… ¿ha visto usted a las paisanes…? Tienen más pelus que usted, y huelen… casi todus preferimus los osus…”

“Pues mire usted, Su Majestad: así explicado, casi parece lógico; fíjese lo que tiene razonar las cosas bien, que no deja de fastidiar, pero se queda uno como más conformado… pero antes de proceder, abróchese la correa de la abarca, que se le ha desatado…”

Instintivamente, se agacha, buscando la correa con la vista… si quieres un consejo saludable, nunca, pero nunca, te agaches cuando tengas un oso delante. De hecho, tampoco debes agacharte teniendo un oso detrás, pero los riesgos, en ese caso, son de otro orden de magnitud… Esas cosas, si no te las dice un amigo, solo se aprenden con la práctica: lo malo es que pocas veces puedes aprovechar esa experiencia en sucesivas ocasiones: desde luego, Don Favila, pobrecito mío, no gozó de una segunda oportunidad.

Con el tiempo justo, vuelvo de nuevo al punto de recogida, cuando ya se empieza a notar de nuevo el chupeteo bosónico… cierro los ojos, pensando si el viajecito no me cortará la digestión, lo primero sólido que como desde la paella variada legionaria, pero casi sin darme cuenta estoy de nuevo en Añisclo, ante Marc, Jordi, y el humeante montón de chatarra y tecnología de baratillo que manejan…

“¡Lo hice, lo hice!- salto sobre mis patas traseras, palmoteando de alegría-…. ¡Ese no se subleva…!”

Me miran en silencio… es Marc quien me dirige la palabra: “Lo siento mucho: se sublevó; aquí lo dice la Wikipedia: ganó la guerra, gobernó ni se sabe de años, murió en su cama, en 1975…”

Mi desconcierto es total: “¿entonces…?”

“Siéntese y se lo explicamos: sabíamos que algo así podía suceder: que seamos becarios de un país en la ruina no quiere decir que seamos gilipollas… ¿Qué hubiese hecho usted, lo primero de todo, prioridad uno, si hubiese tenido una máquina del tiempo…?”

“Ir al lunes siguiente y…”

“Volver con los números de la Primitiva: por supuesto; y de la bonoloto, y de los euromillones, y de los ciegos, y del Gordo de Navidad, y de la Grossa, que para eso somos catalanes…”

“Lo hicimos varias veces; nos apuntábamos los números en un papelito –no le explico dónde lo guardábamos-, y, a la vuelta hacia atrás, apostábamos los pocos euros que nos quedaban: nada; siempre salían números diferentes… pillamos algún reintegro, pero nada…”

“El viaje a Berlín también nos dio una clave: nos pusimos ciegos de cerveza pero a la vuelta, ni una resaca… incluso yo me pegué un buen revolcón con una letona que estaba de Erasmus y ya me ve, con pintas de no haberme comido una rosca en mi vida. Arnau, que es el más espabilado, ya había sospechado algo así, por eso se fue a vender frankfurts, le veía más futuro…”

“Fue él quien dio con la solución teórica del asunto: sabrá usted que, desde hace años, los físicos andamos mosqueados porque hay algo que no nos cuadra: hemos calculado la cantidad total de materia que hay en el Universo: no le daré cifras, pero es una auténtica pasada… luego sumamos la masa de los cuerpos que conocemos: galaxias, estrellas, planetas, meteoritos, cometas… una mierda, una fracción infinitesimal de toda la que debería haber… para explicar ese fenómeno, hemos inventado la tontería esa de la “Materia oscura”…”

“Pues no: según Arnau, cada vez que se produce un salto hacia atrás y se toca algo de lo que ya ha pasado (nosotros hemos inventado la máquina, pero parece que, por causas naturales, eso puede estar sucediendo constantemente), se abre una nueva realidad alternativa… y en esos miles y miles de realidades distintas es donde está toda la materia que no encontramos…”

-“Como las diferentes páginas de un Excel…”- apunto-

“Exacto, lo ha cogido… si abre esa pestaña, verá una historia donde Franco no se sublevó, Azaña acabó su mandato como Presidente de la República…”

“Pero nosotros estamos en la otra, en la de siempre”, remata Jordi…

“Vamos a ver… yo me acabo de comer a Don Favila, y a Don Favila se lo comió un oso, eso hasta lo explicaban antes en la escuela…”

“Sería otro oso: entonces había muchos, y era un accidente muy frecuente…”

“Era la Enfermedad Coronaria de la época: en los registros parroquiales las causas de muerte que más aparecen son, por éste orden, “Cagaleras” y “Comido por osos”. “Alta prevalencia”, que dicen los epidemiólogos…”

Tristemente, fueron desmontando el aparato y guardándolo en el carrito de Gran Superficie… “Señor Oso, le estamos infinitamente agradecidos… Había que intentarlo, ¿verdad…? Seguiremos estudiando cómo mejorar el invento, no sé, igual le encontramos alguna utilidad, enviar japoneses a ver a Gaudí haciendo los planos de la Sagrada Familia, pagarían una pasta…eso sí, que no toquen nada… ya sabe dónde tiene usted dos amigos de verdad… y, usted perdone pero, si no es molestia… ¿le importaría que cogiésemos algunas bellotitas para el viaje de vuelta…? ¡¡Gracias, gracias mil…!!”

……………………………………………………………………………………………

Pues ya ves lo que me ha pasado esta vez: he vivido fuera de nuestra realidad por lo menos un par de veces, y ya me tienes otra vez aquí… a veces pienso que ha sido todo un sueño, pero he estado investigando por mi cuenta… por ejemplo, ya comprenderás que tuviese ganas de saber qué había sido de mi sargento; ahora por internet todo se sabe, aunque no seas Obama: mira lo que he encontrado: “Exuperancio Romerales: sargento de la Legión: se pasó al bando republicano en los primeros combates: teniente de milicias en la 43 División. Bolsa de Bielsa. Batalla del Ebro. Pasa a Francia, Maquis, División Leclerc. Legión Extranjera: brigada; campaña de Indochina; en Dien-Bien-Fu se pasa al Viet-Minh: ascendido a general; junto con un oso, asesor soviético, construye una red de túneles…”

-¡Alte!

-Me faltó tiempo para llamarle: se partía el pecho de risa… “¡Qué jodido, el general Loh-Meh…! Parecía vietnamita, así, chiquitito, pero tenía una mala hostia… y esa costumbre de comer chorizo… Fue el primero que entró en Saigón, se cargó la verja del Palacio Presidencial con un PT-76, dijo que le habían fallado los frenos…”

-Pero… si estuvo en la 43, bien pudo pasar por aquí…

-Pues mira lo que he encontrado aquí, en la pared de la osera…mira, ahí debajo, rayado en la piedra… “Eloso, Romerales estuvo aquí: ¡Viva la República y Viva la Legión…!” Le había hablado yo tanto de mi cueva… parece que la supo encontrar muchos años antes que yo… ¡Qué cosas…!

-Y ahora, en serio, en una realidad paralela…. ¿Te comiste a Franco?

-Nunca he dicho semejante cosa: simplemente, le disuadí: le enseñé recortes de periódico; su nieta en “¡Mira quien baila!”, su nieto cazando con Blesa, la Infanta y Urdangarín… no me costó mucho convencerle… cogió el avión, y se fue a Inglaterra: me dijo que tenía una oferta muy buena, capataz en una plantación en Kenia… ve tú a saber dónde habrá acabado…

-Y aquí me tienes… preparándome para hibernar otra vez, pero a ver quién me quita ahora esto… mira, aquí, entre los pelos del pecho… me lo tatué, como todos; el Cristo Legionario, y aquí pone “Amor de Madre”… pensé que se me iría al volver, pero no… y ya me dirás qué hago yo con siete pares de babuchas, que encima no son de mi número… ¿No te querrías llevar unas…? ¿Y unas manos de Fátima…? ¿Y un té moruno…?

Marzo de 2014.


Paris, Segunda Parte...

Disfruté contando mis experiencias en mi primer viaje a París, pero me dejé muchas cosas, no en el tintero -que no uso- sino en el teclado del Mac: ahí van algunas...



Los viajes te ofrecen la posibilidad de conocer personas con las que, en otras ocasiones, apenas hubieses tenido ocasión de mantener contacto: éste no fue una excepción; ya en el tren, uno de nuestro grupo se había encontrado con dos amigos suyos, estudiantes de periodismo, que iban también a pasar unos días en París: intercambiamos direcciones, y quedamos vagamente en vernos y visitar algo juntos, sin tener ninguno demasiado claro si aquel encuentro, en una ciudad tan grande, y donde todos íbamos a estar sometidos a tal cúmulo de experiencias. se concretaría, o no.

Dos días después, los vimos aparecer en nuestro hotel: estaban más o menos invitados a quedarse en casa de una amiga de amigos, pero, una vez allí, por determinadas circunstancias, no se sintieron cómodos: el piso era una especie de pensión, y ellos eran los únicos heteros; al principio, creyendo que eran pareja, fueron acogidos con toda normalidad, pero, una vez deshecho el equívoco, parece ser que algunos de los inquilinos extremaban sus atenciones hacia ellos, en un afán de proselitismo perfectamente comprensible, porque los dos futuros periodistas eran guapitos... quizás temían por la solidez de su orientación, puesta a prueba, según contaban, por un musculoso griego de cerca de dos metros, que tenía la costumbre -perfectamente helénica, por otra parte- de salir de la ducha completamente desnudo y secarse sensualmente con la toalla delante de nuestros amigos... en fin, por hache o por be, venían a sondear la posibilidad de que les diésemos acogida en nuestro hotel.

Ya os conté que, en aquel momento, el resto de los huéspedes y todo el staff del hotel estaba compuesto por antillanos de color: suponiendo que, con un grupo tan numeroso de blancos, que les debíamos parecer todos iguales, se descontarían y nos confundirían a unos con otros, accedimos a darles refugio, aprovechando que en varias habitaciones había camas vacías... allí se quedaron con nosotros, hasta el final de nuestra estancia, sin que nadie pareciese darse cuenta del asunto.

"Los periodistas" -lamento haber olvidado sus nombres- compartían algunas de nuestras actividades, pero también campaban por su cuenta, buscando contacto con cosas relacionadas con su profesión: y así llegaron a conocer, e incorporar al grupo en algunas salidas, a un personaje singular; un corresponsal de Radio Nacional de España, bastante famoso en aquella época, llamado Mariano.

Mariano era mucho mayor que nosotros, pero en seguida se adaptó a nuestras salidas nocturnas a Montmartre, y fue uno más, enbobándonos continuamente con sus historias... contaba, por ejemplo, como había cubierto, en Suiza, la larga agonía de Doña Victoria Eugenia, la viuda de Alfonso XIII, abuela de Juan Carlos... la ilustre dama, que había sobrevivido a los cuernos y los disgustos que le proporcionó su impresentable regio esposo, debía ser una mujer de hierro, porque agonizó durante días y días, ante el desespero de los periodistas que cubrían el evento, deseosos de cerrar el caso y dedicarse a cosas más interesantes que esperar el fallecimiento de una anciana... una noche, a altas horas de la madrugada, Mariano ya no podía con su alma: llamó a su informador, para ver la situación, le dijeron que "se estaba apagando", y ya le pareció bastante: llamó a Madrid, dijo, simplemente "Ya se ha muerto", y se lanzó de cabeza a la cama.

Despertó a media mañana, consciente de la magnitud de lo que había hecho, y llamó inmediatamente a Madrid, con la intención de presentar su dimisión: no fue preciso; le felicitaron por la presteza de su información y la fiabilidad de sus fuentes; el comunicado oficial sobre la muerte de la Reina se había producido apenas dos minutos después de su llamada.

No menos orgulloso estaba de otra gesta; la retransmisión del primer pedo trasatlántico... se encontraba con Cirilo Rodríguez, otro famoso periodista de la época, cubriendo desde Washington, para RNE, las elecciones en que venció Kennedy... con los medios de transmisión de datos de la época, y los husos horarios yankis, la cosa era más bien lenta y tediosa... para pasar el rato, propuso: "¿Y si nos tiramos un pedo en el micrófono...?" Dicho y hecho... "Madrid, Madrid, ¿habéis oído algo...?" "Si, un ruido fuerte..." "Nosotros también, será estática en la línea..." "El pedo se lo tiró Cirilo, pero la idea fue mía...", remataba, entre nuestras carcajadas...



Precisamente, una de las noches en que habíamos quedado con Mariano, tenía yo una cita en París: veraneaba en Boltaña una chica parisina, Danielle, bastante más joven que yo; era un encanto, guapa y simpática, pero con un serio handicap, que impedía que fijásemos nuestra atención en ella: su madre. La madre de Danielle era, sencillamente, una diosa, o así nos lo parecía a todo el grupo de amigos: encarnaba todo lo que, en nuestro imaginario juvenil, asociábamos a la Mujer Francesa: belleza, elegancia, chic, je ne sais pas quoi y- aquí empezaba nuestra imaginación calenturienta-, técnicas eróticas de segunda generación y uso masivo de lingerie de dentelles, preferentemente negra, nunca, nunca de color carne. incluyendo el liguero, ese Lince Ibérico de nuestro fetichismo corsetero, en vías de extinción ante el avance incontenible de los antiafrodisíacos panties... ante nosotros, paletos hispanos -doblemente paletos, por lo tanto-  la madre de Danielle eclipsaba al mismo Sol, calculad si nos dejaba energía para ocuparnos de su simpática y encantadora hija...

Nada más llegar a París, había telefoneado a Danielle, y vi colmadas mis mejores expectativas: quedábamos para vernos y, además sus padres me invitaban a comer en su domicilio, en un agradable suburbio -en el sentido yanqui del término-, no lejos del Aeropuerto de Orly.

La cita era a las doce del mediodía, una hora que me parecía tardía para los usos franceses, pero era cuando Danielle terminaba sus clases en una facultad técnica del Campus de Jussieu: en cuanto nos vimos, me propuso ir a tomar un café; yo no llevaba en mi cuerpo más que un croissant y el aguachirle que te daban por aquel entonces en los hoteles franceses de medio pelo, y hubiese preferido un aperitif o una cañita, a ser posible con tapas... pero aluciné al verme conducido a un café italiano, presidido por una majestuosa cafetera exprés "Gaggia", y casi me arrojé en brazos del dueño, italiano como el café, gritando: "¡Prego, hazme un café como Dios manda, como en tu tierra y en la mía...!"

Una vez confortado con el espresso, me propuso Danielle visitar la vecina Mezquita de París, en aquel entonces controlada por los Musulmanes Negros; nacidos en los ghettos norteamericanos, los Black Muslims representaban un intento de agrupar a los Pueblos de Color bajo el Islam, en una perspectiva revolucionaria: sus líderes más conocidos -Malcom X, Ángela Davis, el recientemente convertido Muhammad Alí- y los atletas afroamericanos levantando el puño en las olimpiadas... los habían situado bajo los focos de la opinión pública: nada que ver con el integrismo islámico que veríamos mucho más adelante.

Llamamos a la imponente puerta de la Mezquita, y nos atendió un auténtico armario de caoba, un gigante vestido de blanco de pies a cabeza; le informamos de nuestro deseo de visitar la Mezquita, y me preguntó, en Inglés, de dónde era yo: ante mi respuesta -"Spanish"-, una sonrisa de varias docenas de dientes blanquísimos iluminó su rostro... "¿Español?, ¡bienvenido, pasa, pasa, te gustará, la Mezquita es de estilo español...!"

En efecto; la mezquita era -y es, más adelante volví con Blanca- un simpático pastiche, mezcla de Mezquita de Córdoba y Alhambra de Granada: un poco harto ya de brumas carolingias y gótico ahumado, al recorrer junto a nuestro amable guía aquellos patios blanqueados y adornados con azulejos, la ventanas enrejadas, el murmullo de los surtidores cayendo sobre los estanques... no me avergüenza reconocer que me sentí en casa: afloró en mí no el Andaluz que llevo dentro -no es extraño, tengo un 50% de Andaluz- sino el Andalusí...

Salimos de nuevo a la calle, y yo seguía en mi Ramadán particular, cada vez más hambriento y extrañado... así que le dejé caer a Danielle... "¿No se nos estará haciendo tarde para ir a casa de tus papás...?" y me contestó: "¡Tranquilo, mientras estemos allí a las siete,,,!"

¡¡Maldición!! ¡¡había caído en la trampa semántica!! No me habían invitado a "comer", sino a "cenar"... sólo tenía dos salidas; admitir que había metido la pata y comerme un bocadillo en cualquier sitio -Danielle debía tener ya la comida en los talones- o disimular y aguantarme el hambre, como buen Caballero Español, especie acostumbrada a comer cuando puede, no cuando quiere y, además, a ser posible, de gorra... ya os podéis imaginar por cual opté...

Tras una agradable visita al Barrio Latino, y un breve viaje en tren -intentando yo que Danielle no confundiese mi expresión famélica con otra clase de apetitos-, llegamos puntuales a las siete al chaletito de su familia, donde fui recibido por la Diosa y el Dios consorte, un simpático caballero... tenían la mesa ya preparada, les arrojé al regazo la cajita de bombones que había comprado como presente, y me abalancé sobre la mesa... "He preparado algo ligerito...", anunció la Diosa... "¡Por favor, no tenía que haberse molestado.!", contesté mientras desplegaba la servilleta... pero... era verdad; era algo ligerito, sumamente ligerito... una tostada con paté de campagne, un cuarto de pollo muy, muy pequeño -¿o sería codorniz...?- una ensalada de Diente de León, el pissenlit, que ni siquiera sabía que se comiese, y un pedacito de fromage... casi he tardado más en contarlo de lo que me costó comérmelo todo, hasta las miguitas de la tostada....

Pero eso no fue lo peor: el padre de Danielle era de Burdeos, y tenía en los bajos del chalet una bodeguita muy bien provista, en la cual rematamos la corta velada; así, la parca cena vino regada con no menos de un par de botellas de unos vinos exquisitos -que las señoras ni probaron- y rematamos la jugada con dos copas cada uno de un Armagnac espléndido... resultado; a las nueve de la noche, entre poca comida y mucha bebida, llevaba yo una trompa más que regular.

El padre de Danielle me confesó que no iba mucho mejor que yo, pero, aún así, se atrevía a llevarme en París;  podía conducir por la autorroute, a poca velocidad, pero me dejaría en la Porte d'Italie, porque no se atrevía a meterse entre el tráfico urbano en semejante estado... así lo hicimos, condujo muy prudentemente, y nos despedimos entre grandes abrazos y promesas de reencontrarnos en Boltaña... promesas que no se cumplieron; dejaron de venir a veranear, cruzamos varias postales con Danielle, pero la relación fue muriendo, dejándome, eso sí, un magnífico recuerdo de ellos tres.

Y allí me encontraba yo, dispuesto a recorrer medio París en Metro, a una hora ligeramente tardía, cuando todos los escasos pasajeros del vagón ofrecían un aspecto pelín siniestro, aunque imagino que se trataba simplemente de cansancio... acerté a ver a dos policías, y me senté al lado de uno, preguntándoles si no les molestaría avisarme al llegar a determinada parada, si, caso probable, daba alguna cabezadita... "Bien sûr, Monsieur!", fue la atenta respuesta... y ya no recuerdo nada más hasta ver al policía, dándome cachetitos en la mejilla y diciéndome; "Monsieur, Monsieur, c'est ici...!" Me había dormido como un angelito, apoyado en su hombro...

Me incorporé de un brinco, deseando de todo corazón no haberle babeado el uniforme, agradecí calurosamente su amabilidad, bajé del tren y, dando saltitos de alegría, pero ya más templado, me encaminé Montmartre arriba hacia donde me esperaban mis compañeros, para contarles mis aventuras y rematar con un par de vasitos más un día tan especial...