miércoles, 18 de mayo de 2016

"Zinca, traidora..."

¿Primera bajada radioretransmitida, Mamen...?



Frecuentemente nos quejamos de la agenda sobrarbense: hay tantas actividades, hay tantas posibilidades, que difícilmente podemos llegar, podemos adubir a todas las que te interesan… peor aún lo tenemos los de la diáspora, que, por más trampas que hagamos, difícilmente podemos subir todos los fines de semana, ni tan siquiera los que, por suerte, estamos a tres horas de distancia… Así, he podido asistir este último a la comida de hermandad después de la subida a la Peña Montañesa -hermandad entre los que la subieron y los que ya hemos pasado a la reserva-, y procuraré no perderme, a fín de més, una excursión del Geoparque y una sesión de nuestro Cineclub… pero, en medio, faltaré a una cita emotiva, profundamente sentida por todos los que amamos Sobrarbe, porque nos habla del esfuerzo y el valor de los que nos precedieron: la bajada de las Nabatas.

Faltaré a ese momento emocionante en que los nabateros -los constructores y tripulantes que bajaban las almadías desde los bosques pirenáicos a Mequinenza o Tortosa, hasta donde encontrasen comprador… - entonan su canción: “Zinca, traidora, Zinca, traidora, que as piedras amuestras, y os hombres afogas…”. Solo he estado a bordo de una navata por breves momentos, amarrada aún a la “placha” de Laspuña, para sentir la sensación de la vibración del río en la planta de los pies, a través de los troncos- pero he conocido a quienes han protagonizado la recuperación de este bravo medio de vida, el propio de tantos y tantos habitantes de nuestros pueblos; desde Severino Pallaruelo, en aquellas primeras bajadas filmadas por Eugenio Monesma, hasta Ánchel, Betato, Toño, Juan, Kike… a todos los que aún se suben a los troncos, os deseo suerte, y una bajada limpia, sin embarrancamientos ni esfuerzos adicionales… Muchos años los he animado desde la orilla, o al llegar, ya vencedores, al Pantano, pasando bajo el puente de l’Ainsa, y recuerdo especialmente un encuentro internacional de nabateros, viendo bajar también, entre otros muchos, a los hijos o nietos de los tripulantes de las “Zattere” del Brenta, que cabalgaban los abetos de los Alpes sobre los que, hincados en el lodo, se construyó Venecia…


Nabateros y "Zattereros"


Pero yo también soy animal de río; aprendí a nadar en el Ara, lo he recorrido a pie, que es como se conoce, con las botas altas de pescador, lo he bajado en una cámara hinchada de tractor, que siempre nos proporcionaba Blas, nuestro ferrero, y puedo decir con la frente muy alta, que soy uno de los pioneros del piragüismo en nuestros ríos… “¡Anda ya…!”, diréis los que me conocéis… un momento, por favor; puedo argumentarlo…

Hará unos cincuenta años, para las Fiestas de Boltaña, vinieron unos piragüistas de Graus a hacer una exhibición en nuestra gorga del río Ara: asistimos, embobados, a las evoluciones de sus canoas en un espacio relativamente reducido y, cuando acabaron, entre grandes aplausos, preguntaron si alguno de los presentes se atrevía… nos faltó tiempo a dos descerebrados, Paco Álvarez del Manzano y un servidor, para, a saltos -“¡Yo, yo…!”- ofrecernos a probar los artilugios, y proporcionamos un buen rato de sana y honesta distracción al numeroso público que atestaba el puente y se partía el pecho, porque pasamos bastante más rato debajo de las piraguas que encima:  eran barcas de pantano, para aguas tranquilas, de quilla en “V” y sumamente estrechas y largas, dotadas de un innecesario timón que solo servía para liarnos aún más: volcaban -“bulcaban”- continuamente, y la experiencia, según me confirmaba después Paco, resultó parecida a intentar montar a caballo en una cabra. Esa, creo yo, debe ser la primera experiencia, si no en Sobrarbe, sí por lo menos en el Ara, y cederé mis laureles a quien pueda acreditar otra anterior: como testigos, aún quedarán algunos de los que, aquella memorable mañana, se orinaron de risa a nuestra costa…

Poco tiempo después, con un material y un “Know-how” mucho más apropiados, aparecieron mi amiga Marithé -Boltaño-francesa, o Franco-boltañesa, como queráis- y su entonces marido Michel; llevaban piraguas de fibra de vidrio y un perfil mucho más adecuado a nuestras aguas, aunque la fragilidad de los cascos nos obligaba, al salir del río, a una curiosa maniobra: se echaba agua dentro del kayak, se observaban los muchos lugares por donde salían chorritos -parecían regaderas, aquellas piraguas- y, luego, se parcheaban con una cinta adhesiva, fuerte, ancha y de aspecto metalizado, que entonces no se veía en España, y ellos llamaban “scotch”, y que hoy conocemos como “cinta americana”: después de unos días topando con todas las piedras del Ara, las piraguas llevaban más “scotch” que material original… Michel nos dejó una de sus piraguas y en ella, turnándonos, dimos muchas vueltas por la Gorga, sin atrevernos -yo, por lo menos- a ir mucho más allá.

Llegando a L'Ainsa...


Años después -sería, calculo yo, en torno a 1986-, me apunté de nuevo a la aventura y participé en uno de los primeros cursos de piragüismo que organizaba el CAS: conocí allí a los que han sido los auténticos puntales del piragüismo sobrarbense, casi todos los ya citados como activísimos nabateros, y que después integrarían “Aguas Blancas”, una empresa pionera del deporte de aventuras, donde aún siguen en activo varios amigos y alguna amiga. 

Quiero recordar, especialmente, a un increíble navarro, Antxón Arza, que bien hacía honor a su apellido: “Oso”: era un mocetón peludo y vital, que me cautivó desde el primer momento con su simpatía, y su forma de entender la vida… un día, nos desnudábamos juntos, y me quedé de piedra al ver la enorme cicatríz que recorría su cuerpo… “¿Qué te pasó, Antxón, te caíste en una máquina de picar carne…?” “Un poco jodido estuve, si…”, fue su púdica respuesta… en el río era una fuerza de la Naturaleza: su consejo, cuando la corriente te llevaba hacia una roca era; “Rema fuerte hacia ella, y di; ¡A que la parto…!”. Muchas veces he aplicado ese consejo en la vida...

Antxón se quedó parapléjico en un accidente de kayak; eso, dice él, no lo paró; simplemente, “cambió su forma de hacer deporte”: tuneó una piragua, y la siguió usando; y, hace pocos años, pude verlo en “Al filo de lo imposible” -junto con algunos amigos sobrarbenses, formó parte del increíble grupo de especialistas reunido en torno a Sebastián Álvaro- ¡escalando!: llegaba al pie de la pared de roca con su sillita de ruedas y, desde allí, a brazo, subía, y subía, sonriendo, siempre sonriendo…

Mientras escribía estas líneas, he sentido el deseo de saber qué es de su vida: gracias a google, llegas a todo en un momento, y he tenido el pesar de enterarme de que, hace pocos años, sufrió un dolor aún mayor; la pérdida de  su hijo Adi, en un desgraciado accidente. También me ha emocionado saber que otra hija suya lleva el nombre de Ara, en recuerdo del río por el que, dice Antxon, tan buenos descensos hizo… uno de ellos, por cierto, conmigo… intentaré que le lleguen mis palabra, con un abrazo muy fuerte y especial, un abrazo de artza…

Los kayaks que usábamos, ya de plástico, estaban bastante bien; muy distintos de los que había conocido antes, pero, por lo que veo ahora, el resto del material ha evolucionado mucho: usábamos casco protector, y un chaleco salvavidas de porispán forrado de plástico, que te protegía también las costillas y la columna, por si acaso, pero ahí se acababa todo: los neoprenos brillaban por su ausencia, y los que lo conocéis, sabéis que, incluso en Agosto, el Zinca es frío de c…., y una horita o dos en remojo se notaban… ibamos en camiseta y bañador, calcetines y unas zapatillas viejas, a las que no les tuvieses demasiado cariño, y a mí se me ocurríó ponerme también unas rodilleras de portero de fútbol, de aquellas protegidas con tacos de fieltro, como los gorros de los tanquistas rusos. Eso era todo.

En cuanto al piragüismo… en los dos cursos que hice, aprendí lo más elemental, pero suficiente para disfrutar de un montón de emociones, que difícilmente hubiese descubierto de otra manera: todo ello, ayudado por el clima de compañerismo y de mútua confianza que se creaba, sabiendo que   compañeros y monitores te podían sacar las castañas del fuego en un momento determinado… aún ahora, tantos años después, el recuerdo de la sensación de libertad que experimentaba bajando por aquellos rápidos, no demasiado complicados, pero que a mí me lo parecían, entre Escalona y l’Ainsa, pasando cerca de las casas de Labuerda, -el paso del Refugio de Pescadores, bellísimo-  envuelto en el sonido y la espuma del río que te cegaba la visión, saltando sobre las piedras, cantando a voz en grito de pura alegría… figura entre los recuerdos más bonitos y plenos de mi vida, así de sencillo…

Antes del paso del Refugio de Pescadores... ¡qué bello tramo!


Tengo bien presente, en el segundo curso, una bajada por el río Ara: me parece que fue a petición mía, que estaba empeñado en bajar “mi” río… salimos debajo del Puente de Jánobas y, pocos cientos de metros después, donde el río gira 90ª a la izquierda -¿o debo decir a babor?-, para evitar darme de morros contra la pared rocosa, paré con las manos, y me hice una herida en la palma que no dejó de sangrar en toda la bajada… pero me importó un pito: disfruté cada momento del camino… que fue especialmente accidentado: Carmen Lamúa, una -entonces- jovencísima compañera, lo recordará… se sucedían los tramos tediosos de las rasas, donde, literalmente, arrastrábamos el culo por las piedras, con los rápidos vertiginosos que nos disparaban la adrenalina… al salir de una curva pronunciada, a toda velocidad, nos encontramos el cauce invadido por los cuarenta o cincuenta bañistas de la colonia de los Padres Agustinos, que corrían despavoridos en todas direcciones… no pude esquivar a uno de ellos, y le di un golpe -tampoco demasiado fuerte- en una pierna… intenté parar para disculparme, pero uno de los monitores (¿Ánchel, Antxón…?) me gritó: “¡Mira en la guantera…! ¿verdad que no llevas los papeles del seguro…? ¡Tiiiira p’alante…!” Luego me tranquilizaba… “Total, no hemos visto bajar por la corriente ninguna pierna, ¿verdad…?”

Pero el descenso, cada vez más rápido, seguía… de repente, el que iba en cabeza, gritó… “¡Tías, hay tías en topless…!… efectivamente; allí sobre una piedra, saludando en plan Sirenita de Copenhague, estaba… ¡Vicky, mi hermana pequeña…! Muy familiar, el Ara es un río muy familiar…

No hace demasiados años repetí la bajada por el Zinca, pero esta vez en un kayak doble, llevando de compañero a Alex, el hijo de mis amigos Xell y Miguel: reconozco que abusé de mi edad; le encargué la propulsión de la piragua: “¡Tú, rema como un condenado, que yo me encargo de la dirección…!” bajé como un marqués, dando sabios toquecitos con la pala, sin “bulcar” ni una sola vez… perfecta, una bajada perfecta, digno broche de oro a mi breve pero satisfactoria carrera de piragüista… si no me da otra vez la venada, y repito…


Una vez más, a todos vosotros, Hermanos del Río, que bajaréis por esas aguas tan queridas, sobre los troncos ancestrales, en kayaks, en cosas raras -¿aquespeeds?, WTF?- incluso en rafts (lo he probado una sola vez, con cierta condescendencia, porque, cuando has sido piloto de Fórmula 1, te aburre un poco ir en un camión….), ¡Suerte, mucha suerte, suerte nabatera, y disfrutad como yo he disfrutado, disfrutad también por mí…!

¡Misión cumplida!


1 comentario:

  1. Grazias por as tuyas parabras y a buena suerte que nos deseas,l'augua ye muito más rasmiosa que o bin!!. Pero pan,magro y bin que no falten!! Salu.

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