jueves, 22 de septiembre de 2016

Japón: desayunos y bentos

No sé por qué me han venido a la memoria los desayunos y los bentos japoneses... ¿estaré pasando hambre...?


Bento en el Shinkasen, con una cervecita... ¡hummm!


Uno de los atractivos mayores del viaje al Japón fue disfrutar de su variada gastronomía: hay que reconocer que probamos pocas cosas que no conociésemos porque, enamorado desde hace ya muchos años de su cocina, había procurado irlo probando todo; aún así, comimos por primera vez sukiyaki y okonomiyaki y, por supuesto, múltiples variantes de platos ya conocidos, con el valor añadido de comerlos en su contexto: pero sí pudimos disfrutar de cosas poco frecuentes fuera de su país, como los desayunos japoneses y los bento.

Planeamos nuestro viaje como una pequeña inmersión cultural, dentro de los límites temporales y, sobre todo, lingüísticos; no sabiendo más que unas muy pocas palabras en Japonés, es absurdo pretender entrar en contacto con una cultura tan rica y tan diferente, pero, en la medida de lo posible, intentamos acercarnos a ella.

Por ejemplo, salvo una noche, reservamos todas nuestras estancias en Ryokanes, hoteles tradicionales japoneses: otro día os hablaré de ellos pero, en cualquier caso, ya implicaba un mayor grado de contacto con su cultura; así, la primera mañana, al entrar en el espacio reservado a los desayunos, se nos planteó la primera disyuntiva: ¿Desayuno occidental, o japonés...? "¡Japonés! dijimos Blanca y yo a coro... y así lo hicimos cada día.

Hay que añadir que, en los ryokanes, dispones de un yukata para usarlo dentro de las zonas comunes e, incluso, para salir a pasear por los alrededores: el yukata es un kimono muy ligero, de algodón, que se ata con un cinturón más o menos sencillo; no tiene bolsillos, pero sus amplias mangas permiten guardar alguna cosa en una especie de bolsas que forman: desde el primer día, adquirimos la costumbre de bajar a desayunar en yukata, más inmersión... por supuesto, nos compramos sendos yukatas, y aún lo uso en Barcelona en ciertas ocasiones, incluso, una noche, me atreví a ponérmelo para ir a cenar a un restaurante japonés cercano a nuestra casa: creo que nadie se volvió a mirarme, es realmente difícil hacer en Barcelona algo que llame la atención a la gente.

Correctamente ataviados para camuflarnos entre la población local -increíble el número de personas que veíamos ataviados con ropas tradicionales, en Kioto y Miyajima, especialmente- nos sentamos en la mesa, y pusieron ante nosotros nuestro primer desayuno japonés.

Desayunando correctamente ataviado...


La bebida, por supuesto, era té: un té verde muy ligero, nada que ver con el riquísimo macha que probaríamos en otros lugares: venía en cantidades ilimitadas, si te acababas la tetera, te la sustituían rápidamente por otra; además, también había agua, como en todas las mesas japonesas; jarras de agua fría, muchas veces con cubitos, y siempre gratis.

El desayuno lo componían, con escasas variaciones, un bol de arroz blanco, -gohan-, un pequeño bol de encurtidos bastante picantes -hojas de col, pepinillos, berenjena...- y un plato más fuerte; pescado a la plancha o frito -salmón, arenque, caballa-. y tortilla japonesa, muy parecida a la que se consigue cuajando huevos en un microondas. Sobre el arroz blanco se colocaban láminas secas de alga nori, de un fuerte sabor a mar y a ahumado, que se desmenuzaban y se comían mezcladas con el arroz.

Por último, remataba el desayuno un nuevo bol, en este caso de sopa de miso blanco, miso-shiru; muy parecida a la que puede encontrarse aquí en todos los restaurantes japoneses, rica y nutritiva, con algas y tofu: había que revolverla con los palillos para disolver bien el miso, que formaba entonces una nube lechosa en su interior.

Los bento fueron otro descubrimiento; había oído hablar de las cajas de comida para llevar que las amas de casa japonesa preparan para esposos trabajadores e hijos estudiantes, decoradas siempre con un sentido del gusto un pelín Hello Kitty, pero no por ello menos conmovedor; no tuvimos nadie que nos preparase esas maravillas, pero podías comprar bentos más o menos industriales casi en cualquier lugar; por ejemplo, en las estaciones de tren; era casi obligado, en los rápidos trayectos en Tren-Bala, los Shinkasen -no muy diferentes de nuestros AVE- tener ante tí un bento; si no lo habías comprado en la estación, unas amables señoras empujaban por los pasillos enormes carritos de bentos de todos los tipos, que podías comprar allí mismo; casi todo el mundo aprovechaba los viajes para comer, fuese la hora que fuese; incluso en uno de los recorridos, a media mañana, un alegre grupito de señores de mi edad, pasablemente cocidos, invitaban a todos los pasajeros a beber de unas botellas de aguardiente y a mascar algo así como una chistorra de pescado seco y ahumado, que olía a rayos; decliné graciosamente el ofrecimiento.

Un o-bento en condiciones...


En los bento sí había una amplia variedad, y se podían acompañar de té verde, cerveza -la "biro", realmente buena- o cualquier tipo de refresco, incluyendo las omnipresentes aguas aromatizadas y savorizadas que hace tres años aún no se conocían aquí: nunca faltaba en ellos el arroz, que se complementaba, una vez más, con algas y encurtidos, y un plato principal, ese sí muy variado: podían ser fideos con cualquier complemento, estofados de carne, carnes empanadas -los katsudones-, pescado... y, obviamente, sushi en todas sus variantes; makis, nagiris...

En cualquier caso, la presentación del bento -al que puede llamarse o-bento, siendo la "o", que traducimos a veces por "honorable", un tratamiento deferente- era siempre impecable; una delicia de colores, decorados, a veces, con vegetales recortados... por ejemplo, era muy común que el arroz se presentase en una bandeja rectangular, situando, en el centro, una ciruela roja agria; ¡Exacto, la bandera del Japón!, como en nuestras casas, de pequeños, adornaban la ensaladilla "nacional" -a la que no se podía llamar "rusa"- con tiras de pimiento morrón, formando sobre la mayonesa la bandera española.

Observen el arroz patriótico...

Esta última foto -en la que luzco un sombrerito absolutamente japo- tiene su historia, porque estábamos haciendo un picnic -o como se llame en Japonés- en los mismísimos jardines del Palacio Imperial, rodeados de ejecutivos haciendo exactamente lo mismo que nosotros, embutidos en sus trajes oscuros -aunque hacía un calor húmedo plenamente tropical- o sus trajes chaqueta ellas... a mí todavía me duraba la emoción, no por estar en los Jardines Imperiales -con todos los respetos hacia el Tenno, me impresiona tanto como su colega de aquí- sino porque acababa de pasar por delante del Budokan, el gigantesco local de espectáculos donde, en su día, actuó y grabó un LP en directo Bob Dylan, cuando aún no le había entrado la vena trascendente; y eso, amigos, son palabras mayores...


Budokan, Bob Dylan forever...!


jueves, 15 de septiembre de 2016

Cerca de África...

Nuestra hija Irene lleva dos años viviendo en Angola: dentro de un mes, iremos a pasar diez días con ella y su compañero... empiezo a escuchar, desde el fondo de mis recuerdos, la llamada de África...





Esta vez no se trata de un viaje turístico, sino de una visita familiar; vamos a compartir unos días con Irene y Ramon, su compañero, para conocer directamente  todo aquello que tantas veces nos han contado, ver dónde viven, qué hacen, en qué ambiente se mueven, compartir su vida durante unos días, para así tener también Blanca y yo un marco físico, visual, auditivo, olfativo, gustativo -¡hay unos picantes espectaculares!- incluso táctil, donde situarlos día a día, en un contacto que nunca se ha roto; en nuestro grupo familiar de wasap, generalmente Irene es la primera que interviene, parece increíble que esté a tantos miles de kilómetros de distancia, es más fácil comunicarse con ella que con personas que están viviendo a muy pocos miles de metros... pero es una sensación ficticia: está lejos, lo sabemos, la echamos de menos, y queremos, pudiendo estar allí unos días con ella, hacer más llevadera esa espera entre viaje y viaje.

Tan solo he viajado una vez al África subsahariana, hace ya de ello varios años, pero difícilmente olvidaré las sensaciones que en mí despertó, ni los recuerdos que me ha dejado; fue un safari por los parques naturales de Kenia, un contacto, sobre todo, con una Naturaleza que, no por muy vista en cientos y cientos de documentales -los famosos leones copulando en La Dos, que tantas tardes de sábado han llenado- no por ello dejó de sorprendernos, apabullarnos, entusiasmarnos... ver a pocos metros un leopardo en la rama de un árbol, la elefanta que protege a su cría ante la llegada de intrusos, las jirafas mordisqueando plácidamente las altas ramas de una acacia, mientras un pajarillo le come la oreja, limpiándosela de parásitos, las cebras y los ñús cruzando el río Mara, ante la mirada expectante de los cocodrilos, ahítos ya de tanta carroña, pero que nunca desdeñan una oportunidad... cada día volvíamos a los lodges cargados con cientos de fotografías -era un safari fotográfico, incluso hacíamos, después de cenar, un pase de nuestras fotos, para ser criticadas por nuestro profesor y el resto de los compañeros- y, sobre todo, con esas imágenes mentales, esas sensaciones, el viento y el polvo de la sabana azotando nuestros rostros en el techo abierto de las furgonetas, el Sol poniéndose en un horizonte infinito y luminoso,  que nunca, nunca podremos olvidar.



Pero fue también un contacto con las gentes de África, tan distintas y, al mismo tiempo, tan idénticamente humanas a nosotros; un contacto limitado, necesariamente, a los guías que nos acompañaban y a los habitantes de las aldeas de pueblos pastores -los Samburu y los Masai- que visitamos: pero bastaban esos pocos contactos, cálidos y próximos, para saber mucho de sus vidas, de sus aspiraciones, sus expectativas... cruzamos la periferia de Kibera, uno de los suburbios más degradados de África, donde se amontonan, amenazados por altísimas tasas de SIDA, millones de personas, generalmente refugiados interiores de los terribles movimientos migratorios que originó la durísima y olvidada guerra de independencia keniata; pero también pequeños pueblos, pequeñas ciudades muy diferentes; pobres, desde nuestros estándares, pero jóvenes y vitales, cada casa, cada choza, una pequeña tienda... recuerdo, emocionado, una casucha con varias prendas de vestir expuestas en su exterior, y un cartel, pintado a mano, donde se leía el orgulloso rótulo que pregonaba su voluntad de progreso: "El Mundo moderno", y una humilde escuela llamada "La Puerta del Éxito"... y, por todas partes, niños, niños con sus uniformes escolares -camisas blancas, corbatas, algún blazer..-, la mochila con los libros...




Volví con la impresión de que en África, debajo de sus contradicciones de sociedades tremendamente desiguales, corroídas por la corrupción, víctimas del expolio colonial que sigue bajo otras formas más aceptables -ya no existen barcos esclavistas; vienen ellos mismos en pateras y, encima, pagando...-, por debajo de esos dramas humanos, late una Sociedad en ebullición, ávida de conocimientos, conectada mucho más de lo que creemos a lo que está pasando en el Mundo y, sobre todo, joven, vital, a años luz de las nuestras, envejecidas, mortecinas, cínicas, de vuelta de todo... nuestros guías, un ejemplo de esos jóvenes con empuje -todos querían montar sus propias empresas turísticas- bromeaban sobre la creciente presencia china: "¡Cuando los chinos nos enseñen a trabajar, no va a haber quien nos pare...!"




Conociendo mis preferencias para el turismo -Alemania, Japón...- en las antípodas físicas, económicas y culturales, ya os podéis imaginar que espero, en esa próxima inmersión africana, algo sumamente diferente; pero lo hago, por una parte, con la responsabilidad moral de asumir las culpas históricas de nuestra participación -como occidentales- en los males pasados y presentes de África: en el consulado presentando la documentación para el visado, los funcionarios, sin dejar de ser correctos, no se mostraban especialmente amistosos... "No nos tratan muy bien..." comentó Blanca... "Mientras no nos hagan lo que les hicimos nosotros...  encadenarlos, y enviarlos a cortar caña a Brasil...", contesté yo... no hemos hecho demasiados méritos, ni antes, ni ahora, para despertar su agradecimiento; hay que aprender a vivir con eso... y, por otra, con el deseo de captar esa energía, esa fuerza, esa promesa de futuro que allí, como en ninguna otra parte del Mundo, podemos encontrar... voy a un lugar donde está casi todo por hacer, viniendo de sitios donde, me temo, ya hemos dado de sí todo lo que de nosotros cabía esperar, para bien o para mal... y en esto último, espero que sea así, y que aún no demos alguna sorpresa y se nos ocurra algo peor...







lunes, 12 de septiembre de 2016

¡Qué cosas pasan... !

Cuando intentaba publicar la entrada anterior de este Blog en el feis, he recibido un mensaje sorprendente: mi publicación quedaba bloqueada "por motivos de seguridad"

"¡Ay Dios...! ¿Qué he hecho...? He repasado el texto, y tan solo he descubierto una referencia al hecho -cierto, o leyenda urbana, pero yo lo he leído- de que los órganos policiales nipones realizan periódicos encuentros con el equipo contrario, lo cual -a parte de recordarme mi entrañable "tercer tiempo" de los partidos de rugby-, dice mucho de la civilidad y el pragmatismo de unos y otros... ¿sería ese el contenido "inseguro.."?

Pero, recordando que nuestro querido feis se ha mostrado muy activo en bloquear la publicación de fotos de determinados órganos propios de las hembras de los mamíferos, si en ellos se mostraba el pequeño órgano eréctil que facilita la succión, he pensado si la cosa podía venir por aquí, ya que en un punto de la entrada hacía referencia a determinados establecimientos de hostelería, describiendo a las señoras que en ellos atendían con una palabra grosera y de cuatro letras (en singular; en plural, añádase una "s").

Quede bien claro que el uso de dicha palabra no me enorgullece en lo absoluto, ya que no refleja mis auténticos sentimientos hacia dichas damas, que oscila entre el respeto más total hacia quienes asumen dicha función libre y voluntariamente, y mi más plena solidaridad hacia las que lo hacen como víctimas de tratas, extorsiones y chantajes variados, hechos todos dignos de la mayor condena y más eficaz represión. pero, dentro del tono generalmente jocoso que revisten mis entradas, y partiendo de la base de que todos mis Amigos y Amigas son personas adultas, no he creído grave o impropio emplearlo.

Ha bastado con substituirlo por "camareras" para que, -¡Oh, milagro! - los motivos de seguridad desapareciesen, y el castísimo feis permitiese libremente su publicación.

Palabra esa siempre conflictiva: me ha recordado cuando, en primero o segundo de Bachillerato -del Bachillerato de entonces, no dispongo de la tabla de concordancias... once o doce años, vamos...- la buscábamos ansiosamente en los expurgados diccionarios que manejábamos...  nunca aparecía, pero si, curiosamente, su equivalente masculino: "Hombre del que abusan los libertinos": lo cual nos hacía entrar en bucle, buscando, sin obtener demasiada información,"Abusar" y "libertino"...

En fin: querido feis: lo siento mucho, me he equivocado, y no volverá a ocurrir: y si, por cualquier circunstancia, tengo que referirme a las señoras que fuman y tratan de tú a los hombres, usaré el término que empleaba mi querida Tía Encarnación, coronela de beatas: "Las purupupús"...


Sukiyaki...

El placer de comer cosas distintas, en ambientes diferentes, es, para mí, una componente esencial del placer de viajar... luego olvidas muchas cosas, pero sabores y olores siempre se recuerdan, y tienen un enorme poder de evocación...




En el japo que hay al lado de mi casa me han dado una sorpresa muy agradable; han incorporado a su carta un plato, el sukiyaki: eso les ha obligado también a tener una nueva mesa, con fogones incorporados. Ya hemos ido a probarlo, y el efecto ha sido inmediato: un salto atrás de tres años, y un salto al este de 10.000  kilómetros; hasta Kioto, nada menos...

Comimos el sukiyaki en un restaurante de Ponto-cho. se trata de un callejón paralelo al río Kamagawa -al río Kama, "Gawa" quiere decir río-: durante nuestra estancia en Kioto, el río bajaba manso y con poco caudal; justo cuando nos íbamos, llegaba un tifón, y vimos en la tele, atónitos, como sacaban gente en barcas de las casas junto al río, donde pacíficamente habíamos cenado.



Ponto-cho es un callejón lleno de vida y animación, desde primera hora de la mañana, pero al caer la noche es que ya no cabe un alfiler; está lleno de locales dedicados a varios placeres: por ejemplo, no hay geishas, como en el vecino Gion, el barrio al otro lado del río; aquí hay, directamente, bares de camareras. En el mejor de los casos; vimos uno que llevaba el equívoco nombre de "Señora Banana"... tiemblo al pensar en lo que evoca unir las palabras "señora" y "Banana", como para entrar... un cartel, en la puerta, indicaba los precios en función del tiempo; curiosamente, habían eliminado el correspondiente a la visita más rapidita: 30 minutos... supongo que, en tan poco tiempo, no te habrías podido recuperar de la impresión de la sorpresa... los japoneses, tan recatados, pueden ser muy explícitos cuando quieren.



Por si no había bastante riesgo en "Mrs Banana", justo al lado acechaba un enemigo peor: el famoso "Pez Globo", el Fu-gu... sus vísceras contienen una peligrosísima toxina, responsable de envenenamientos, con frecuencia mortales, si el cocinero no ha sido extremadamente diestro a la hora de eviscerarlo... Según dicen, cada año hay víctimas mortales: nosotros nos reímos -¡qué brutos, los japos, comerse una cosa que te puede matar!-, pero nos pasa exactamente lo mismo con las setas, cada año se va alguien al otro barrio por tragarse lo primero que pillan en el bosque... Dicen, eso sí, que el Fu-gu es delicioso, una experiencia extraordinaria, si puedes contarla, claro... los precios de una ración equivalían a un buen ratito con la Señora Banana. Ni se nos ocurrió, claro.



El sukiyaki es algo mucho más tranquilo, no se le conocen efectos secundarios: en una ollita, fundes algo graso y, allí, empiezas a cocinar finas lonchitas de Wagyu, la famosa ternera de Kobe. Es una raza exclusiva del Japón, aunque ahora se esté empezando a criar en otras partes; dicen que la alimentan con cerveza, le dan masajes, y así consiguen esa maravillosa calidad, con la grasa distribuida dentro de la masa muscular en forma de finas hebras, algo así como nuestro cerdo "pata negra"... su sabor es suave y delicado pero, al mismo tiempo, perfectamente reconocible, sabe a vaca, vamos... hay calidades y calidades, las normalitas son bastante caras, y las fuera de serie salen a precio de yate... supongo que nos pusieron algo bastante básico, pero el sabor era extraordinario.

A la carne se le van añadiendo verduritas cortadas en finas tiras -nabo, puerro, col-, setas shiitake y tofu, y una salsa a base de soja, mirin -vinagre de arroz- y azúcar: todo ello se cuece con el jugo de la carne, y, antes de comerse, pueden mojarse en huevo crudo batido... se añaden también udon, ese grueso fideo japonés, de trigo, que es mi favorito, que se rehoga también en la salsa, para así absorber el caldo que ha quedado; todo se aprovecha... curiosamente, el Budismo, tan extendido en Japón, había prohibido tradicionalmente comer carne, en especial la de vacuno, necesario para las tareas agrícolas; la costumbre de comerla fue una de las modernizaciones introducidas en la Era Meiji, la de la apertura del Japón al comercio con los países occidentales.

El sukiyaki es un plato contundente y de días fríos; lo hemos comido a muchos grados en Kioto, y a muchos en Barcelona, y aún, después, se fue nuestro hijo Víctor a jugar al Paddel... a mí, la verdad, me provocó una hermosa siesta... en Kioto nos tocaba volver a casa; al salir del restaurante, ya de noche cerrada, Ponto-cho tenía un cierto aire peligrosillo y macarra, todo lo peligrosilla que puede ser una calle en Japón, donde los jefes de la Yakuza, la mafia local, realizan frecuentes reuniones de coordinación con los mandos de la Policía... sin preocuparnos demasiado, nos dirigimos a nuestro hotel, por calles estrechas y poco iluminadas, disfrutando de la quietud nocturna de Kioto...







miércoles, 7 de septiembre de 2016

Una noche zaragozana...

Especialmente dedicada a Maria Luisa Pérez Arilla, amiga y pariente...


Había llegado yo a Zaragoza en auto-stop, con la idea de visitar a mi hermano Ricardo y, en general, a los amigos que allí residían, que eran legión; sabías cómo empezaban aquellas visitas, pero su evolución era siempre impredecible; éramos jóvenes, teníamos la agenda bastante abierta, y estábamos dispuestos a apuntarnos a lo que fuese.

Sólo así se explica que aceptase la invitación a una fiesta de gala, organizada por la Facultad de Veterinaria: aquí aparezco, en plan jersey de cuello redondo y zapatos sport, rodeado de amigos en smoking -los hermanos Villar, veraneantes entonces en Boltaña, y el mayor de los cuales y su esposa serían después profesores de dicha Facultad- y amigas no menos engalanadas: María Luisa, con unas botas que debía haberse empezado a abotonar tres días antes, Avelina, la que me tiene bien cogido por la riñonada...

No solo no me reprochó nadie mi flagrante ruptura del dress code, sino que me sentaron en la mesa presidencial, entre el Rector Magnífico y su esposa, con los que departí animadamente toda la noche, sin que pareciesen apreciar -o no les importase demasiado- que ya al iniciarse la cena  llevase alguna copilla de más, y que, a lo largo de la misma, la cosa aún fuese empeorando... creo que estuve muy correcto, eso sí: buen porte y buenos modales abren puertas principales...

Al finalizar la cena, como suele suceder en esas ocasiones, se produjo un ligero momento de desconcierto, durante el cual perdí el contacto con mis amigos, y me vi integrado en un grupo bastante golfo, que tomó unánimemente la decisión de desplazarnos hacia un antro en la carretera de Logroño, el Caballo, o el Caballito, a saber, que gozaba entonces de cierta fama en la Zaragoza nocturna. No, no era un bar de camareras; era un bar, y punto...

Allí transcurrieron varias horas; al salir, ya era casi de día: tuvimos aún que realizar dos importantes tareas; decidir democráticamente en qué dirección de la carretera quedaba Zaragoza -yo acerté la respuesta, se ve que las varias copillas no me habían afectado el GPS-, y disuadir a un animal de bellota que pretendía que nos desplazásemos andando.. ¡a Tudela!, ya que, afirmaba, "no puede estar muy lejos..."

Entré en mi hotel a eso de las ocho de la mañana, y pedí al recepcionista, con toda la seriedad posible, que me despertase a las nueve... "Yo podré llamarle, pero... ¿se despertará Vd...?" me dijo el muy faltón... "¡Ni lo dude!", contesté... a las nueve estaba en pie, en un estado bastante aceptable; no me besaba el hígado porque no llegaba, maravillosa víscera... no podía perderme una mañana zaragozana, incluso creo que visité El Pilar...


Frédérick, mi becario...

A lo largo de mi carrera administrativa, he sido tutor de numerosos becarios, stagiaires, o como se les quiera llamar: generalmente ha sido un placer poder contar con su compañía, y muchas veces sospecho que he obtenido más de ellos de lo que yo les haya podido aportar: Frédérick fue un caso muy particular.

Cuando la Escola d'Administració Pública de Catalunya me propuso recibir en mi Servicio stagiaires procedentes del Instituto Regional de la Administración Pública, de Lille -funcionarios superiores de la Administración francesa, que habían terminado sus estudios en dicha institución-, acepté sin la menor reserva: en el fondo, lo mío siempre ha sido la docencia, y conocer gente joven y dispuesta a aprender suele ser muy agradable y motivador, aunque hayas de dedicarles algo de tiempo: me extrañó, eso sí,  que la subdirectora del Instituto -hija de exiliados españoles- aprovechase una visita privada a Barcelona para venir a agradecerme personalmente mi buena disposición: al parecer, pocos de mis colegas se prestaban, sus razones tendrían.

Después de dos o tres becarias, que cumplieron muy satisfactoriamente sus funciones entre nosotros, pero contribuyeron aún más a desequilibrar, desde una estricta perspectiva de género, la plantilla de nuestro Servicio -sólo dos varones, Pere y yo, ambos ya de edad avanzada-, me llegó el currículum de un nuevo becario: esta vez, un chico: según sus antecedentes formativos procedía de una de los territorios franceses de Ultramar: en argot comunitario, una RUP, una Región Ultraperiférica... simplifiqué la información para mis expectantes compañeras... "¡Chicas; os viene tremendo mulatón caribeño...!"

Cuando llegó por fin Frédérick, superó con creces las expectativas levantadas: no era mulato; era negro, profunda y totalmente negro, un caballero de color, alto, elegante y atlético, con una sonrisa que dejaba al descubierto un increíble número de dientes de un blanco deslumbrante... hablaba un Español casi perfecto, fruto -decía- de sus frecuentes visitas a Cuba, Venezuela y República Dominicana; dotado de una simpatía arrolladora y, como pude comprobar pronto, de una cabeza perfectamente amueblada. Vestía un traje en el que rápidamente reconocí la firma de Hugo Boss, y me partía de risa por dentro pensando en el jamacuco que le cogería al fundador de la empresa, diseñador de los uniformes de las SS, si viese lo bien que le caía una creación de sus descendientes a un individuo de una raza manifiestamente "inferior".

Nos hizo falta poco tiempo para establecer una buena amistad; una de las primeras cosas que me preguntó fue si en España había mucha discriminación. "Si, claro, como en todas partes -fue mi respuesta- pero la discriminación no es racial, sino social: tú eres un titulado universitario, llevas un traje que cuesta mi sueldo de un mes, por no hablar del reloj... puedes ir a donde te de la gana, y todo el Mundo te reirá las gracias... pero, eso sí, no se te ocurra venir en chanclas, con unos tejanos y una camiseta, a recoger melocotones en Lleida, porque entonces verías expresiones muy distintas." Frédérick, además, estaba forrado; un día revisaba algo en su ordenador: "¿Qué haces...?" le pregunté, "Nada, estoy consultando mi cuenta corriente..." eché una mirada de soslayo -sí, soy muy curioso, no lo puedo evitar- y... "¡Coooño, buen saldo!" pensé... para darme cuenta, segundos más tarde, de que no estaba en Pesetas, sino en Francos Franceses; ¡veinte veces más! si llego a ser un comercial de la Caixa, le salto encima ofreciéndole varios productos financieros de esos con mucha letra pequeña, todos absolutamente leoninos.

En pocos días se había apuntado a una academia de Salsa donde, según me contó, arrasaba, e iba en camino de convertirse en uno de los puntales de la Noche barcelonesa. Y en el trabajo, no digamos: se hizo frecuente el trasiego de chicas -y no tan chicas- de otras unidades administrativas que, bajo cualquier pretexto, visitaban nuestro servicio... un compañero, caucásico pero con escaso éxito, contemplaba, envidioso, tantas idas y venidas"¡Encima, el muy cabrón tendrá más rabo que la Pantera Rosa!", decía con rencor mal disimulado.

Frédérick tenía el propósito de estudiar el sistema autonómico establecido en la Constitución y su aplicación en el caso concreto de Cataluña, así como la organización comarcal: le facilité toda la documentación necesaria, y manteníamos frecuentes sesiones de trabajo sobre el tema: me aclaró, desde el primer momento, que él se sentía única y exclusivamente francés y, a ser posible, francés del Hexágono; a su tierra natal iba una vez al año, a ver a la familia, pero no le interesaba en lo absoluto: "Allí no hay más que playas... ¿tu crees que a mí me hace falta ir a la playa, eh...?", me decía, enseñándome un antebrazo más lustroso que el betún. "Además, el clima, tan cálido, todo el día sudando... a mí el clima que me gusta es el de Lille." "¿El de Lille, estás loco?", replicaba yo... "Si, tan fresquito, niebla, hummm..." Pretendía convertirse en Comisario de la Policía Nacional, le habían faltado pocas décimas para pasar el concurso, pero estaba seguro de conseguirlo a la próxima. "¡Como Maigret!", le decía yo... "Si, pero sin pipa. Y negro", contestaba, muerto de risa.

Una mañana, preocupado, me hizo una consulta extraprofesional: "Viene a verme mi novia: es blanca. Rubia. Muy rubia.... ¿llamaremos la atención?" "Lo que llamaría la atención, en Barcelona, sería que un chico negro no fuese con una chica rubia", le contesté: me pidió que le recomendase una discoteca; sin dudarlo, le di el nombre de la más pija de la Barcelona del momento: al día siguiente me contó, encantado, su experiencia: nada más verlos llegar, los metieron de cabeza en la zona VIP: lógico.

La estancia de Frédérick tocaba a su fin, y redactaba su informe final; durante aquellos días conversamos mucho sobre el tema: "Yo -me decía- siempre he sido centralista, jacobino y cartesiano: cuanto más estudio esto vuestro, más me reafirmo en mis opiniones; es caro, poco funcional..." No podía dejar de darle la razón, en parte: "Tampoco veo yo necesario que, como dice la leyenda urbana, el Ministro del ramo, en Francia, tenga cada mañana, encima de la mesa, lo que se va a explicar ese día en todas las escuelas francesas - reconocía yo-, pero es que, aquí, ni el Ministro ni los 17 consejeros saben si se les está contando a los chavales que el Universo surgió del "Big Bang", o lo creó en seis días un señor mayor que nos quiere mucho, pero que tiene un carácter, por así decirlo, un poco especial... y basta con cruzar un límite administrativo para que los Reyes Católicos pasen, de sabios y prudentes Padres de la Patria,  a una genocida desequilibrada con serios problemas de higiene personal y un putero calzonazos..." Y eso se lo explicaba a un señor negro que consideraba a los Galos como sus antepasados,  que seguramente tenía su biblioteca infantil llena de libros de Astérix, donde siempre perdían los "fous" romanos, y que había aprendido a loar, al mismo tiempo y por parecidos motivos, a Luis XIV y a Napoleón.  "Mal, os veo mal -concluía-; este montaje podría aguantar partiendo de consensos básicos, pero aquí no los veo por ninguna parte; acabareis mal..."

Pues en eso estamos, sabio amigo Frédérick; otros se gastan dinerales en asesores; tú me asesoraste gratis, y con qué tino... te he imaginado muchas veces como Comisario principal en Lille, con tu rebequita -de Armani, por lo menos- hasta en pleno verano, persiguiendo implacablemente a yihadistas y autonomistas y, como siempre, rodeado de rubias... bonne chance, mon ami!










lunes, 5 de septiembre de 2016

Lejanas prevaricaciones... (1)

Retomo el Blog, después del paréntesis estival, pero no cambio de tema; recuerdos de actuaciones discutibles, en materia de tribunales de oposiciones -siempre conflictivos-, dulcificadas por el paso de los años y la necesaria institución de la prescripción...

En más de cuarenta años de ejercicio de la Función Pública, en Dictadura, Transición y Democracia, dentro y fuera de Europa, en la Enseñanza Universitaria, la Administración del Estado, la Administración Local, la Autonómica, bajo gobiernos constitucionalistas o insumisos, con superiores rematadamente tontos o demasiado listos... ¿Quién podría afirmar que no rozó ni una vez los supuestos de prevaricación contenidos en los Artículos 404 y 405 del Código Penal...? Ya os adelanto que, en mi opinión, quienes lo hagan, o tienen mucho morro, o muy poca memoria, o han gozado de una suerte extraordinaria... No ha sido ese mi caso, pero sí puedo decir, con la cabeza relativamente alta, que procuré siempre seguir los consejos de Don Quijote a Sancho, en mi opinión los más sensatos dados nunca a un futuro servidor público, y si en algún momento doblé la vara de la Justicia, no fue bajo el peso de la dádiva, sino de la misericordia...

A pocos kilómetros de Barcelona se alza el municipio de X. Y digo bien se alza porque, a excepción de unas pocas masías y varias ostentóreas residencias de veraneo construidas en los años veinte del siglo pasado, componen el caserío una serie de bloques-colmena, de esos que se levantaban como hongos para acoger a los emigrantes que, según señalados tontos del culo, enviaba Franco para desnaturalizar la pureza étnica de la población de Catalunya... corrían los primeros ochenta, y el país no se había aún recuperado de la Crisis del Petróleo; los índices de paro eran -como ahora-, pavorosos y por un empleo la gente estaba dispuesta a cualquier cosa: se contaba por entonces un chiste cruel; un hombre se estaba ahogando en las aguas del puerto... "¡Socorro, socorro, ayúdenme...!", gritaba... "¿Dónde trabaja usted..." le pregunta un transeúnte... "Soy administrativo en tal sitio... ¡socorro...!" El otro sale corriendo, llega al lugar indicado, y se ofrece. "Vengo a pedir una plaza de administrativo que va a quedar vacante..." "Lo siento -le responden- , ya la ha ocupado el que empujó al agua al anterior.."

El Ayuntamiento de X había convocado una plaza de peón de la brigada de obras, una de las más humildes y peor retribuidas de la plantilla, y me habían designado como miembro del Tribunal calificador; nada más llegar pude ver un nutrido grupo de personas congregadas en la puerta del local donde se iban a celebrar las pruebas; me recibió el Secretario, con cara de circunstancias, y me hizo pasar enseguida al despacho del Alcalde, presidente también del tribunal, que me puso inmediatamente en antecedentes:

"Tenemos un problema muy grande: se presenta un candidato -llamémosle Pepe- que ya está ocupando como interino esa plaza; es un excelente trabajador y, además, un auténtico drama social; su esposa lleva varios años paralítica, tiene tres hijos menores, su única hija casada se acaba de divorciar y ha vuelto a casa con dos hijos, el pobre hombre se hace cargo de todos, si pierde la plaza..."

"Comprendo el problema, pobre tío, pero se presentan muchos, seguramente también muy necesitados de ese puesto..." balbuceé yo...

Cuando entrábamos en el aula donde se iban a realizar las pruebas, uno de los aspirantes pidió hablar conmigo un momento: "Mira, compañero; soy el secretario de la Asamblea de Parados de X: tenemos un acuerdo de presentarnos a todas las plazas que convoque el Ayuntamiento; pero ésta ha de ser para el compañero Pepe; está de interino, tiene la mujer paralítica, tres hijos menores, la hija..."

"Ya, ya lo sé -contesté- pero... por qué no os retiráis todos...? lo tendría mucho más fácil..."

"No puede ser, compañero, tenemos un acuerdo de la Asamblea... pero la plaza ha de ser para el compañero Pepe, porque tiene la mujer...."

Empezaron los ejercicios; para una plaza de ese nivel, no podían ser excesivamente complicados; el primero consistía en varias operaciones aritméticas muy elementales; casi todos los asistentes las remataron en pocos minutos, firmaron los ejercicios, y abandonaron el aula: quedó un solo aspirante con la hoja en blanco, la mirada perdida en el espacio, el bolígrafo aferrado casi con ambas manos...

"¿Es Pepe...?" pregunté, sabiendo de antemano la respuesta...

"Si, pobre, está bloqueado...", me contestaron, a coro, Alcalde y Secretario...

"Mirad; voy a hacer pipí, tardaré unos diez minutos..."

Cuando volví, ya firmaba con letra temblorosa el ejercicio: las respuestas eran correctas; todos los aspirantes pasaron al ejercicio siguiente:

Se trataba de efectuar dos sencillas reparaciones; cambiar la goma de la boya de la cisterna de un WC, y preparar una cerradura para cerrar en sentido contrario: soy un auténtico desastre para las manualidades, pero hasta yo me atrevía a hacerlo... Pepe seguía sin dar pie con bola; me tocó volver a salir del aula a hacer pipí: a la vuelta, Secretario y Alcalde habían requerido la presencia del capataz de la Brigada: las piezas estaban reparadas... prueba superada, pasemos a la tercera...

Al frente de la tropa de opositores, provistos cada uno de un pico y una pala, nos dirigimos a un solar vecino; se trataba de cavar, en media hora, una pequeña zanja de un metro de larga y el ancho de la pala; la profundidad alcanzada determinaría la puntuación: caía un Sol de justicia, el terreno era desigual y pedregoso, y fui yo mismo quien indicó que eligiese cada uno el sitio que quisiera para empezar a cavar.

Cuando quise darme cuenta, no podía dar crédito a mis ojos; mientras la Asamblea de Parados en pleno apenas si había empezado a arañar la superficie de aquel pedregal infecto, Pepe estaba ya a medio camino de Nueva Zelanda; cavaba como un poseso, estaba enterrado ya hasta la cintura, y seguía, seguía...

"¡Me habéis engañado!"- me dirigí a Alcalde y Secretario..." ¡hicisteis la zanja ayer, y la habíais tapado con un cartón...!"

Muertos de risa, me recordaron que era yo mismo quien les había invitado a elegir el sitio... "Pepe trabaja ahí al lado; conoce el solar, y sabe qué parte se rellenó con tierra buena, mucho más fácil para cavarla..."

Paramos el ejercicio cuando Pepe estaba ya en la zanja hasta el pecho; ganó por aclamación, entre los aplausos y abrazos de los compañeros parados, que seguirían siéndolo por lo menos un día más... Alcalde y Secretario, felices, me cogieron por el brazo... "Vamos a tomarnos un café, te lo has ganado... y vigila esa próstata, que aún eres muy joven,,,"