lunes, 5 de diciembre de 2016

De Ceferino a Marcel...

Lector vicioso, que no ejemplar, tengo mis manías, como todos... una de ellas, los nombres de los personajes...

En efecto, los nombres de los personajes que aparecen en una novela pueden jugar sobre mí un particular efecto negativo; si el nombre me resulta chocante, inadecuado, tiendo a distanciarme, a no entrar plenamente en la trama... un nombre que chirríe resulta para mí absolutamente anafrodisíaco, no sé si me explico, vamos, que no... y puede ser por varios motivos: un nombre de personaje no puede ser premonitorio, no puede ser un "spoiler": si la protagonista lo va a pasar mal, francamente mal, no se debe llamar Angustias ni Dolores; la que más se acerca, la Colometa "Palomita" de "La Plaça del Diamant", que ya desde el principio sabes que acabará prácticamente desplumada... tampoco un futuro marido engañado debe llamarse Cornelio -¿Os imagináis, Monsieur Bovary...?- los nombres y apellidos deben ser realistas, no digo yo que tomados del Listín Telefónico -caso de que aún exista, hace tiempo que no veo ninguno-, pero no deben chocar innecesariamente; llevo años siguiendo fielmente la carrera de un suboficial de la Guardia Civil llamado Bevilacqua, que fuerza a su autor a explicar, en cada novela, la existencia de un padre uruguayo desentendido de su esposa e hijo, con la de tinta que se habría ahorrado llamándolo López, pongo por caso... mi situación de incomodidad llega al colmo cuando algún autor extranjero incorpora algún personaje hispano o español con nombres y apellidos auténticamente ridículos e improbables...

Si vamos a ver, tengo un cierto desencuentro con Cervantes ni más ni menos que por el nombre de Don Quijote... posiblemente no sospechó que la fama de su obra superaría, de lejos, la época en que se conservaba un recuerdo de los nombres de las piezas de las antiguas armaduras, pero... ¿quijote...?; mal empezamos si, a la primera página, nota aclaratoria... podría haberlo llamado "Don Yelmo", que aún mucha gente sabe lo que es, "Don Casco" "Don Peto", "Don Espaldar"... o, más abajo de los quijotes, "Don Espinilleras", nombres todos que, en diversas variedades y materiales high-tech, aún siguen usando deportistas y policías antidisturbios... pero fue a bautizarlo con una de las piezas que antes han pasado al olvido... acertó, eso sí, con Sancho Panza, al que sólo falta añadirle el adjetivo "Cervecera" para considerarlo plenamente vigente y actual.

Si, por el contrario, el nombre resulta correcto, según mis puñeteros estándares, tampoco es que lo considere un mérito especial; lo doy por bueno, pasa sobre mí fluidamente, y ya puedo concentrarme en la trama; de vez en cuando, me sorprende el acierto en la elección de alguno, pero no es lo más habitual...

En eso, como en tantas otras cosas, soy un rendido admirador de Marcel Proust: en "A la búsqueda del tiempo perdido", una obra fluvial, miles de páginas, cientos de personajes... ni un fallo, todos nombres admirablemente elegidos, Guermantes, Saint-Loup, Verdurin, Jupien... en orden descendente de clase social.... Palamède, para un varón tradiccionalista, Albertine, para una muchacha en flor que, posiblemente, escondía como referente real a un muchacho no menos en flor... quizás un pequeño "pero"; Swann, ¿no hubiese sido mejor "Schwan", "Cisne", en Alemán, y supongo que también en Yidish?... pero no vamos a discutir por una "ch" y una "n" de más o de menos, él sabría el por qué...

Y otro de sus grandes aciertos fue el de mantener, durante toda su obra, en el secreto el nombre del narrador y auténtico protagonista... ¿es eso cierto...? según y como...

Me leí de un tirón "A la recherche..." en los siete -me parece- volúmenes de una edición de bolsillo en Francés, prestada por una amiga, Pilar, todavía más francófila -y más francófona- que yo: lo hice, además, durante unas vacaciones en Boltaña -mi Combray y mi Balbec particulares, todo en uno-muchas veces entre baño y baño en la Gorga; Pilar había subrayado profusamente sus ejemplares, costumbre que yo no tengo, seguramente por falta de constancia, y eso me permitió descubrir -porque allí los subrayados alcanzaban ya su paroxismo- el único párrafo donde Marcel Proust baja la guardia, e insinúa indirectamente, en un suponer, por así decirlo, que su Narrador Sin Nombre podría llamarse como el autor del libro, Marcel, es decir, él mismo... no me resisto a citarlo literalmente:

"Albertine decía: "Mi" o "mi querido", seguidos uno y otro de mi nombre de pila, lo que, dando al narrador el mismo nombre que el autor de este libro hubiera sido: "Mi Marcel", "Mi querido Marcel""

Pelín liado, ¿verdad...? Pero así era Don Marcel, no le demos más vueltas, que ya bastantes le daba él...


Viene a cuanto todo esto porque el otro día celebraba yo la reciente concesión del Premio Cervantes a Eduardo Mendoza, al que admiro por muchos y variados motivos, y hacía referencia a uno de sus personajes con los que más sanamente me he reído; el Detective Sin Nombre.

Eduardo Mendoza, a la hora de poner nombres a sus personajes, arriesga, y de qué manera; ya en su primera novela, "La verdad sobre el caso Savolta", hizo auténticos equilibrios; de entrada, elegir un apellido catalán "salat" -encabezado por el el artículo "sa", que substituye al "la", determinado femenino singular, en el habla de las Baleares y, antiguamente, en buena parte de la costa mediterránea catalana- que no es frecuente... y, dos años después de la aparición de la novela, se estrenaría la primera película de John Travolta, que añadiría una peligrosa contaminación... también era arriesgado que un periodista anarquista, por menudo e inquieto que fuera, fuese conocido por el apodo de "pajarito" -que siempre asociaremos a José Luís López Vázquez en la película que se inspiró, bastante libremente, en la novela... volvió a hacer un triple salto mortal al bautizar al ingenuo extraterrestre que aterrizaba en Barcelona para conocer la marcha de los fastos olímpicos -y que, para evitar llamar la atención, adoptaba el aspecto físico de Marta Sánchez- con el nombre de Gurb, ignorando -¿cómo iba a saberlo?- que es un municipio de la Plana de Vic... acertaba de lleno en "La Ciudad de los Prodigios" al llamar a su protagonista Onofre Bouvila, no se me ocurre otro nombre que resuma mejor el origen campesino del Bou -buey- con la Vila -villa- que era su destino final... por no decir en una de sus más felices invenciones, Isabelita Peraplana, con el que he bautizado -secretamente, por supuesto- a todas las señoritas que he conocido de agradable presencia pero escaso desarrollo pectoral...

Su Detective Sin Nombre -frecuentemente escapado de la institución donde, con métodos francamente arcaicos, lo atendían de su tampoco nunca descrita enfermedad mental- no necesitaba ser llamado de ninguna manera porque, cuando lo hacían los demás, usaban epítetos sumamente insultantes, y cuando era él mismo quien se presentaba, se apropiaba del apellido -Sugrañes- del psiquiatra que con tan escaso éxito lo asistía... ni siquiera procedió nunca a tomarle la filiación el Comisario Flores, al que debo uno de los más brillantes términos de la inagotable cantera que encontramos en la obra de Mendoza, y que -ahora es el momento- me acuso de haber tomado prestado en alguna ocasión: ¿sabéis cómo se llama el periodo histórico transcurrido entre el 18 de julio de 1936 y el 20 de noviembre de 1975...?: "Prepostfranquismo".

Pues bien, en su más reciente aparición, en "El secreto de la modelo extraviada", el Detective Sin Nombre deja de serlo; sabemos ya que se llama Ceferino: nombre honesto y modesto, que denota antecedentes rurales y/o uso del Santo del Día, esa sabia tradición que tantos quebraderos de cabeza ahorraba. Recordaremos su nombre, y esperamos su pronta reaparición en la nueva obra que, desde ya, nos debe Eduardo Mendoza a sus leales admiradores.






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