viernes, 27 de mayo de 2016

Una triste y bella historia de amor, heroísmo y pérdida...








Corría el més de Abril de 1960: la Primavera se enseñoreaba del Llano de Barcelona, que bullía a los pies de la Antiga Escola del Mar, encaramada en las colinas que lo dominan, lejos de su Mediterráneo original… yo tenía once años. Estaba enamorado.


Mi amada se llamaba Isabel Verde: la Escola del Mar -también en eso era una “rara avis” en el panorama educativo barcelonés y español  del momento- era mixta, aunque -eso sí- en clases separadas; Isabel era una de las “mayores”, tendría uno o dos años más que yo, y me pasaba unos cuantos centímetros, porque ya se sabe que las chicas pegan el estirón antes, pero eso no era obstáculo para un corazón bravo y decidido como el mío. La recuerdo -por supuesto- guapa, muy guapa, morena, espigada, siempre con una graciosa cola de caballo recogiendo su melena, ojos bellísimos bajo el arco de unas cejas bien marcadas, de andar sereno, elegante… la bata escolar le quedaba bien, muy bien, resaltaba su figura…


Desde que había decidido que estaba enamorado de ella, me había hecho el encontradizo un montón de veces, e incluso había conseguido tener alguna conversación con ella, más o menos personal: me había contado que sus padres -¿emigrantes…? ¿exiliados…?, vivían en Venezuela, en una ciudad cuyo nombre era, para mí, el colmo del exotismo: San Antonio de Táchira,  o Táchira, o del Táchira, que de las tres maneras la he visto denominar, “La Villa Heróica”, aunque juraría que ella me dijo “Tachira”, con acento en la “i”. Como no teníamos google, yo no podía saber que era la capital del municipio de Bolívar, estado de Táchira, en el extremo noroeste del país hermano; como no teníamos google earth, no podía haber visto el puente internacional “Simón Bolívar”, que la une con la vecina Colombia, y que le ha dado un cierto protagonismo por el proceso de paz colombiano y el aluvión de refugiados… ¡Qué pocas cosas sabíamos entonces..! En Barcelona vivía en casa de una abuela, no muy lejos de la Escuela, cerca del vecino Hospital de Sant Pau, entonces San Pablo… en dirección opuesta a mi casa, lo cual dificultada sobremanera intentar acompañarla a la salida.


Apasionado ya, desde mi más tierna infancia, de la estrategia militar, decidí utilizar un método de aproximación indirecta; conecté con su mejor amiga -Munné, se apellidaba, una chica muy morena, mucho más que Isabel, con una gruesa trenza-, me gané su amistad, y, cuando ya existía una cierta confianza, le pregunté abiertamente: “¿Sabes si Isabel está enamorada de mí…?”


La respuesta, de momento, me dejó desconcertado: “Dice que te encuentra muy guapo, pero que tu carácter no le gusta..”. Desconcertado, porque siempre me he sabido muy guapo -aunque con una cierta tendencia al sobrepeso, para qué negarlo…- , pero, al mismo tiempo, sé también que mi carácter es encantador, capaz de ganarse todas las simpatías, por no hablar de mi proverbial modestia… pero, tras unos primeros momentos, mis ánimos remontaron espectacularmente: ¡El caso estaba ganado, eso era un “Sí”….! Mi escaso conocimiento de la vida ya me había permitido comprobar que a las chicas, los que de verdad les gustan son los guapos malotes, cuyo carácter están seguras de poder cambiar, modelar como dócil cera en sus expertas manos… ¡campo abierto, vía libre hacia el corazón de mi amada Isabel…!


Pero quedaba claro que había que hacer algo muy especial, algo que dejase bien claro el vínculo que entre nosotros existía, y que yo consideraba punto menos que eterno; se acercaba el Día de Sant Jordi, que me iba a proporcionar una oportunidad para llevar a cabo una “Prova d’amore” pública, espectacular, definitiva.


El Día de Sant Jordi se celebraba en la Escola del Mar en su vertiente de “Día del Libro”, y todos exponíamos, en tenderetes montados en el largo porche que rodeaba el edificio principal, los “libros” que habíamos confeccionado, encuadernados e ilustrados -eran de ocho o diez páginas-. por nosotros mismos. Aún no se había extendido el culto a la rosa que hoy constituye la otra característica de la Fiesta, pero, casualmente, en aquella época estaba yo encargado del jardín que correspondía a mi clase, donde, bajo la atenta dirección de un profesional, cuidaba nuestra joya de la corona: el rosal de donde, cada día, cortaba religiosamente la rosa que luego adornaba la mesa donde, solitario, majestuoso, presidía el comedor el Director y Fundador de la Escola, el insigne pedagogo Pere Vergés i Farrés.


Llegado el día, elegí una buena rosa, la corté y, ceremoniosamente, la coloqué en el pequeño florero de la mesa del Director; después, con aire furtivo, volví al rosal, corté otra, aún mejor, la mejor de todas… -me gustaría decir que eran rojas pero, en honor a la verdad, eran amarillas-, y me escondí junto al pasillo por donde, correctamente formados, bajábamos los alumnos al comedor.


No tardó mucho en iniciarse el cortejo; creo que bajábamos ordenados por edades, así que las “mayores” serían, prácticamente, las últimas: vi venir a Isabel, que me vió también… me acerqué, saqué la rosa en la mano que escondía en mi espalda, y le dije “¡Es para tí!”. Creo que ni me contestó, pero su sonrisa fue más que suficiente; tomó la rosa, y siguió hacia el comedor. Yo, corriendo, me incorporé también a mi lugar.


Antes de sentarnos a comer, permanecíamos en pie y en silencio, hasta que el Director no se sentaba a bendecir la mesa; era el momento de las ejecuciones públicas, cuando se anunciaba, en voz alta y ante todos, si algún alumno, por su conducta, había merecido algún castigo o, por el contrario, alguna recompensa: castigos y recompensas eran, por lo general “décimas” positivas o negativas al curioso sistema de puntuación colectiva que funcionaba en la Escola, pero las auténticas fechorías eran también castigadas con una miniexpulsión: un día en casa; no menos esperaba yo por la mía; incluso podía suceder algo más humillante; que, como había visto en alguna ocasión, el propio Director la entregase al reo, acompañada por dos cachetes en las mejillas, y la frase tradiccional: “Ximple, beneït, et quedaràs un dia a casa…!” Aclaro para los no catalanoparlantes que “Ximple” y “Beneït” son dos “false friends”, que no cabe traducir por “Simple” y “Bendito”, sino por algo así como “Gilipollas” y “Tontolaba”. Tomad nota: en la institución pedagógicamente más avanzada del momento, en Barcelona, alumnos de ocho o diez años eran golpeados e injuriados en público… y aquí estamos, muchos años después,  razonablemente sanos…


Adoptando la posición más heróica que se me ocurría -quiero decir, sacando pecho, como condenado a muerte ante el pelotón- esperé a que se desencadenasen los acontecimientos… el Director, en absoluto silencio, miró la rosa de su florero; luego desplazó su penetrante, aguileña mirada, bajo unas cejas increíblemente grises y tupidas, hacia la otra única rosa que se veía en el comedor, la que lucía en un ojal de su bata aquella niña guapa, morena, de graciosa cola de caballo… y se sentó, bendijo la mesa, y pronto una algarabía de cubiertos contra la loza de los platos acalló los latidos de mi corazón…


¡¡Ya estaba hecho, ya era público, oficial, todo el mundo lo había visto…!!  Ella la había aceptado, técnicamente hablando, éramos novios… pero apenas si pude disfrutar de las mieles del triunfo, no digo ya, pobre de mí, de las del amor… muy pocos días después, un sábado por la mañana, Isabel se me acercó en el jardín: casi ni me miró a los ojos, no sonreía… extendió su mano, y depositó en la mía un papelito, una tira alargada, desgarrada de un cuaderno escolar: sólo seis palabras, escritas con una letra infantil -la que teníamos todos, éramos niños…-: “Me voy el lunes a Venezuela”


¿Fué una marcha improvisada, urgente? ¿Lo sabía hacía tiempo, y no había querido decirme nada…? Desde luego, aún quedaban dos meses de curso… intenté verla por última vez al salir de la Escuela; imposible; seguramente, la habían venido a recoger antes, apenas si tuvo tiempo para escribir aquel papelito, que guardé años y años, que nunca tiré, que debe andar aún perdido entre mis pertenencias… nunca más la ví, nunca más supe de ella. ni siquiera se comunicó con su fiel Munné, a la que cada día acribillaba yo a preguntas… se la tragó el Océano Atlántico, desapareció en aquel remoto País Hermano…



Hoy, cuando Venezuela está más presente que nunca en nuestras preocupaciones, divididos -nosotros y ellos- en bandos difícilmente reconciliables, deseo profundamente que la vida te haya resultado chévere, que tus hijos hayan sido  apuestos y viriles galanes de telenovela, tus hijas bellas y exhuberantes reinas de belleza, con las tetas operadas y, unos y otras, opositores, de los que acaparan el papel higiénico, y que nunca te haya faltado para limpiarte ese culito que, ¡ay!, no pude llegar a acariciar, dulce, bella,  amada y perdida, setentona casi, Isabel… 

domingo, 22 de mayo de 2016

Confesión General (2)



Con mis padres, el día de mi Primera Comunión, de marinero raso...



Con la Edad de la Razón, me acercaba a lo que era entonces -y supongo sigue siendo en la actualidad, para muchos- un auténtico Rito de Paso, y debemos agradecer a San Pablo que no incluyese ningún incómodo recorte de pieles supérfluas: la Primera Comunión.


Dejando a parte la preparación digamos teórica -sesiones intensivas de Catecismo, que recuerdo muy parecidas a las de las Ordenanzas para el exámen de cabos, en el Servicio Militar-, era precisa también una formación en aspectos tan curiosos como el aprender a leer la hora en el reloj; ignoro la relación profunda que pueda existir entre la Primera Comunión y el reloj -posiblemente que, llegados a la Edad de la Razón, ya no tienes excusa para ser impuntual- lo cierto es que el primer reloj era un regalo obligado, y antes ponían a tu disposición una esfera de cartón con agujas móviles, para que fueses haciendo prácticas; tengo entendido que en las Comuniones, ahora, hay auténticas listas de bodas, incluyendo consolas de videojuegos; por aquel entonces, los regalos eran mucho más comedidos, la mayoría de tipo piadoso -el Misalito Regina, un rosario…- o directamente relacionados con ese carácter de acceso a la “madurez” -¡a los siete años, por favor…!- que llevó a una vecina a regalarme, ante mi perplejidad, una aguja de oro, con una perla, para la corbata, que no he usado en mi vida, pero aún conservo, como recuerdo del evento.


En segundo lugar, había que dotarse del vestuario adecuado. En 1956, para una familia barcelonesa de medio pelo, no había más opción que Pantaleoni Hermanos, en el carrer Portaferrissa, de donde salíamos disfrazados de marineritos en noventa por ciento de los comulgantes… los ricos irían a Sello, supongo, y los pobres… a Pantaleoni me encaminé con mi padre, a que me tomasen medidas para lo que -enseguida lo ví- iba a ser un traje de marinería, desvaneciéndose mis espectativas de acceder al almirantazgo… pero la decepción mayor llegó cuando el dependiente, obsequioso, nos presentó la bandeja de galones, distintivos y condecoraciones… “¡Marinero raso!”, dijo mi padre, rechazándola con una sonrisa… quiero creer que fue por las lógicas restricciones presupuestarias -no andábamos muy bien, por aquellos tiempos…-; desde luego, no por un súbito ataque de antimilitarismo ni de modestia, él que siempre llevaba en la solapa la insignia de una condecoración ganada en la guerra… pero ahí se fueron mis esperanzas de lucir, por lo menos, el distintivo de especialista en torpedos, o de radiotelegrafista, si no las prestigiosas alas de la Aviación Naval… por suerte, a la hora de la verdad, todos íbamos de lo mismo -la única diferencia es que algunos llevaban el blanco uniforme de verano- con dos notables excepciones: uno, fantasioso o hijo de fantasiosos, que se presentó nada menos que de Caballero del Santo Sepulcro, con capa y espadín a escala, y otro, hijo de artista -y mi primer amigo gay, aunque ni él ni nosotros sabíamos entonces qué era eso- que comulgó de paisano, como después se generalizaría.



Mare de Déu de Montserrat, Alfa y Omega de mi práctica religiosa... El chirimbolo es posterior. 


Hubo también una preparación práctica, que incluía la ingesta de obleas -no era nada sencillo; se consideraba punto menos que pecado mortal que la hostia tocase los dientes…- y del cortejo y la ceremonia en sí, que se celebraría en la Iglesia de la Vírgen de Montserrat, a pocos metros de la Escola del Mar… y ahí vino a sumarse un importante aliciente; colegio mixto, aunque en clases separadas, formábamos el cortejo niños y niñas emparejados, y a mí me tocó de compañera una, rubita y dulce, que me gustaba un horror… por supuesto, no tenía ni idea de para qué, pero me gustaba… como en una preboda, ahí avanzaba yo -en aquel tiempo, os lo juro, delgadito y casi rubio- al lado de Castelló -nos llamábamos por los apellidos-, tieso y orgulloso, mirando el blanco vestido y el no menos blanco velo de mi compañera y protonovia…


Pocos días antes de la ceremonia -¿la víspera..?- me confesé por primera vez… si queréis saber mis impresiones al respecto, diría que una de cal, y otra de arena: por un lado, lo peor era que tenías que oler a un cura… ¿a qué olían los curas..? siempre he sido muy olfativo, y reconocería el olor a aquellos curas entre cientos de olores distintos: de acuerdo, la higiene corporal no estaba en sus mejores momentos, y el “Moussel”, el primer gel de baño que superaría al Jabón “Lagarto”, estaba aún por aparecer…  las sotanas tampoco se llevarían a la tintorería con la debida asiduidad, todos fumaban, la higiene dental tampoco estaba tan extendida… a rayos, olían a rayos, a perro muerto, con algún toquecillo de cera e incienso, por aquello de la profesión… en el confesonario se te echaban así encima, como para escucharte mejor -pobres, algunos estarían medio sordos, como yo ahora-, incluso a veces te cubrían con la estola, a una distancia francamente peligrosa del sobaco… no tengo que reprochar ni la más mínima actitud que pudiesemos considerar inadecuada, ninguno se interesó por mis colgajillos, ni puso a mi disposición los suyos… era, simplemente, que olían mal, muy mal, lo siento… la mayoría, por no decir todos. Fatal.


Y en cuanto a la confesión en sí… sigo creyendo, con Graham Greene, que ha sido uno de los grandes inventos del Catolicismo, y lamento los intentos de sustituirla por ceremonias maoistas como las confesiones colectivas… imaginaos los pecados que podía haber cometido yo a los siete años… alguna putada a mis hermanos, alguna discusión -pocas, era muy sumiso- con mis padres… Luego la cosa se fue complicando, empezaron los “pensamientos y deseos impuros” -durante una buena época, casi todos, de hecho…- los “tocamientos” (¡Qué obsesión tenían con los tocamientos…!)… Si topabas con un cura comprensivo, te sonreía, te decía “No lo vuevas a hacer”, “reza tres padrenuestros y un avemaría…”… !!Y salías de allí perdonado, limpio como una patena, sin más problema que evitar nuevos pensamientos ni deseos impuros antes de comulgar, propósito de enmienda, siquiera temporal…!! (convenía, por eso, hacerlo justo antes, y procurar no mirar a las chicas durante los diez o quince minutos siguientes…) ¡Tan sencillo como eso..! ¡Y si el cura era un borde, igual, tres padrenuestros, un avemaría, y listos…! ¡Cuánto, cuánto hemos ahorrado en psicólogos…!


De la Comunión… ¿qué podría decir…? la primera pregunta que me formulo es ¿de dónde partió esa idea…? no recuerdo nada semejante en la Mitología clásica, ni, por supuesto, en el Judaismo, la Religión monoteista madre… ni que decir tiene que las diversas iglesias protestantes la consideran solo en sus aspectos simbólicos, y para el Islam -que, no lo olvidemos, es una religión monoteista más moderna- sería una locura y una herejía… posiblemente, de algún culto mistérico, de los que tan poco sabemos… baste con decir que, para los católicos -para el católico que era yo entonces- la comunión era absolutamente real, lo que entraba en nosotros era, realmente -insisto- el Cuerpo de Jesucristo, es decir, el Cuerpo de Dios… años después, un profesor, exjesuita, nos contaba el argumento de una película francesa que le causó un fuerte impacto es su momento, “Le défroqué”, algo así como “El que había colgado la sotana”… un sacerdote ha abandonado su ministerio: otro joven sacerdote intenta llevarlo al buen camino; en una de las escenas, se encuentran en un cabaret; el sacerdote “malo”, para fastidiarlo, vierte dos botellas de champagne en un cubo… ¡y las consagra!; el “bueno” no puede dejar allí aquel litro y medio de Sangre de Cristo, y se lo bebe entero, con el consiguiente quebranto de su salud, siquiera temporal (y ya no os digo si le toca pagar dos botellas de champagne en un cabaret…): a todos -jovenes creyentes- nos parecía una reacción perfectamente lógica… la sensación de plenitud, de felicidad, de compromiso, la intención de ser una persona mejor, de ser digno de la gracia recibida… eran inenarrables: volvías de comulgar casi levitando. Luego, duraba lo que duraba, lo que tardabas en cabrearte con alguien y enviarlo a la mierda, lo que tardabas en ver las piernas de Fulanita, y empezar a imaginar, imaginar… pero también duran poco las “operaciones bikini”, ya sabemos que la carne es débil… Todo aquello ya pasó; ¿lo echo de menos..? Según. Posiblemente, si, pero se que es imposible, el espejo se ha roto, sus fragmentos nunca volverán a juntarse….



A todo ésto, durante mi infancia, todos los ritos religiosos se realizaban en Latín… ¿suponía eso algún problema…? Para mí, ninguno; que un señor vestido raro -distinto de los demás-, que hacía cosas raras -lo que hacían los curas no tenía nada que ver con lo que hacían las otras personas que yo conocía- hablase un idioma raro, era absolutamente lógico… total, en el misalito venía en doble columna, y yo ya empezaba a reconocer en el Latín la madre común de mi materno Español, e incluso del Catalán, que muchas veces asociaba también con los temas religiosos, si bien es cierto que tenía amigos que hablaban corrientemente Catalán y, cosa extraña, no conocía a nadie que hablase corrientemente Latín… cuando ya podía recitar prácticamente todo el texto de la Misa en Latín -aún me atrevo ahora con largas parrafadas-, llegó el Concilio, los curas se dieron la vuelta, y empezaron a hablar… en Barcelona, en Catalán, con lo cual, desde mi punto de vista, tampoco habíamos avanzado gran cosa, y, además, en un Catalán lleno de palabras y expresiones que no oías jamás en la calle… creo que en el cambio se perdió algo; las cosas difíciles no se hacen más sencillas porque se expliquen con diferentes nombres; me resulta tan abtruso “Omniponente” como “Omnipotentis”, cuando estás rodeado de prepotentes e impotentes… aún hoy, oir recitar en Español la Letanía me resulta extraño… ¡“Virgen digna de veneración…”! ¡Con lo bonito que quedaba “Virgo veneranda…”! Menos entiendo que se haya cambiado… ¡el Padrenuestro!; ahora se perdonan “nuestras culpas”, en vez de “nuestras deudas…” ¿A quién se le ha ocurrido eso, al Bundesbank…?


Afortunadamente, las prescripciones dietéticas del Catolicismo tampoco me resultaban problemáticas; daba gracias a Dios por no ser Musulmán ni Judío, y poder así disfrutar de los mil y un productos del Cerdo -¡mis tortetas y mis morcillas!-, el vino, el marisco, o cosas tan inocentes como un bistec de ternera con un poquito de mantequilla encima… el ayuno -como tal- había desaparecido: a dicho efecto, mi padre compraba, anualmente, la “Bula de la Santa Cruzada”; la Bula era, por decirlo de alguna manera, Deuda Pública de la Iglesia, y quien la compraba quedaba liberado -él y su familia- de, creo, la obligación de ayunar en la Cuaresma: reminiscencia medieval, su dudosa justificación teológica había sido el primer punto de discrepancia de Lutero que -no sin cierta razón.- la identificaba con la Simonía, el comercio con bienes espirituales; pero, muchos años después de la “Falsa reforma protestante” -así la llamaban, con dos…, en nuestro libro de Religión, donde aclaraban también que a Lutero le había faltado tiempo para casarse con una monja- ahí seguía la Bula, con importes -eso sí- muy accesibles, por lo menos la que compraba mi padre, la más baratita, correspondiente a la categoría de “jornalero”.


La abstinencia de comer carne los viernes de Cuaresma tampoco era especialmente conflictiva; bueno estaba el pescado, seis u ocho días al año… además, eran limitaciones plenamente extendidas, supongo que resultaba difícil conseguir un plato de carne en un restaurante un viernes de cuaresma… aunque tengo muy presente una imágen, olfativa, como muchas de las mías; volviendo a Boltaña el viacrucis del Viernes Santo y, al entrar en las Eras Altas, llegarnos a todos -que, además, estábamos en ayunas- el inconfundible aroma de unas costillas de cordero a la brasa… un murmullo de estupor recorrió todo el grupo, hasta que una voz, bienintencionada, intentó tranquilizarnos: “¡Tendrán alguien enfermo en casa…!” . Recuerdo también, y también en Boltaña, otro Viernes Santo, en que habíamos ido todo el grupo de amigos a merendar a Banastón, un pueblo vecino, porque quedarnos en el nuestro, una tarde como aquella, nos resultaba violento… pedimos vino y, para acompañar, los descreídos, longaniza; los piadosos, queso… pero los Hijos de Satanás se lanzaron como lobos sobre nuestros taquitos de queso, ante el desconsuelo de los Hijos de la Luz, que vimos, al momento, que solo quedaban, en su plato, hermosas y grasientas rodajitas de longaniza recién hecha… “¡Cabronessss!”, dijimos, desconsolados, mientras nos entregábamos al Carnal Pecado…



Hasta una edad relativamente avanzada, respeté bastante el cumplimiento de la obligación de “oir Misa entera” todos los Domingos y “Fiestas de Guardar”: lo de “Misa entera” tenía su explicación; no se exigía la puntualidad necesaria para llegar al comienzo de la ceremonia: la Misa “valía” siempre que hubieses llegado antes del momento en que empezaba el “Credo”; y eso suponía que no era necesario escuchar el siempre pesadísimo “Sermón”, la parte, digamos, variable -porque su duración dependía del humor del cura- de una ceremonia que, sin sermón, podía durar unos 25 minutos.


Iglesia de Boltaña



En Boltaña disponíamos de una amplia panoplia de Misas, para cubrir nuestras obligaciones: en la iglesia del pueblo, había una misa a las siete de la mañana que, entre otros feligreses, solía frecuentar mi tío Domingo, ex-capitán -“Capitán”, decía él, “porque la autoridad legítima que me nombró, no ha tenido a bien cesarme…”- del Ejército Republicano… “Tú vas a misa de republicanos”, bromeaba yo con él… “Ya sabes, lo hago por las mujeres de casa…” me contestaba… Pero incluso esa Misa era demasiado tardía si querías aprovechar el dia para, por ejemplo, irte a pescar, como hacía yo, acompañando a mi padre y mi hermano Ricardo, a los que, de verdad, les gustaba pescar, aunque no cada día lo lograsen… íbamos, entonces, a las seis de la mañana, a la Misa en el sanatorio antituberculoso, que hoy es un orgulloso Hotel Cinco Estrellas… “¿Pero no os da cosa tomar el agua bendita de la misma pila que…?” nos preguntaban nuestros conocidos, ignorando que mi padre había descubierto que, en la poza que se formaba debajo de la salida de agua del lavadero del Sanatorio, se criaban hermosas truchas que, pese a todas las prohibiciones de “las mujeres de la familia”, es decir, la Autoridad, intentaba pescar con ahínco…



Iglesia del Barceló Monasterio de Boltaña: bodas fastuosas...



En Verano, en los antiguos cuarteles -de los que quedan en pie el edificio de la sede de la Comarca de Sobrarbe y algunos remozados barracones- funcionaba una residencia de vacaciones para familias de militares, y a las diez de la mañana se decía Misa en la vieja capilla: yo solía asistir cuando había quedado con mis amigos -muchos, hijos de militares-  para jugar al Tennis en la vecina pista… por supuesto, se me notaba, porque entraba con la bolsa de la raqueta y las pelotas… eso no solía gustar al cura -el entonces párroco, todo un personaje-, e incluso recuerdo ser citado en uno de sus sermones… “Esos jóvenes, que vienen a la Iglesia, pero dejando claro que su propósito es dedicar el Domingo a actividades mundanas…” Yo me subía por las paredes… “¡¡Encima…!! ¿A que no tienes c…. para meterte con los que no vienen…?”. Y sí los tenía, si… utilizaba un medio de destrucción masiva: disponía de la última página de la Hoja Domininal -“El Ángel del Hogar”, se llamaba- que le llegaba en blanco, y que él ciclostilaba en la sacristía, poniéndonos a parir a los malos cristianos, en general, y a los jóvenes boltañeses, en particular. 


Pero la Misa, por antonomasia, era la Misa Mayor, a las doce del mediodía: tenía -y sigue teniendo, por lo que veo- carácter de gran acontecimiento social; la gente se endomingaba y veías montones de corbatas, medias y zapatos de tacón; y ponerse zapatos de tacón, con el empedrado que entonces tenían las calles de Boltaña, era, directamente, entregarse en manos de la Providencia. 

La disposición, en el templo, era todo un reflejo de la composición social del lugar: las beatas con pedigree -las “rosigaltares”, las llamaba mi padre- copaban las primeras filas, pero no en los bancos, sino en sus reclinatorios particulares; ocupaban los bancos familias que acudían en grupo, mozas y niños en general; hombres solos y mozos, nos agolpábamos en el Coro -la hermosa sillería de madera tallada, procedente del Monasterio de San Beturián, que es la joya de nuestra Iglesia- o, de pie, frente a la reja que lo separa del resto del templo; dejar a la familia en el banco y empezar a oir Misa en el Coro era también un “Rito de Paso” hacia la condición adulta.


El Coro de Boltaña; rito de paso...


En el Coro disfrutábamos de dos importantes privilegios: no nos arrodillábamos en las partes de la Misa en que era obligatorio -realizábamos extrañas mediogenuflexiones, aprovechando los asientos de la sillería- y, más importante aún, salíamos sin demasiado disimulo por una puerta lateral cuando empezaba el sermón -el “pedrique”-, al “Juego de pelota”, el frontón situado en el lateral de la iglesia, a fumarnos un cigarrillo -todos los varones fumábamos, entonces; luego tomaron el relevo las mujeres…-; la coordinación era perfecta; apagábamos el cigarrillo, y entrábamos justo cuando acababa el sermón y, con el Credo, empezaba la Misa “que valía”.


Ese “Juego de pelota”, que muchos boltañeses recordaréis -porque, de hecho, el muro de la iglesia encementado se restauró hace relativamente poco tiempo- tenía también su leyenda: según me contaron los ancianos de la localidad, había en él un letrero que decía: “Se prohíbe jugar a pelota durante los Oficios Divinos”, para evitar que los pelotazos -y, digo yo, los juramentos- se oyesen en el templo durante la Misa… al parecer, durante la República, algunos mozos descreídos borraron el letrero, y lo substituyeron por otro: “Se prohibe decir Misa durante los partidos de pelota”…


No me resisto a contar otras dos de las leyendas urbanas que sobre el templo boltañés corrían hace unos años: según la primera, mientras se estaba celebrando el rezo del Rosario -a las siete de la tarde, si no recuerdo mal- acertó a pasar, trastabillando, un ciudadano que no se encontraba en óptimo estado de conservación, tras pasar sobremesa y media tarde en algún bar de la localidad; se apoyó en la puerta, ésta se abrió, y quedó tendido en el zaguán que se forma entre la puerta exterior y las mamparas y puertas de madera que cierran el acceso al templo.

Viéndose en tal lugar, sólo se le ocurrió abocinar las manos y, con voz grave, pronunciar el siguiente discurso:

“Aprovechando la circunstancia, t’os voy a decir unas cosas… en esta Santa Casa, ¿naces…? ¡pagas…!” ¿te casas…? ¡pagas…! ¿te mueres… ? ¡pagas…! ¿Sabéis que t’os digo…? ¡¡Que andéis a tomar por…!!”

Según las fuentes, los asistentes quedaron sobrecogidos oyendo aquellas voces, aunque deduciendo que el mensaje no podía llegar desde ningún ámbito sobrenatural… el único que reaccionó fue el sargento de la Guardia Civil, que se levantó con presteza, salió al zaguán, agarró por la oreja al pregonero, y se lo llevó a dormir la trompa al cuartelillo.


La otra historia hace referencia a una Santa Misión; se partía de la base de que la Fé estaba retrocediendo -bien cierto- incluso en sus bastiones tradicionales, y era preciso realizar esfuerzos supletorios para reconducir a las ovejas al redil: para ello, caían sobre las localidades -yo participé en una, en Barcelona- un nutrido grupo de sacerdotes y seminaristas acompañantes, que realizaban todo tipo de Misas, Rosarios, sermones y otros actos piadosos en general.


Durante uno de dichos actos, en la Santa Misión, un seminarista aleccionaba,  micrófono en mano, a la concurrencia… “Los fieles se levantan…” “Ahora, los fieles se arrodillan…” al oir esta indicación, un anciano, que seguía la Misa de pie, apoyado en su gayata, inició un gesto de flexión de una pierna e inclinación de cabeza… el seminarista insistía: “los fieles se arrodillan”… el anciano acentuaba su flexión, y agachaba aún más la cabeza… al tercer “los fieles se arrodillan”, ya no pudo más, se incorporó, e increpó al seminarista… “¡Se arrodillan, se arrodillan, cagüen…! ¡¡Si tuvieses la “rumba” que yo tengo, ya te arrodillarías tú, baboso..!!”


En Barcelona, ya en los últimos tiempos del cumplimiento de mis obligaciones religiosas, aprovechábamos mi hermano Ricardo y yo una reciente innovación postconciliar; las misas vespertinas. La última era, a las siete de la tarde, en la Iglesia de la Vírgen de Montserrat, aquella donde habíamos recibido la Primera Comunión, siuada a un kilómetro de nuestra casa, y con un desnivel positivo de cien o doscientos metros… remoloneábamos en la tediosa tarde del Domingo hasta que, acuciados por los avisos, “¡Que no vais a llegar…!” , echabamos a andar cuesta arriba, farfullando… 


Sin embargo, cuando habíamos recorrido dos tercios del camino, y la subida empezaba a llanear, nos esperaba un insólito aliciente; nuestro barrio -que tan bien describe Carlos Zanón en sus novelas negras- estaba empezando a cambiar imperceptiblemente, y una de las señales de ese cambio era que se había abierto un bar “de camareras”, con luces rojas, en un semisótano con ventanas a la Avenida… al llegar ahí, ralentizábamos la marcha, mirando de reojo el Templo del Vicio, e incluso recuerdo haber llevado nuestra audacia a, fingiendo atarnos los cordones del zapato, mirar por la reja de la ventana, que quedaba sobre la barra, y llegar a atisbar el generoso escote de las camareras… lo más gracioso es que, muchos años atrás, cuando frecuentábamos la Iglesia de los Mínimos, siempre hacíamos un alto para mirar, a través de la abertura de la puerta, las vacas de una vecina vaquería -como había muchas en la Barcelona de entonces-, y nos extasiábamos con el olor del fiemo, el zumbido de las moscas, y la visión de las vacas, de enormes ubres rosadas, marcando el tiempo con el metrónomo de su rabo costroso… y me preguntaba yo, años después, qué extraña relación existía entre nuestra asistencia a Misa y la admirada contemplación de glándulas mamarias…


Pero, una vez llegados a la iglesia, el panorama cambiaba por completo: La Mare de Déu de Montserrat era una iglesia “progre”, es decir, de aquellas en que se celebraban reuniones clandestinas de Comisiones Obreras, e incluso , decían, del PSUC, el Partido Socialista Unificado -o sea, Comunista- de Catalunya; ejercía de párroco un ciudadano que llegó a presidir el Parlament de Catalunya -aunque, por supuesto, perteneciendo a una formación política claramente cristiana-, pero el marrón de la misa vespertina de los domingos se lo pasaba a su coadjutor que, años después, sería también alcalde de una importante ciudad vecina a Barcelona, en este caso en las filas del propio PSUC, en el que acabaría militando yo también.


Las Misas no dejaban de ser Misas, pero los sermones eran ya algo distintos; el coadjutor se sentaba en una silla, rodeado por los feligreses, y nos hablaba de cosas que nos afectaban a nivel colectivo y social, sin dejar de usar ese lenguaje tan plagado de metáforas y circunloquios, tan querido a los curas, que rebajaba un poco su impacto: los asistentes a la Misa vespertina eramos casi siempre los mismos -incluyendo, supongo, el policía de la Brigada Social de turno que enviarían a espiar a los peligrosos “rojos”-, y formábamos una pequeña comunidad, aunque pocas veces cruzábamos palabra entre nosotros; mi hermano y yo mirábamos, especialmente, a una chica algo mayor, siempre vestida de traje chaqueta gris, de melena oscura rizada y turbadora belleza… las confesiones eran también distintas; el cura no me preguntaba por los “tocamientos”, ni requería embarazosos detalles -“¿Cuántas veces…? ¿Sólo, o acompañado…?”, hablábamos, sobre todo, del Compromiso Social, y aunque tampoco andaba yo muy fuerte en eso, era un terreno más amable, menos tenso…


Una noche, después del tradicional “Podéis ir en paz” -en Catalán, por supuesto- nos dijo: “Por favor; quedaos un momento, tengo algo que deciros…”: se despojó de su casulla y nos comunicó que aquella era su última Misa; nos explicó que su decisión no se debía a ninguna crisis de Fé, sino a serias discrepancias con la “Jerarquía”; también aclaró que el Voto de Castidad no le había originado mayores problemas, pero, ahora, como cristiano de base, intentaría encontrar pareja y formar una familia… “¡¡Mío, ahora serás mío!!” , pensamos, a coro, mi hermano y yo que estaría diciéndose la Bella Desconocida de Gris, que, en primera fila, lo miraba, arrobada… uno a uno, nos despedimos afectuosamente de él; me quedé sin cura, y me quedé sin Misa: así de sencillo…


Años después, por motivos profesionales, siendo él Alcalde y, después, Diputado Provincial, o en actos del partido, coincidí muchas veces con mi último pastor; yo no me identifiqué como antiguo feligrés, ni él hizo mención alguna a nuestro pasado común, pero, a veces, hablando con él, me miraba de una forma peculiar, como pasando revista a sus archivos de memoria… a mí me entraba la risa, y me decía… “un dia de éstos, le cogeré la corbata, la besaré, y le diré… ¡Ave María Purísima!: Padre, hace veinte años que no me confieso…”


A título de maldad, no puedo dejar de recordar una anécdota que nos sucedió, en el marco de esa relación profesional: el alcalde y el secretario de un municipio de la provincia -un bello lugar, pero donde Cristo perdió las alpargatas- habían concebido un ambicioso proyecto para el desarrollo económico y social de la villa, que incluía un Parque de Actividades outdoor... el proyecto, además de caro, tenía algunos defectos: por ejemplo, incorporaba un circuito de “karts”, rodeando un paseo para caballos; avezado jinete por aquel entonces, me hacía cruces laicas pensando en quién sería capaz de parar a un caballo cuando, a su lado, pasase petardeando un “kart“… Para conseguir financiar aquella iniciativa -no lo lograron: nos comprometimos a ayudarles en las infraestructuras de acceso; luego, ya se vería...- nos convocaron a una reunión, a la que acudí, acompañando a mi Director General, viendo que también formaba parte del grupo, como Diputado, mi antiguo cura y entonces compañero de partido.

Tras la reunión, y para demostrar -supongo- que no abrigaban ningún rencor hacia nosotros, nos invitaron a una mariscada… contened vuestra indignación; era la especialidad de un restaurante local, todo estaba absolutamente congelado, y el precio era accesible… además, Angela Merkel aún era ciudadana de la DDR, donde mamaba austeridad a dos tetas; la luterana y la socialista, y el concepto de contención del gasto público aún no formaba parte de nuestro acervo cultural… en la bandeja destacaban varias medias langostas; cada uno cogió una, y el exsacerdote lo hizo aclarando:

“Vamos a ver a qué sabe este animal…”

¡Como si fuese la primera vez que viese una…! cuando ya habíamos acabado nuestras raciones, quedaban dos mitades huérfanas; mi Director cogió una, y la colocó en mi plato; el Diputado se abalanzó sobre la restante, volviendo a decir…

“Vamos a ver a qué sabe este animal…”

A un pelo estuve de decirle: “Seguramente, a lo mismo que la otra mitad…”; me contuve… saliendo ya del pueblo, en el coche, aún le dije a mi director, Convergent de alta graduación…

“¿Te das cuenta…? ¡los únicos que nos hemos comido la langosta entera, los dos del PSUC!”

“Quins collons (qué morro) teniu, els comunistes…!”, me contestó, admirado…


Tras la pérdida de mi cura favorito, las circunstancias se fueron acelerando: entrada en la Universidad, cambio de ambiente…  no hubo ninguna caída del caballo -del caballo me caí muchos años después, y me partí una costilla, no mis creencias…-, no hay ningún hito relevante… simplemente, fui dejando de creer; alguna lectura por aquí, conversaciones con amigos por allá… yo estaba cambiando, el Mundo a mi alrededor cambiaba también… ya he contado que, durante algún tiempo, fui objeto de las asechanzas de un “head hunter” del Opus Dei; según y como, tenía posibilidades conmigo, porque -para qué negarlo- siempre he sido un poco elitista, y, además, eso de que el Fundador fuese de Barbastro… pero me llegó cuando ya mi fe religiosa había entrado, indefectiblemente, en su rama descendente. Quizás se perdió un buen  cristiano, o un buen Subsecretario, o las dos cosas, nunca se sabe…



Recluta en Zaragoza; esas armas sólo se rinden ante Dios...



Mi último periodo de práctica religiosa fueron los tres meses del Campamento de instrucción, en el Servicio Militar. Se había promulgado ya una tíbia Ley de Libertad Religiosa, pero el mensaje era bastante inequívoco: “La asistencia a la Misa es voluntaria- nos decían- pero el “Páter” se pondrá muy triste si no vais todos… total, tampoco os vais a quedar en la Compañía tocándoos los cojones; algo habrá que limpiar…” Captábamos la insinuación: ibamos casi todos: allí, los auténticos héroes de su religión eran los objetores de conciencia -aunque también había alguno laico- que se tiraban meses y meses en el calabozo; a veces veíamos cuando los dejaban salir, y cantaban sus salmos… nosotros también nos defendíamos cantando; la mayoría de los himnos litúrgicos simplemente se mascullaban, pero todos uníamos nuestras voces, casi gritando, cuando se entonaba aquello de:

“¡No podemos caminar/ con hambre bajo el Sol…!”

Estábamos en Invierno, en Zaragoza, la única época allí en que el Sol se agradece, y hambre no pasábamos; pero para una vez que se podía protestar… también en la Instrucción militar nos enseñaban un extraño movimiento: “Rindan… ¡armas!”, que no era, como cabía esperar, el previo a salir por patas frente al enemigo, sino el que se ejecutaba durante la Consagración, momento en que sonaba también el Himno Nacional…  toda una Constitución después, he asistido a bastantes ceremonias militares; las Misas siguen siendo “voluntarias”, pero irse, se va, y a los Caídos se les rinde homenaje con una canción claramente religiosa., “La Muerte no es el Final”, del mismo autor de “Señor, me has mirado a los ojos…” Dos bellos himnos, por cierto, pero escasa o nulamente laicos: aún queda camino por andar, a ese respecto…


Me casé cuando aún Franco estaba -metafóricamente hablando- caliente en su tumba: hubiese sido un buen momento para volver al redil, porque todas aquellas cosas que, hasta aquel momento, habían sido pecado -quiero decir, entre las que me gustaban: nunca había tenido serias tentaciones de matar ni de robar, ni se me hubiese ocurrido tener otro Dios más que Dios, ya iba servido- pasaban ahora a ser virtuosas y lícitas, siempre que se hiciesen con la legítima, y con fines reproductores, como atestiguó el relativamente temprano nacimiento de mi primera hija:  de hecho, mi boda fue la última ocasión en que confesé y comulgué… pero, a veces, ni las bendiciones arreglan según que cosas, y pocos años habían pasado cuando ya estaba de vuelta en el Lado Oscuro, deseando a la mujer del prójimo, e incluso -lo que es peor- alegrándome cuando el prójimo deseaba a la mía…


La Reproducción volvió a poner, siquiera temporal y brevemente, en cuestión mi posición respecto al hecho religioso: ni yo ni mi entonces mujer -que, posteriormente, volvió a la práctica religiosa, supongo que en agradecimiento al Altísimo por haberse librado de mí- consideramos necesario bautizar a mi hija ni, después, a su hermano, que permanecían, como decía mi madre, con notoria incorrección política, “moritos”; cuando se planteó a qué colegio acudiría a mi hija, caímos en las zarpas del modelo educativo vigente en Barcelona, donde los poderes públicos han evitado invertir en centros educativos propios, confiando en los conciertos económicos con los abundantísimos centros religiosos: la única escuela pública cercana a nuestro domicilio era una auténtica reliquia, y, además, estaba atestada; por el contrario, había cerca un centro religioso del que me habían hablado muy bien, sin demasiado fundamento, como luego se vio: concertamos una entrevista con la directora -una monja de falda escocesa a cuadros y jersey de angora, muy profesional- que nos entregó los formularios de admisión… en lugar bien destacado figuraba: “Parroquia y fecha del bautismo”.


“¡Mierda!”, me dije… no soy partidario de entrar en los sitios llamando la atención… por poco constituccional que me pareciese, no dejaba de tener su lógica… disponía de poco tiempo para resolver la situación: por suerte, mi hermana Pilar tenía amistad con un sacerdote, -el que la había casado, antiguo profesor suyo- y, providencialmente, en pocos días celebraba un Bautismo colectivo en su parroquia, en el otro extremo de Barcelona: apenas si tuve tiempo para comprar a mis hijos sendos conjuntos, muy monos, de camisa y pantalón corto, estampado hawaiano -estabamos ya casi en Verano-, y para allá que nos fuimos…


Como agradecimiento, al pobre hombre, le hice polvo el sermón que tenía preparado, y tuvo que improvisar sobre la marcha… allí estaban mis niños, muy formalitos, rodeados de recienacidos ataviados con faldones blancos y gorritos de encaje… “Estos niños, que llegan aquí en brazos de sus padres… en algunos casos, en otros no hace falta…” decía… “Quizás es su primera salida de sus casas… algunos, es obvio que no…” continuaba… Yo, contenía la risa… de todas maneras, se comportó admirablemente, sin llegar al extremo de un sacerdote amigo mío, que aprovechó la ocasión de bautizar a la hija de un común amigo, troskista él, para, cuando preguntaba al padre si, en nombre de su hija, renunciaba a Satanás, sus obras y sus pompas, introducir, de motu propio… “Y a la interpretación materialista de la Historia…”


Ya metidos en harina, mis hijos continuaron su educación en aquel colegio religioso, y llegaron a hacer la Primera Comunión: no observo en ellos diferencias significativas respecto a los hijos de Blanca, que nunca recibieron enseñanza religiosa: unos y otros son magníficas personas, cuyos valores comparto plenamente; curiosamente, uno de ellos es ahora profesor en un centro concertado: hubo un momento de cierto pánico cuando mi hija me contó que su hermano, entonces de poco más de diez años, le había confesado su intención de hacerse cura… hablé con él, desdramatizando el tema; le dije que, al fín y al cabo, era una elección estrictamente personal; que no veía mal el asunto -cierto prestigio social, nulo desempleo…- pero que comportaba importantes renuncias, que tenía tiempo para pensarlo… nunca volvió a hablar de ello. Como nadie escapa de su Karma, es algo bastante parecido; educador en un centro de protección a la Infancia, lleva una carrera de santo civil que me tiene admirado… y trabaja para una congregación religiosa, además.


Han pasado los años, mi vida ha cambiado mucho, me voy haciendo viejo… y ahí sigo; pero es difícil definir cual sigue siendo mi relación con la Religión… hace años, en Dublín, nos apretujábamos en un taxi Blanca y yo, junto a su hermana, Cristina, y Javier, su marido: el taxista, al saber que eramos españoles, entró casi en trance; nos empezó a señalar todas las iglesias que se veían por el camino.. “¡San Fulano!… ¡San Mengano!… ¡Nuestra Señora de Tal y Cual…!” y, de repente, se quedó pensativo y me preguntó: “Porque sois católicos, ¿verdad?…” “¡Por supuesto!”, "Of course!", respondí sin vacilar, ante el estupor de mis acompañantes… Y era verdad: cultural, sociológicamente, soy católico, y con el Catolicismo me identifico: para lo bueno, y para lo malo… allí, en Irlanda, en la católica Baviera… me sentía como en casa, y era capaz de encender una vela bajo la imágen de San Antonio, como hice en un hermoso Santuario bávaro… igual que se me cae la cara de vergüenza ante el escándalo de la pederastia… ¡Hasta en Roma, que ya es decir, me he sentido católico visitando la magnificencia del Vaticano que, posiblemente, se sitúa en las antípodas de los ideales cristianos…! Soy, en todo caso, un católico que ha dejado de creer en Dios.



En Belfast, católico, para tocar los c... a los "prodestants"



Incluso en eso cabría hacer matizaciones: hace muchos años, durante las fiestas de un pueblo vecino, me encontraba en un bar, tomando unas copas con un buen amigo mío, que siempre ha sentido una especial orientación hacia lo Trascendente: cada uno de nosotros tenía una chica sentada en las rodillas, y os aseguro que eso no era nada habitual… de repente, mi amigo, mirándome a los ojos, me preguntó: “Antonio… ¿crees en la existencia de Dios…?” tuve que decirle: “Mira, creo que no es ni el lugar, ni el momento…” ¡Por supuesto que creo en la existencia de Dios! En todas sus formas y variedades, Dios ha sido, a lo largo de la Historia, el más formidable artefacto humano, la más necesaria creación de nuestra mente, para encontrar un sentido a una existencia breve y muchas veces, desgraciada, aunque tenga también sus buenos raticos, tampoco hay que dramatizarlo todo… no tengo el menor inconveniente en reconocer que, durante muchos años de mi vida, he compartido esa creencia, ni me supone ningún sacrificio especial participar en algunos ritos religiosos, y así me veréis bajar del Viacrucis de Boltaña cantando un rosario entero y verdadero, de la misma manera que en un templo sintoísta tocaba la campanita para despertar a los Kamis… ¿porque todo me importa un pito? No; por respeto a los que creen, por respeto a los que creyeron y ya no están aquí, por respeto al que era yo cuando creía… Exijo, eso sí, el mismo respeto. Me cae muy bien Francisco, un señor que, recién nombrado Papa, sale al balcón y dice a la multitud de fieles que le aclaman: “¡Buenas tardes!”, y, sintiéndolo mucho, San Juan Pablo Segundo será siempre, para mí, el que se permitió abroncar a Ernesto Cardenal cuando lo tenía arrodillado a sus pies.



Jesuitenkirche: Floridablanca los encorrió a gorrazos; a mí me caen bien...




Ahora bien: de eso a creer en un Ser Supremo, Omnipotente y Eterno, creador de todo lo visible y lo invisible, dotado de unas elevadísimas espectativas sobre nosotros, y de una inagotable curiosidad - y una perfecta y puntual información-sobre nuestro comportamiento… ahí estoy, mejor, con los ateos que, hace años, se pagaron de su bolsillo el anuncio que recorrió nuestras calles en el lateral de los autobuses: “Probablemente, Dios no existe”. Probablemente. Tengo, además, la impresión de que cuando compruebe fehacientemente esa hipótesis, no estaré en condiciones de venir a confirmároslo… he procurado vivir toda mi vida -no siempre lo he logrado- conforme a preceptos que pueden compartir la mayoría, si no todas, las religiones, salvo en lo referente a pijotadas dietéticas y recortes de pellejos… llamadlo, si queréis, la Apuesta -"Le Pari"- de Pascal (pórtate como si Dios existiese; si existe, premio; si no, total, te has portado bien...); o, simplemente, que ser bueno es más fácil y menos cansado que ser malo… espero, tranquilo, lo que tenga que venir; solo confío en no cagarla a última hora. Vale.



Aún no estaba Francisco; si llega a estar, paso a saludarlo...


miércoles, 18 de mayo de 2016

"Zinca, traidora..."

¿Primera bajada radioretransmitida, Mamen...?



Frecuentemente nos quejamos de la agenda sobrarbense: hay tantas actividades, hay tantas posibilidades, que difícilmente podemos llegar, podemos adubir a todas las que te interesan… peor aún lo tenemos los de la diáspora, que, por más trampas que hagamos, difícilmente podemos subir todos los fines de semana, ni tan siquiera los que, por suerte, estamos a tres horas de distancia… Así, he podido asistir este último a la comida de hermandad después de la subida a la Peña Montañesa -hermandad entre los que la subieron y los que ya hemos pasado a la reserva-, y procuraré no perderme, a fín de més, una excursión del Geoparque y una sesión de nuestro Cineclub… pero, en medio, faltaré a una cita emotiva, profundamente sentida por todos los que amamos Sobrarbe, porque nos habla del esfuerzo y el valor de los que nos precedieron: la bajada de las Nabatas.

Faltaré a ese momento emocionante en que los nabateros -los constructores y tripulantes que bajaban las almadías desde los bosques pirenáicos a Mequinenza o Tortosa, hasta donde encontrasen comprador… - entonan su canción: “Zinca, traidora, Zinca, traidora, que as piedras amuestras, y os hombres afogas…”. Solo he estado a bordo de una navata por breves momentos, amarrada aún a la “placha” de Laspuña, para sentir la sensación de la vibración del río en la planta de los pies, a través de los troncos- pero he conocido a quienes han protagonizado la recuperación de este bravo medio de vida, el propio de tantos y tantos habitantes de nuestros pueblos; desde Severino Pallaruelo, en aquellas primeras bajadas filmadas por Eugenio Monesma, hasta Ánchel, Betato, Toño, Juan, Kike… a todos los que aún se suben a los troncos, os deseo suerte, y una bajada limpia, sin embarrancamientos ni esfuerzos adicionales… Muchos años los he animado desde la orilla, o al llegar, ya vencedores, al Pantano, pasando bajo el puente de l’Ainsa, y recuerdo especialmente un encuentro internacional de nabateros, viendo bajar también, entre otros muchos, a los hijos o nietos de los tripulantes de las “Zattere” del Brenta, que cabalgaban los abetos de los Alpes sobre los que, hincados en el lodo, se construyó Venecia…


Nabateros y "Zattereros"


Pero yo también soy animal de río; aprendí a nadar en el Ara, lo he recorrido a pie, que es como se conoce, con las botas altas de pescador, lo he bajado en una cámara hinchada de tractor, que siempre nos proporcionaba Blas, nuestro ferrero, y puedo decir con la frente muy alta, que soy uno de los pioneros del piragüismo en nuestros ríos… “¡Anda ya…!”, diréis los que me conocéis… un momento, por favor; puedo argumentarlo…

Hará unos cincuenta años, para las Fiestas de Boltaña, vinieron unos piragüistas de Graus a hacer una exhibición en nuestra gorga del río Ara: asistimos, embobados, a las evoluciones de sus canoas en un espacio relativamente reducido y, cuando acabaron, entre grandes aplausos, preguntaron si alguno de los presentes se atrevía… nos faltó tiempo a dos descerebrados, Paco Álvarez del Manzano y un servidor, para, a saltos -“¡Yo, yo…!”- ofrecernos a probar los artilugios, y proporcionamos un buen rato de sana y honesta distracción al numeroso público que atestaba el puente y se partía el pecho, porque pasamos bastante más rato debajo de las piraguas que encima:  eran barcas de pantano, para aguas tranquilas, de quilla en “V” y sumamente estrechas y largas, dotadas de un innecesario timón que solo servía para liarnos aún más: volcaban -“bulcaban”- continuamente, y la experiencia, según me confirmaba después Paco, resultó parecida a intentar montar a caballo en una cabra. Esa, creo yo, debe ser la primera experiencia, si no en Sobrarbe, sí por lo menos en el Ara, y cederé mis laureles a quien pueda acreditar otra anterior: como testigos, aún quedarán algunos de los que, aquella memorable mañana, se orinaron de risa a nuestra costa…

Poco tiempo después, con un material y un “Know-how” mucho más apropiados, aparecieron mi amiga Marithé -Boltaño-francesa, o Franco-boltañesa, como queráis- y su entonces marido Michel; llevaban piraguas de fibra de vidrio y un perfil mucho más adecuado a nuestras aguas, aunque la fragilidad de los cascos nos obligaba, al salir del río, a una curiosa maniobra: se echaba agua dentro del kayak, se observaban los muchos lugares por donde salían chorritos -parecían regaderas, aquellas piraguas- y, luego, se parcheaban con una cinta adhesiva, fuerte, ancha y de aspecto metalizado, que entonces no se veía en España, y ellos llamaban “scotch”, y que hoy conocemos como “cinta americana”: después de unos días topando con todas las piedras del Ara, las piraguas llevaban más “scotch” que material original… Michel nos dejó una de sus piraguas y en ella, turnándonos, dimos muchas vueltas por la Gorga, sin atrevernos -yo, por lo menos- a ir mucho más allá.

Llegando a L'Ainsa...


Años después -sería, calculo yo, en torno a 1986-, me apunté de nuevo a la aventura y participé en uno de los primeros cursos de piragüismo que organizaba el CAS: conocí allí a los que han sido los auténticos puntales del piragüismo sobrarbense, casi todos los ya citados como activísimos nabateros, y que después integrarían “Aguas Blancas”, una empresa pionera del deporte de aventuras, donde aún siguen en activo varios amigos y alguna amiga. 

Quiero recordar, especialmente, a un increíble navarro, Antxón Arza, que bien hacía honor a su apellido: “Oso”: era un mocetón peludo y vital, que me cautivó desde el primer momento con su simpatía, y su forma de entender la vida… un día, nos desnudábamos juntos, y me quedé de piedra al ver la enorme cicatríz que recorría su cuerpo… “¿Qué te pasó, Antxón, te caíste en una máquina de picar carne…?” “Un poco jodido estuve, si…”, fue su púdica respuesta… en el río era una fuerza de la Naturaleza: su consejo, cuando la corriente te llevaba hacia una roca era; “Rema fuerte hacia ella, y di; ¡A que la parto…!”. Muchas veces he aplicado ese consejo en la vida...

Antxón se quedó parapléjico en un accidente de kayak; eso, dice él, no lo paró; simplemente, “cambió su forma de hacer deporte”: tuneó una piragua, y la siguió usando; y, hace pocos años, pude verlo en “Al filo de lo imposible” -junto con algunos amigos sobrarbenses, formó parte del increíble grupo de especialistas reunido en torno a Sebastián Álvaro- ¡escalando!: llegaba al pie de la pared de roca con su sillita de ruedas y, desde allí, a brazo, subía, y subía, sonriendo, siempre sonriendo…

Mientras escribía estas líneas, he sentido el deseo de saber qué es de su vida: gracias a google, llegas a todo en un momento, y he tenido el pesar de enterarme de que, hace pocos años, sufrió un dolor aún mayor; la pérdida de  su hijo Adi, en un desgraciado accidente. También me ha emocionado saber que otra hija suya lleva el nombre de Ara, en recuerdo del río por el que, dice Antxon, tan buenos descensos hizo… uno de ellos, por cierto, conmigo… intentaré que le lleguen mis palabra, con un abrazo muy fuerte y especial, un abrazo de artza…

Los kayaks que usábamos, ya de plástico, estaban bastante bien; muy distintos de los que había conocido antes, pero, por lo que veo ahora, el resto del material ha evolucionado mucho: usábamos casco protector, y un chaleco salvavidas de porispán forrado de plástico, que te protegía también las costillas y la columna, por si acaso, pero ahí se acababa todo: los neoprenos brillaban por su ausencia, y los que lo conocéis, sabéis que, incluso en Agosto, el Zinca es frío de c…., y una horita o dos en remojo se notaban… ibamos en camiseta y bañador, calcetines y unas zapatillas viejas, a las que no les tuvieses demasiado cariño, y a mí se me ocurríó ponerme también unas rodilleras de portero de fútbol, de aquellas protegidas con tacos de fieltro, como los gorros de los tanquistas rusos. Eso era todo.

En cuanto al piragüismo… en los dos cursos que hice, aprendí lo más elemental, pero suficiente para disfrutar de un montón de emociones, que difícilmente hubiese descubierto de otra manera: todo ello, ayudado por el clima de compañerismo y de mútua confianza que se creaba, sabiendo que   compañeros y monitores te podían sacar las castañas del fuego en un momento determinado… aún ahora, tantos años después, el recuerdo de la sensación de libertad que experimentaba bajando por aquellos rápidos, no demasiado complicados, pero que a mí me lo parecían, entre Escalona y l’Ainsa, pasando cerca de las casas de Labuerda, -el paso del Refugio de Pescadores, bellísimo-  envuelto en el sonido y la espuma del río que te cegaba la visión, saltando sobre las piedras, cantando a voz en grito de pura alegría… figura entre los recuerdos más bonitos y plenos de mi vida, así de sencillo…

Antes del paso del Refugio de Pescadores... ¡qué bello tramo!


Tengo bien presente, en el segundo curso, una bajada por el río Ara: me parece que fue a petición mía, que estaba empeñado en bajar “mi” río… salimos debajo del Puente de Jánobas y, pocos cientos de metros después, donde el río gira 90ª a la izquierda -¿o debo decir a babor?-, para evitar darme de morros contra la pared rocosa, paré con las manos, y me hice una herida en la palma que no dejó de sangrar en toda la bajada… pero me importó un pito: disfruté cada momento del camino… que fue especialmente accidentado: Carmen Lamúa, una -entonces- jovencísima compañera, lo recordará… se sucedían los tramos tediosos de las rasas, donde, literalmente, arrastrábamos el culo por las piedras, con los rápidos vertiginosos que nos disparaban la adrenalina… al salir de una curva pronunciada, a toda velocidad, nos encontramos el cauce invadido por los cuarenta o cincuenta bañistas de la colonia de los Padres Agustinos, que corrían despavoridos en todas direcciones… no pude esquivar a uno de ellos, y le di un golpe -tampoco demasiado fuerte- en una pierna… intenté parar para disculparme, pero uno de los monitores (¿Ánchel, Antxón…?) me gritó: “¡Mira en la guantera…! ¿verdad que no llevas los papeles del seguro…? ¡Tiiiira p’alante…!” Luego me tranquilizaba… “Total, no hemos visto bajar por la corriente ninguna pierna, ¿verdad…?”

Pero el descenso, cada vez más rápido, seguía… de repente, el que iba en cabeza, gritó… “¡Tías, hay tías en topless…!… efectivamente; allí sobre una piedra, saludando en plan Sirenita de Copenhague, estaba… ¡Vicky, mi hermana pequeña…! Muy familiar, el Ara es un río muy familiar…

No hace demasiados años repetí la bajada por el Zinca, pero esta vez en un kayak doble, llevando de compañero a Alex, el hijo de mis amigos Xell y Miguel: reconozco que abusé de mi edad; le encargué la propulsión de la piragua: “¡Tú, rema como un condenado, que yo me encargo de la dirección…!” bajé como un marqués, dando sabios toquecitos con la pala, sin “bulcar” ni una sola vez… perfecta, una bajada perfecta, digno broche de oro a mi breve pero satisfactoria carrera de piragüista… si no me da otra vez la venada, y repito…


Una vez más, a todos vosotros, Hermanos del Río, que bajaréis por esas aguas tan queridas, sobre los troncos ancestrales, en kayaks, en cosas raras -¿aquespeeds?, WTF?- incluso en rafts (lo he probado una sola vez, con cierta condescendencia, porque, cuando has sido piloto de Fórmula 1, te aburre un poco ir en un camión….), ¡Suerte, mucha suerte, suerte nabatera, y disfrutad como yo he disfrutado, disfrutad también por mí…!

¡Misión cumplida!