jueves, 12 de enero de 2017

Resurrección

Vaya por delante que no soy, en lo absoluto, partidario de las resurrecciones: de entre los numerosos aspectos positivos de la Muerte, yo destacaría dos: su absoluta e igualitaria radicalidad democrática -todos nos morimos, o nos moriremos, podéis estar seguros- y su carácter de experiencia irrepetible: solo se muere una vez, y, por si hacía falta, así nos lo recuerda el Credo Legionario: si empezamos con excepciones, favoritismos y letra pequeña, la cosa pierde buena parte de su atractivo...

Pero es que, además, no le veo ninguna ventaja práctica a la resurrección: recuerdo que Saramago -muerto y no resucitado- le reprochaba a Jesucristo la resurrección de Lázaro, ya que, en su opinión, ningún ser humano -y menos el pobre Lázaro, del cual no hay en los Evangelios ninguna referencia negativa- merecía el castigo de pasar dos veces por el trance de la Muerte... por no hablar de los aspectos jurídicos y patrimoniales del tema, escalofríos entran... vamos, que no, que no me gustan las resurrecciones, y así lo recordaba hace pocos días en el Feis cuando comentaba, con horror, la posibilidad de que dos famosos cadáveres políticos estuviesen, con cierto disimulo, removiendo la losa de su sepulcro: uno, ya os lo adelanto, es José María Aznar: del otro, ni me atrevo a poner el nombre, dada su merecidísima fama de gafe, de jettatore, pero os ofrezco como pista que lleva el nombre de un rey legendario, y se apellida como un signo aritmético, no digo más...

Sin embargo, leo esta mañana que Carlos Zanón ha iniciado la recuperación para el Mundo de los Vivos Lectores de Pepe Carvalho, y mi opinión cambia por completo...

En primer lugar, Pepe Carvalho, el detective que, de la mano de Manolo Vázquez Montalbán recorrió con su mirada triste y crítica la larga transición de la Barcelona del inmediato postfranquismo a la cosa ésta de ahora, es un personaje potente, próximo, inolvidable, que, como se solía decir, no debería haberse muerto nunca... por supuesto, la temprana e imprevista desaparición de su creador -¡En el aeropuerto de Bangkok, toma escenario inesperado...!- aceleró el proceso, pero ya el último Carvalho mostraba signos evidentes de decadencia, de fin de ciclo, con una Charo retirada de sus actividades habituales -o. por decirlo de otra manera, sometida a un régimen de dedicación exclusiva-, un Bromuro fallecido y un Biscuter entregado profesionalmente a su pasión culinaria... ¿Presintió Manolo su propia muerte, y quiso ir rompiendo, poco a poco, los lazos de Pepe con la vida...? si el propio Flaubert reconocía que Madame Bovary era él mismo, nadie dudaba de la profunda identidad entre Manolo y Pepe que, por lo menos, no requería ninguna operación quirúrgica ni tratamiento hormonal.

Nos han faltado los dos, Manolo y Pepe, y muchas veces, a lo largo de los años transcurridos, he elevado mis oraciones laicas pidiendo su resurrección... Manolo nos ha faltado, sobre todo, a sus compañeros de partido y de ilusiones -me atrevería a decir que, sobre todo, de desilusiones-, que daríamos lo que fuese por escuchar su voz, baja y ronca, de persona profundamente tímida desde la fortaleza de su inteligencia, comentando los acontecimientos actuales en este rincón de Mundo, sin caer en las suposiciones sobre sus hipotéticos posicionamientos que la han atribuido personas muy próximas a él, pero distintas, como todos somos distintos de los demás... y Pepe nos falta, además, a muchísimos más, acostumbrados a ver cómo el bisturí de su mirada irónica y, curiosamente, también compasiva, abría en canal los abcesos de una Sociedad mediocre e hipócrita, la nuestra... Incluso yo, en mi modestia, caí en la tentación de ofrecerle a Pepe un breve cameo en uno de mis cuentos del Oso, el más circunstancial, salvaje e impublicable de todos... Pepe se merece, los Carvalhistas todos nos merecemos, su vuelta a la Vida, aunque sea una vuelta a las miserias y los desengaños, pero también a algún platillo delicioso, algún Malta sumamente potable, y algún polvo furtivo, inesperado y jubiloso, esas alegrías que, generosa al fin y al cabo, muchas veces nos ofrece la Vida, y con las que difícilmente podrá competir la densa calma de la Muerte.

Pero es que, además, Carlos Zanón me parece admirablemente dotado para llevar adelante esta operación: hay en él una mirada sobre la Sociedad suficientemente aguda para descubrirla desnuda, sin ilusorios disfraces, cruda tal como es... es también poeta, como Manolo, pero quizás ahí se acaban las semejanzas entre el maduro, miope, calvo y reflexivo intelectual, perdidas ya las ilusiones colectivas, e incluso quizás las individuales, y el hombre mucho más joven, con mucha más energía -esa es la impresión que de él saqué, la única vez que hablamos-, que posiblemente nunca se ha hecho demasiadas ilusiones, ni históricas, ni de las otras,  pero que se sabe afortunado por haber cruzado aguas sumamente revueltas, donde tantos y tantos han naufragado, y haber llegado a la otra orilla en buen estado, y disfrutar ahora de la serenidad que le permite mirar hacia atrás y ver, desde un lugar seguro -o eso, por lo menos, le deseo- pozos, trampas y arrecifes... su Carvalho no será el Carvalho Montalbán, ni falta que le hará, seguramente, pero será, y si no, al tiempo, otro Carvalho eterno e imprescindible.

Una sola cosa me preocupa: no puedo ver a Carlos Zanón separado de nuestro común Guinardó natal: hay entre nosotros una generación de diferencia, nuestras calles son las mismas -bueno, con nombres catalanizados: Varsovia- Varsòvia.... pero... ¡cómo habían cambiado...! Aún acerté a ver bares de camareras -como el eterno Marlène, con su incongruente casco prusiano de la Primera Guerra Mundial, nada que ver con los mucho más prácticos de la Segunda-, pero no el denso ambientillo y los personajes tempranamente derrotados por una Historia demasiado rápida y el brutal impacto del desembarco de la Química Recreativa que Carlos nos retrata... pero aún así, cada vez que voy a ver a mi madre, paso, con un estremecimiento, por la entrada del pasaje que un papel tan importante juega en una de sus novelas, quizás la más turbadora de todas ellas, y la que me "colgó" definitivamente de su autor.

Le propongo a Carlos Zanón un sencillo giro argumental: Pepe ha perdido su "torre" de Vallvidrera; la anciana propietaria que se la alquilaba por un precio razonable ha fallecido, y sus ávidos herederos se la han vendido a un "Fondo Buitre" que, rápidamente, y mediante novedosas tácticas de "mobbing" inmobiliario, han conseguido expulsarlo, para construir en ella un hotelito "con encanto": con sus ahorros, y contando con la generosa pensión que aún recibe de la CIA, ha comprado un pequeño sobreático en, digamos, la Fuente Fargas, la Font d'en Fargas, no le hagamos perder demasiado status, es un sitio que está muy bien, pero a pocos minutos andando de la Avinguda de la Mare de Dèu de Montserrat. Desde allí sigue teniendo a sus pies Barcelona, pero una Barcelona diferente: ya no es el Sarriá exmenestral y bienestante, de poéticas y deliciosas confiterías, el Sant Gervasi de damas de lencería negra fina, que tanto le ponían a Pepe -y a Manolo-, y, al fondo y hasta el mar, el ordenado damero del Eixample, roto al final por el caos medieval y multicultural del Casc Antic: ahora verá desde su terracita con geranios el Carmelo, de baterías antiaéreas y antifascistas y derrumbamientos chapuceros y tresporcientistas, nido de nouvinguts que ya no son nuevos, el Turó de la Peira, Verdún, Horta, sus casitas de veraneantes barceloneses rodeadas de ladrillos desarrollistas, la Meridiana, la Verneda, el Barri del Besos, las Tres Chimeneas del Chernóbil barcelonés, que nadie sabe bien qué hacer con ellas, Santa Coloma, la Santaco cada día más oriental, Badalona, Sant Adriá, con su Ciudad de los Gitanos aún no cantada por un nuevo Lorca... una Barcelona no menos viva, sino al contrario, no menos auténtica, sino al contrario... se acomodará en su Sillón Poang -la pensión de la CIA da para Ikea, pero poco más-, encenderá su chimenea de piedra artificial Leiro, y arrojará a las llamas, como en una pira hindú, como en un funeral vikingo -seguro que empezará por ahí- algún buen libro de Vázquez Montalbán...