jueves, 23 de febrero de 2017

Mi 23-F

Hay días que difícilmente olvidarás; siempre se habla -para los que ya somos mayores- del asesinato de Kennedy; ya dentro del Siglo XXI, el 11 de Septiembre -el de las Torres Gemelas, no los innumerables de aquí...-; para los españoles de mi generación, sin dudarlo, ese día es el 23 de Febrero de 1981.


Por aquellas fechas, compatibilizaba yo mi condición de profesor a tiempo parcial en la Facultad de Ciencias Económicas de la UB (entonces, simplemente, "La Central") con mi dedicación mayor, la de funcionario de la extinta Organización Sindical, adscrito al Gobierno Civil de Barcelona como Asesor Técnico: el nombre, ligeramente excesivo, no explicaba bien mis funciones; a disposición del Gobernador Civil, completábamos la reducida plantilla de Técnicos Superiores que, al proceder directamente de la Administración Civil del Estado, nos miraban por encima del hombro; entre los fachas también había -y supongo que hay- categorías, no os creáis... teníamos, además, la fama de ser personas de la confianza directa de Rodolfo Martín Villa -al que, por cierto, no tuve el gusto de conocer-; cumplíamos funciones muy variadas; generalmente, relacionadas con los numerosísimos conflictos colectivos laborales, en una época en que la crisis era tanto o más grave que ahora, pero la gente aún no había perdido la extraña costumbre de luchar por sus derechos.

La tarde del 23 de Febrero, en que debía celebrarse la sesión de investidura, en el Congreso de Diputados, de Leopoldo Calvo Sotelo, sucesor de Adolfo Suárez como Presidente del Gobierno, llegué a la Facultad de Económicas bastante antes de mi hora de clase en el curso nocturno, para prepararla con tranquilidad en el Seminario; como solía hacer, pasé antes por el bar, a tomarme mi cafelito vespertino, y allí me sorprendió la voz del camarero.. "¡Señor Revilla, Señor Revilla, al teléfono...!" Os recuerdo que los teléfonos, entonces, eran cosas fijas e impersonales, y la gente hacía esas cosas, llamaba a los lugares donde podías estar, y allí te buscaban... era mi mujer, Laura Toribio, abogada entonces de Comisiones Obreras, con una noticia sumamente alarmante; al parecer, un grupo de guardias civiles había asaltado el Congreso, deteniendo a todos los diputados... ella se iba a casa, y me aconsejaba hacer lo mismo...

Enseguida, otros y yo difundimos la noticia por la Facultad... espontáneamente, nos reunimos en asamblea en el hall, frente a la entrada del bar; cada uno iba aportando informaciones, cada vez más alarmantes... todo parecía indicar que había un Golpe de Estado en marcha, de alcance desconocido pero, desde luego, nada tranquilizador: apenas si llevábamos seis años de Democracia, y el sentimiento era general... "¡Por favor, otra vez, no...!"... ¿qué hacer? Pronto se oyeron propuestas más o menos prácticas: asamblea permanente, salir a la calle... un compañero propuso formar barricadas con los automóviles del parking para evitar que saliesen "los tanques" del vecino Cuartel del Bruch: yo sabía que los tanques no estaban allí, sino en Sant Boi, pero no dejaba de sentir un sudor frío pensando en las letras que me faltaban por pagar de mi 127...

Quien remató la situación fue nuestro querido Manuel Sacristán: el respetado teórico marxista, ya muy mayor -aquel día me di cuenta- tenía, además -y eso no lo sabíamos- a su mujer gravemente enferma, falleció poco después; estaba literalmente desmoralizado... nos informó de que los tanques corrían ya por las calles de Valencia, y nos dijo que él se iba a casa... enmudecimos y, en pequeños grupitos, abandonamos la asamblea.

Yo lo tenía muy claro; ya que allí, como solíamos decir, no "había condiciones", mi lugar estaba en el Gobierno Civil: a Belloc padre, mi primer Gobernador, lo había sustituido hacía poco Josep Coderch, un diplomático gironí, amigo personal de Suárez, y con el que apenas si había tenido yo relación, pero que me parecía persona comprometida con los ideales democráticos: estaba seguro de que se pondría, sin dudar, del lado de la Constitución, y hacia allá me dirigí, con negros presentimientos... es verdad, el Palacio del Gobierno Civil se daba un aire con La Moneda santiaguina, y tocaba yo madera...

Soy un auténtico maniático en lo referente a repostar combustible, hasta el punto de que puedo pasar meses sin ver la luz de la "reserva"; pues aquel día apenas si llevaba gasolina para llegar al Gobierno Civil: me tocó hacer más de media hora de cola en una gasolinera, rodeado de conductores cabizbajos y silenciosos... las gente, por la calle, caminaba rápido, casi corriendo, camino de sus casas; muchos llevaban bolsas de compra; aquel día, en muchos supermercados se agotaron las existencias de arroz, azúcar, aceite, conservas... el recuerdo de la Guerra Civil y sus problemas de abastecimientos aún estaba vivo, si no en mi generación, si en la de mis padres...

Llegué al Gobierno Civil; por aquel entonces, yo era, oficiosamente, el "rojo" de la casa, aunque había decidido no asumir ninguna militancia ni política ni sindical, para no comprometer mi imparcialidad en los asuntos, muchas veces delicados, en que me tocaba intervenir: por eso no me extrañó ver la cara de disgusto con que me recibía, el la puerta, un compañero ligeramente más conservador -fiscal, y ex-censor, por cierto- "¿Qué vienes a hacer aquí...?" me preguntó, sin demasiada cordialidad... en aquel momento, apartó los faldones de su chaqueta, y pude ver, metida en su cinturón, la inconfundible culata de una Astra 400... siguió mi mirada y aclaró torpemente "La traigo porque no sabemos hasta que hora vamos a estar aquí esta noche..." Desde aquel momento, tuve la sensación de que, si la cosa se complicaba, a lo mejor no salía de aquel Palacio por mi propio pie... eso sí, el "paseillo" me lo darían gente con la que, cada día, me jugaba el café a los "chinos", siempre era un consuelo...

Intenté llegar hasta el despacho del Gobernador Civil; y allí me esperaba la segunda sorpresa de la tarde: dos guardias civiles me cerraron el paso. Dicho así, no suena extraño: pero no eran dos guardias civiles; eran Fulano y Mengano, a los que veía cada día, que me saludaban respetuosamente, con los que me había fumado algún que otro cigarrillo, hablando de sus problemas, los estudios de sus hijos, sus posibles traslados... me dijeron, en este caso muy atentamente, pero con firmeza, que el acceso al despacho del Gobernador estaba prohibido para todos, incluso para mí.

No me quedó más remedio que encerrarme en el mío, y llamarle por el teléfono directo; lo descolgó a la primera; para eso no había problema... "Estoy aquí, a tus órdenes..." "Has venido por el Paseo de Colón" "Si, Excelencia" "¿Cómo estaba Capitanía General...?" "Seis Land Rover en la puerta, y todas las luces encendidas..." Me pareció oír un suspiro de resignación... pocas, muy pocas cosas podía hacer él desde su despacho más o menos sitiado: le conté que los guardias civiles no me habían dejado llegar hasta él: "Tampoco estoy muy seguro de que me dejasen salir a mí", fue su resignada respuesta...

Quedamos en que me iría pasando las llamadas que no pudiese o no quisiese responder: así pasé dos o tres horas tirando balones fuera... una de las conversaciones más surrealistas la mantuve con el Secretario General de Comisiones Obreras en Cataluña, mi querido y respetado José Luís López Bulla, al que aún no había tenido el inmenso placer de conocer; digamos que nuestro primer contacto no fue excesivamente satisfactorio, insistiendo él en la necesidad de movilizaciones populares, y repitiendo yo los mantras que emanaban del Gobierno de Subsecretarios: todo estaba controlado, todo iba a terminar muy pronto, calma y normalidad...

Mientras tanto, repasaba yo la situación de las personas de mi entorno; en primera línea de mis preocupaciones estaba, por supuesto, mi mujer, en aquel momento embarazada de nuestro hijo Borja: como abogado de Comisiones Obreras, muy probablemente sería objetivo de cualquier represalia. También era un posible objetivo mi hermano Ricardo, por sus responsabilidades políticas en Aragón... muchas veces habíamos comentado, bromeando; "¡Si dan un golpe, por la Breca -la Brecha de Rolando- y t'a Francia!"; pero estaba convaleciente de un grave atropello, con el tobillo hecho polvo, ni por la Breca ni por ningún otro sitio podría escapar... por no pensar en mi propia situación, con aquel elemento -y no sabía cuantos más- pululando por el edificio con pistolas...

Es difícil calcular cuantos funcionarios públicos, aquella noche tan larga, pasamos por parecidas tribulaciones: me contaron, tiempo después, una historia muy reveladora, un universitario hacía sus prácticas, como Alférez de Complemento, en una unidad de Caballería: recibió la orden de preparar las autoametralladoras -unos blindados ligeros- con munición, por si tenían que salir... un sargento profesional, con un enorme revólver atado al muslo, le hizo entrar en el cuarto de las escobas: "¡Como me ordene disparar contra el Pueblo, mi alférez, me mato, y lo mato, y... !", dijo, desenvainando el revólver... "¡No, coño, tranquilo, que soy de los tuyos...!" "¡Pues entonces, matemos al Teniente Coronel, y repartamos las armas al Pueblo...!" "¡Joder, no seas bruto.... si nos mandan salir, media vuelta y nos vamos con los chicos y las tanquetas a Francia...!" Yo, ni eso podía...

Ya muy avanzada la noche, sonó de nuevo el teléfono; era el Gobernador; le acababan de llamar de Madrid, el Rey iba a salir dentro de media hora en la Tele, estaba todo arreglado... "¡Vayámonos a casa, y descansemos- dijo-, que mañana será un día duro..."

Aún llegué a tiempo de ver en mi casa el discurso del Rey, pero quedaban muchos flecos colgando, con los diputados aún encerrados en el Congreso... simultaneaba la televisión con un transistor conectado a las emisoras que iban desgranando información, y, en un momento de agotamiento, en vez de apagar un cigarrillo en el cenicero -entonces aún fumaba-, lo aplasté contra el transistor; guardé durante años aquel viejo cacharro con su quemadura bien visible, como recuerdo de una noche durilla...

Tuve el tiempo justo de dormir un par de horas, ducharme, y volver al Gobierno Civil... en el ascensor, coincidí con una vieja funcionaria, zaragozana, que siempre nos trataba a los "jóvenes" con un cariño casi maternal... "¡Ya estarás contento...!", me escupió, con todo el desencanto de los reaccionarios que, a aquellas horas, eran conscientes de que habían perdido, quizás por muchos años, su última oportunidad...

Pero aún me quedaba la mayor sorpresa del día; entró en mi despacho uno de los guardias civiles, quizás con el que más amistad tenía; fue verlo y darme cuente de que, con el tricornio puesto, era clavado a Tejero, idéntico bigote... (sin tricornio, no; Tejero era calvo, y mi amigo lucía una abundante mata de pelo)... "¡Qué vergüenza, unos compañeros haciendo esas locuras.... y encima yo, con este bigote...! ¿Cómo voy a salir yo así a la calle...?" "¡Tú sales conmigo, y ahora mismo!", le dije... lo cogí por el brazo y lo arrastré hasta el bar que solíamos frecuentar los funcionarios, prefería ir con él que con mis compañeros habituales, que apenas si me miraban a los ojos... "Fíjate, todo el mundo me mira... pensarán:"Ya lo han soltado"..."! "Sí -respondí yo- pero te han degradado a Guardia Primero..." "Eso sí..", contestó riéndose...

Me gustaría decir que todo acabó bien, pero no fue así; la época de Calvo Sotelo fue dura también; Coderch fue cesado, por suarista, y del nuevo Gobernador Civil, Jorge Fernández, prefiero no decir nada, porque está malito y le deseo una rápida y total recuperación, confiando en Marcelo, su Ángel de la Guarda; a mí me purgaron, y me enviaron a la Generalitat de Catalunya, no se si como castigo a mí o a la Institución de Autogobierno... pero, pocos días antes de dejar el Gobierno Civil, mi amigo, el Guardia Primero bigotudo, vino a verme, muerto de risa... su hermano vivía en Canadá y, el 23-F, la madre de ambos estaba allí visitándolo: la pobre señora se entretenía mirando la tele canadiense, de la que, supongo, no entendía ni una palabra; de repente empezó a llamar a su hijo, a gritos: "¡Fulano, Fulano, ven corriendo... están dando noticias de España, y sale tu hermano... se ha metido en un lío muy gordo...!"





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