jueves, 27 de abril de 2017

Derecho Natural

Una magnífica obra de Ignacio Martínez de Pisón me despierta recuerdos...

De las cuatro asignaturas que constituían el programa del Primer Curso de la Licenciatura de Derecho en la Universidad de Barcelona, en los felices y ya lejanos años Sesenta del Siglo Pasado, el Derecho Natural era, con mucho, la más fácilmente superable; la impartía un catedrático de la vieja escuela, ya entrado en años y bastante duro de oído, cosas ambas que, en aquella época, consideraba yo como lejanas y ajenas a mi trayectoria vital, infeliz de mí... Don Enrique Luño Peña, aragonés, era amigo de dar facilidades a los alumnos, y ofrecía la posibilidad de superar la asignatura mediante varios exámenes parciales orales, donde, a decir de los informados, mientras desgranases latinajos en voz poco audible, tus posibilidades de aprobar eran altas...

Pero yo estudiaba, a la vez, Derecho y Ciencias Económicas, cosa que simultaneaba con trabajillos varios y, la verdad, no iba muy sobrado de tiempo; así que decidí prescindir de los exámenes orales, y jugármelo todo a la carta de un examen final; el temario no era complicado, pero el riesgo existía; el Primer Curso era "Selectivo", es decir, tenías que aprobar las cuatro asignaturas si aspirabas a matricularte en Segundo.

Me presenté al examen, conocía bien los temas que me tocaron y creí haberlo superado: pero, al recoger la papeleta conjunta con las notas de las cuatro asignaturas del curso, en la casilla correspondiente a Derecho Natural figuraba un "No Presentado" y, por lo tanto, había sus suspendido el Curso Selectivo.

Todo eso sucedía un viernes, a últimas horas de la tarde: en la Secretaría de la Facultad, ante mi desesperación -yo hubiese podido acepta un "Suspenso", pero en modo alguno un "No presentado", porque, por lo menos, era innegable que me había presentado- me facilitaron el teléfono particular del catedrático.

Conseguí localizarlo en su domicilio, ya de noche: escuchó atentamente mis explicaciones, y me citó en su despacho de la Caixa de Pensions, de la que era Director General o Presidente, no recuerdo, "a primera hora de mañana"... "¿Mañana, sábado....?" pregunté, incrédulo... "Si, mañana sábado", respondió...

Sin querer forzar mucho la máquina, me presenté en su despacho de la Via Laietana, en un impresionante edificio neogótico, a eso de las nueve y media... me esperaba con mi examen sobre la mesa, Corregido y puntuado con un notable bajo, pero notable... me pidió humildemente disculpas; el ejercicio había quedado, dividido en dos, en sobres distintos, entregados a dos profesores diferentes, y, el uno por el otro, ninguno lo había corregido; lo habían buscado, se lo habían hecho llegar a su casa, y él, personalmente, lo había corregido: "Vaya ahora mismo a la Facultad; le están esperando en Secretaría... su papeleta está corregida, ha superado Vd. el Curso Selectivo..."

Alucinando ante tal despliegue de eficiencia en día semifestivo, tan impensable en un hombre mayor, sordo y -entonces me di cuenta- con serios problemas de vista, me deshice en muestras de agradecimiento, que cortó en forma absolutamente iusnaturalista; "¡Por favor, no he hecho más que cumplir con mi obligación hacia un alumno..!"

¿Y cómo pagué aquel despliegue de inusitada eficacia administrativa...? Con la más negra ingratitud hacia la Cátedra; al año siguiente el Doctor Luño se jubiló, y asumió sus funciones otro profesor del Departamento, sobrino suyo, al que todos llamábamos, inevitablemente, "Luñito"; a su primera clase asistieron sus alumnos de Primero y, camuflados más o menos entre ellos, numerosísimos ociosos de cursos superiores, ansiosos de ver cómo resolvía la situación el novato...

Empezó su lección con los nervios que se le suponían, que trataba de superar con una actitud ampulosa y doctoral, ligeramente sobreactuada, pero todos los que hemos pasado por esas experiencias lo entendemos perfectamente... miró al aula repleta, y comenzó: "El Derecho Natural nos recuerda aquel viejo apólogo hindú de unos ciegos que se acercaron a un elefante: uno de ellos, pasando sus manos por el vientre, dijo: "¡Es una pared!": otro, tocando una de sus recias piernas, dijo: "¡Es el tronco de un árbol...!"

Y en aquel momento, entre los que se agolpaban al final del aula, un desaprensivo dijo, en voz bastante audible, si se considera que todo el mundo se queja de que hablo bajito: "Y otro, palpándole los coj...., dijo; "¡Es un cocotero!"

Amparados en la risotada general, un grupito, que ya habíamos tenido bastante diversión, salimos en tromba del aula, y nos dirigimos al bar, a celebrar la jugada...

¿Y a qué viene todo esto...? Viene a que, si alguien me hubiese aconsejado un libro sobre la infancia y juventud de un señor que aspira a convertirse en profesor de Derecho Natural, seguramente le habría agradecido educadamente la recomendación, pero no creo que la hubiese seguido; por suerte, el planteamiento era distinto; Conchita, mi bibliotecaria favorita, no tuvo más que decirme: "Tengo la última de Ignacio Martínez de Pisón": y con eso bastaba y sobraba: yo no me pierdo una de Martínez de Pisón, ni aunqe el tema sea la vocación por el Derecho Natural... Que, naturalmente, no es el caso.

Ni he comido riñones en Dublín -por limpios que estén, siempre me saben a pipí-, ni he departido amablemente con Madame de Guermantes en un salón parisino, carencias que no me han impedido disfrutar de Joyce y de Proust: Ignacio Martínez de Pisón lo tiene más fácil conmigo: me arrastra por lugares que conozco, casi palmo a palmo, muy especialmente en esta ocasión, y a través de tiempos que he vivido; me acerca a personas que he conocido, a gentes con las que he podido cruzarme veces y veces en el Metro -¡En la Avenida de la Luz...!- a dramas que he visto muy de cerca -a veces, demasiado de cerca...- y, lo que es mejor -o peor, vaya Vd. a saber-, a sentimientos que he compartido... hay un tema recurrente en sus novelas; la vida familiar, ese subconjunto apasionante de la interacción humana, donde se crean los lazos más fuertes, y se abren también las heridas más hondas... no sé nada de su vida, ni lo conozco, -aunque no nos falten amigos comunes, cosa normal, viviendo en una ciudad pequeña, se diga lo que se diga-, pero tengo la sensación de que nuestros pasos se han cruzado muchas veces, y reconozco muchas veces también mi mirada en su mirada... y le deseo, de todo corazón, que esa mirada crítica y lúcida, acerada como un bisturí, pero también, y al mismo tiempo, tierna, humana, próxima... proceda exclusivamente, con las mínimas gotas de experiencia personal, de su capacidad para captar la esencia de los sentimientos ajenos, de su habilidad para situarse en el lugar del otro, cualquiera que sea la circunstancia,  de su maestría para navegar por el  Océano sin límites de la Ficción...


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