lunes, 22 de mayo de 2017

Montauban, un mercado, una boda y una tumba..

A cincuenta kilómetros de Toulouse, Montauban, una Toulouse pequeñita...





A orillas del Tarn, que es aquí un pacífico río de llanura que ya ni se acuerda de sus gorges; tierra buena, honda, la roca debe estar muchos metros más abajo... por eso se construye con ladrillo, el ladrillo rojo, que da su nombre a estas tres ciudades, Toulouse -que no vamos a visitar esta vez-, Albi y Montauban...



Llegamos en pleno mercado del Sábado por la mañana... hacia allá vamos, como atraídos por un imán: un mercado francés es siempre un lugar digno de visitar, lleno de tentaciones, a las que difícil es resistirse: boulangeries con los panes más insospechados, y todos excelentes, fromageries temáticas; la de cabra la de oveja, la de vaca, con una vaquita de peluche para que no haya dudas... compramos para cenar en el turismo rural donde nos alojamos; la expedición ha quedado reducida a cinco: Nieves y Jesús, nuestros amigos de Sieste y la Ribera del Ebro, médicos. buena compañía para un hipocondriaco como yo, Marithé, boltañesa recriada en Francia, que vive a pocos kilómetros de aquí, Blanca y yo... no es la primera vez que viajamos juntos, un buen equipo... frutas y lègumes de todos los tipos, unos espárragos que Jesús reconoce que tienen muy buena pinta, unas cerezas -aquí el experto soy yo- que, la verdad, ni fu ni fa, y unos fresones, o fresas, vaya usted a saber, de tamaño intermedio, bicónicas, de un aroma y un sabor excepcionales... en un chiringuito, un alegre chacinero fríe en un hornillo una especie de longaniza (en Aragón) o butifarra (en Cataluña); las tiene también envasadas al vacío, con una etiqueta donde pone, en letras grandes, "Narcord": "¿Eso se llama "Narcord"?", pregunto, en mi mejor Francés... "No, no, Narcord soy yo, eso es... du porc, cerdo..", me contesta el buen hombre...


En un rincón, junto al mercado, un "vide-grènier", una venta de trastos procedentes de los desvanes, las falsas... siempre busco, intentando dar con alguna joya, pero solo hay eso, trastos, zarrios... Pero no son como los nuestros; nosotros tenemos botijos, pucheros rotos, esquillas y cepos zorreros; ellos, además, bailarinas descascarilladas de falsa porcelana de Sevres, cajas de pilules de metal esmaltado en colores, ceniceritos, condecoraciones republicanas, cosas de ganchillo... son trastos de país rico, cursis, pero hay que ser rico para llegar a ser cursi...

La Catedral es fea. punto; Montauban fue villa hugonota, la Catedral no sé si lo es, o es católica, pero tiene ese aire severo, desprovisto de adornos, tan característico de la Reforma: por el contrario su antigua Plaza Real, ahora Plaza de la Nación, armónica, en ladrillo rojo, con hondos soportales dobles, es señorial y hermosa; comeremos en una calle vecina, en una mesita de reducidas dimensiones, como es habitual en Francia, pero viendo pasar a la gente, y a la sombra, en un día en que el Sol empieza a apretar, saliendo entre las nubes.




Una vez más, me encanta el raciocinio aplicado a la hostelería; parece que las cartas las haya redactado el mismísimo Descartes, quizás de ahí viene el nombre; tienes tus "formules", de entrante, plato principal -"du jour", que siempre tiene varias opciones- y postre: puedes elegir el tout complet, un entrante y postre, un entrante y plat du jour, un plat du jour, con buen acompañamiento, y postre... con diferentes precios, por supuesto... y, encima de la mesa, la carafe d'eau, perfectamente potable, y gratuita... nada que ver con nuestros rígidos menús de dos platazos y postre, que pagas si o no (siempre convenzo a mis acompañantes para que lo pidan, así como postre doble), o, en el mejor de los casos, te lo cambian por el café, como si valiesen lo mismo...

Después de comer nos acercamos al río, y pasamos por la puerta del Ayuntamiento, en el momento en que empieza a llegar una alegre caravana de coches adornados con flores y lazos de gasa: por supuesto es una boda. Una boda de argelinos. Los chicos, altos y guapos, enfundados en trajes negros con camisa blanca y corbata, tocan panderos; las chicas, morenas, guapísimas, bailan y lanzan gritos tradicionales; se ve alguna chilaba, algún velo, entre la gente mayor... un caballero anciano viste de chilaba blanca y casquete... pero es una boda francesa, republicana, con alcalde -o concejal- con su franja tricolor, leyendo artículos del Código de Napoleón... sus antepasados, obviamente, no son los galos, ni comían jabalí -¡jalufo, jalufo!-, pero son la Francia de hoy y, obviamente la del mañana. Y lo siento, doña Marina, pero eso es lo que hay, y bien contenta puede estar, que han dado al Mundo un Zidane del que, por cierto, poco contentos están hoy mis conciudadanos barceloneses...

Al coche, una vez más, y un corto recorrido hasta el Cementerio de Montauban el objetivo sentimental de mi visita: los cementerios franceses son minerales, feos, suelo empedrado, tumbas de piedra, generalmente artificial, cemento... pocos árboles, siempre cipreses... nada que ver con los vegetales Friedhöfe alemanes, tan verdes, tan mulliditos, que te quedarías... eso sí, han tenido el buen detalle de bautizar a las calles con nombres de pájaros; "Les merles", "les mésonges"... cuando se acaban los pájaros, al fondo del cementerio, una pequeña bandera republicana -española, quiero decir; en Francia todas son republicanas, claro- nos indica que estamos ante la tumba de Don Manuel Azaña Díaz, Presidente que fue de la República, hasta su exilio y dimisión en 1939.



Me doy cuenta, demasiado tarde, de que nunca me he aprendido la letra del Himno de Riego; me sé de corrido la música, que la Ronda de Boltaña siempre toca en sus actuaciones, pero sólo recuerdo el estribillo: "¡Soldados, la Patria nos llama a la lid/juremos por ella vencer o morir!"; y aquella otra estrofa que me enseñaba mi abuela Encarnación, malagueña y de familia liberal, que la habría recibido casi de testigos presenciales: "Si Torrijos murió fusilado/no murió ni por vil ni traidor/que murió con la espada en la mano/defendiendo la Constitución..." así me veo yo, defendiendo la Constitución... en España no tenemos suerte con los himnos: el de ahora, se silba o tararea -unos lo tararean, otros lo silban-, el más cantado, el "Cara al Sol", era un poema de madrileños de familia bien, y la gente no entendía la letra... "Impasible el ademán...", y oían y repetían "¡Imposible, el Alemán..!", se lo cuento a mi profesora, Anette, y se muere de risa... "Ach so, imposible, ja...!" Pero al Presidente hay que rendirle honores, y le canto lo que puedo...

Si vamos a ver, es una pequeña vergüenza tenerlo aquí, en tierra extraña, que lo acogió un poco a contrapelo, y donde murió a los sesenta años, un chaval, yo creo que de pena... pero es casi mejor dejarlo debajo de un no demasiado afortunado monumento, una especie de llamas o estalactitas transparentes, de metacrilato, traspasadas por otra roja, demasiado evidente la sangre... España, incluso la España de ahora, es un choque, un sobreestímulo demasiado fuerte para un espíritu sereno y reflexivo como el suyo; de los problemas que dejó, sólo se han arreglado, precisamente, dos de los que más lo trajeron de cráneo: los jornaleros -en Casas Viejas, los que no han emigrado, cobran el PER-, y el Ejército, definitivamente democratizado y civilizado, yo creo que gracias a la OTAN, con la de carteles que llegué a pegar en su contra... pero los curas siguen haciendo de las suyas -si se enterase de lo de la concertada, él que acabó de los colegios de frailes hasta el pirulo de la boina...-, y Cataluña... después de defender fogosamente el Estatut d'Autonomía, su calvario durante la Guerra Civil se vio enturbiado por la deslealtad sediciosa de Companys y los bandazos internos de un Partido Socialista escindido en facciones irreconciliables... ¿Os suena...?

Descanse usted, Don Manuel, por allá abajo seguimos, a trancas y barrancas... consuélese con sus palabras escritas sobre su lápida: Paz, Piedad y Perdón... en eso estamos, aunque no todos los días... amén.






miércoles, 17 de mayo de 2017

L'Ariège: de osos, maquis y semillas reales...

L'Ariège es mi agujero negro de los Pirineos. Injustamente, añado...




Subes al Port d'Envalira atravesando resorts de esquí que parecen calles de suburbios urbanos, con algún toquecito de piedra y madera, para que no se diga... tienes frente a ti el circo donde nace el Valira, había olvidado lo bello de ese lugar... tengo intención de subir al viejo Port, por la antigua carretera, pero me parece que va a descargar una tormenta de narices -luego queda en nada-, y opto por el túnel, aunque supongo que será bastante caro... dos o tres minutos bajo las rocas de Pyrene, y al salir...

¡Mocé, parece que hubieses atravesado el Túnel del Tiempo, no el d'Envalira!: al otro lado, laderas de pastos sin fin, hacia el fondo de un estrecho valle, por una carretera que podría ser una antigua calzada romana asfaltada... y ni un alma, nadie, ninguno... algún coche aparcado cerca de una cabaña pastoril, una señal indicando el desvío hacia unas pistas de esquí que se imaginan, pero no se ven... donde antes todo era cemento, iniciativa empresarial y riqueza imponible, hay ahora tan sólo soledad, calma y, seguramente, subvenciones europeas.

Estamos entrando en L'Ariège: es mi agujero negro en los Pirineos: a espaldas de Andorra, el Pallars Sobirà y La Val d'Aran, kilómetros de montaña y bosque que he rodeado muchas veces, pero nunca recorrido... curiosamente, la primera vez que salí de España lo hice siguiendo este mismo camino, en un viaje familiar desde Andorra a -destino habitual de las familias cristianas de le época- Lourdes... me hacía tanta ilusión, que preparé el trayecto etapa a etapa, dibujando el mapa: Ax les Thermes, Foix, Saint Girons, Saint Gaudens... deseoso de practicar mi Francés, todos lo estábamos... creo que fue en esta ocasión cuando mi hermana Pilar saludó con un ceremonioso "Bonjour, Madame!" a un bigotudo y sorprendido gendarme... luego resultaba que cada pueblo estaba lleno de exiliados o emigrantes -o las dos cosas- españoles, que nos recibían al grito de "¡Paisaaaanos..!", aunque supiesen que veníamos de la España Franquista, que les negaba el Pan y la Libertad.

L'Ariège es tierra de maquis -de maquisards- y de osos... en sus montañas, en sus bosques, se escondían los que luchaban contra los ocupantes alemanes o, simplemente, huían del Servicio de Trabajo Obligatorio, que pretendía que sustituyesen en sus fábricas a los obreros alemanes que estaban luchando en el Este... luego, en la práctica, resultaba que muchas veces también los sustituían bajo los tibios edredones de las semidesiertas camas conyugales, pero aún así el atractivo del STO era más bien escaso... los primeros maquisards eran excombatientes españoles, que ya tenían muy claro cómo las gastaba el Nuevo Orden Europeo, que a su olor de grasa de armas y pies sudados en botas altas añadía en España el menos tranquilizador aún de cirios, incienso y sotanas mal lavadas.



Los nazis perdieron la guerra en Rusia, los maquisards salieron del bosque y se transformaron en alcaldes de pueblo con banda tricolor y condecoración en la solapa... y ahora están ocupando su lugar los osos, traídos de Eslovenia... deseo con todas mis fuerzas que nunca más vuelva a haber maquis en los Pirineos, que todo el Mundo y le Monde pueda defender pacíficamente sus ideas, sin necesidad de  empuñar la Sten, pero estoy absolutamente a favor del Oso, mi tótem, ese bicho gordo, tragón y huraño con el que tanto me identifico... de acuerdo; de vez en cuando, se le va la mano y se carga alguna oveja, y estoy a favor de que quienes viven de la ganadería sean regiamente compensados por las molestias que puedan causarles los osos; pero su presencia en los bosques, la mera sospecha de que por allí ha podido pasar un oso... nos hace recuperar el encanto de la Naturaleza primigenia, un poco cabrona a veces, justo es reconocerlo, pero pura, libre, inocente, materna y virginal a la vez.

"¿Te gustaría encontrarte en el bosque con un oso...?", me preguntan sus detractores... según y como, depende de la distancia... pero a él tampoco le interesa, para nada, encontrarse conmigo, sin saber si soy un pacífico ecopijo o un depredador como Don Manuel Fraga Iribarne, que gloria haya, deseoso de hacerse un llavero con su "os penis", el huesecillo que tienen los osos dentro de la picha, o, sin ir más lejos, como nuestro campechano Rey Emérito... además, bien mirado, tengo un amigo que ha cazado un oso -negro, pero oso- en Canadá, mientras, que yo sepa, ningún oso ha cazado nunca a ningún amigo mío, ni tan siquiera a un conocido, y eso que les podría dar ideas...



Ax les Thermes es a donde me gustaría que me llevase en una sillita de ruedas mi cuidador andino cuando esté bastante más cascado que ahora: parece aburrido de narices, pero plácido, agradable, limpito, con un casino que prefiero no imaginarme, lleno de señoras gastándose la pensión en las maquinitas, unos baños -termales, por supuesto- con cierto aire decadente, pero actualizados y funcionales, y restaurantes con mesitas al sol y a la sombra,  animados y acogedores... comemos en uno de ellos; nos atienden dos chicas muy jóvenes, una nos confiesa que es su primer día de trabajo... son agradables, son monillas, tienen un delantal y un PDA, pero ni idea de lo que se traen entre manos... corre la falsa creencia de que para camarero vale cualquiera dispuesto a trabajar muchas horas por poco dinero: falso: cualquiera -y a la vista está- vale para ministro, pero un buen camarero es una rara joya; bueno, hacen lo que pueden... el plat du jour es un estofado de cordero... os apuesto lo que queráis a que es imposible encontrar en Sobrarbe un restaurante donde ofrezcan estofado de cordero, y será por falta de corderos... éste me recuerda a los que hacía, un día sí y otro no, mi tía Encarnación... por desgracia, lo acompañan de una ratatouille con bien de tomate, que aparto con gesto ofendido... para beber, una Pelfort; en tres días probaré cervezas muy distintas, pero esta, de un cierto aire alemán -o alsaciano, no la liemos- me sabe de maravilla.



Foix -ese pueblo grande, o ciudad pequeña, que nunca sabemos si pronunciar "Foij" o "Fuá"- es nuestra segunda y última etapa en Ariège: tiene una gran periferia de Carrefours y naves industriales, y un casco antiguo agradable y apañado, dominado por el castillo de sus Condes: y ahí se centra mi atención, porque la Casa Condal de Foix- o de Fuá- pudo haber cambiado muchas cosas...

Al fallecer Doña Isabel la Católica, rompiéndose así la imagen que los viejos asociamos al llorado billete de Mil Pesetas, su aún relativamente joven viudo, Don Fernando, el Ligeramente Menos Católico, contrajo matrimonio con Doña Germana de Foix, hija de los condes, y prima del rey de Francia, conprometiéndose a nombrar heredero al posible hijo que tuvieran. Se hubiese deshecho así la unión entre Castilla y Aragón, pivotando el nuevo eje de alianzas hacia el Poderoso Vecino del Norte, que se suponía -sin fundamento alguno- menos voraz que el Poderoso Vecino del Sur.

Si la semilla del Rey, vertida tan generosamente en tantos lugares agradables y acogedores, hubiese conservado un cierto potencial, la Historia hubiese dado un giro sorprendente, y hoy Castilla -capital, Lisboa- y Aragón -capital, Valencia- podrían ser Estados vecinos y amigos, e intercambiarse votos en el Festival de Eurovisión... pero el zagal que tuvieron duró horas... podría haber sido también rey de Nápoles, y hoy una poderosa Camorra aragonesa explotaría oportunidades de negocio más o menos turbio en los Cinco Continentes... pero lo históricamente más probable es que Aragón, sin los Tercios castellanos y el Oro de Indias, hubiese entrado indefectiblemente en el campo gravitatorio del poderoso vecino del Norte; hoy, por ejemplo, Boltagne podría ser la capital del Dèpartement de Cinqué et Ará, llena de Écoles et Lycées republicanos y laicos, hablaríamos poniendo los morros en forma de acento circunflejo, podríamos comer fromages et fuás y beber vin rouge sin que se nos alterase el colesterol, y todas las señoras llevarían lingerie noire de dentelles...

Barajando esas posibilidades, desde la triste situación presente -sin más dentelle noire que la mantilla de la Cospedal el día del Corpus- paseamos por las calles de Foix o Fuá, recordando cómo continuó la insólita historia de Doña Germana; cuentan las malas lenguas -y la Wiki lo recoge- que Don Fernando, intentando mejorar sus perfomances reproductivas, abusó de determinadas infusiones de hierbas, y dejó viudita joven a Doña Germana, encomendándola, eso sí, a los cuidados de su nieto Carlos Primero; y afirman que, cuando llegó el germánico rey y futuro Kaiser, encontró a Doña Germana -su abuelastra- sumamente apetecible, y tuvo con ella más que palabras... ¡Caramba, Don Karl, eso no era una MILF, era toda una GILF...! De aquellos amores locos -"verrückt", si había un alemán por medio- tuvo Doña Germana una hija, y, para cubrir el expediente, la casó el Emperador con un noble tedesco de su séquito, de Brandenburgo, nada menos... que tampoco le duró demasiado a Doña Germana -que, por lo visto, tenía un peligro....-, viéndose obligado el buen Karl a buscarle nuevo marido, y hacerlos virreyes de Valencia, donde acabó sus días, fundando conventos y pasteleando a troche y moche en la política valenciana, que ya apuntaba maneras...

El coche nos espera, y aún quedan kilómetros hasta la Chambre d'Hôtes que nos aguarda, más al Norte, ya en el corazón del Midi...






lunes, 15 de mayo de 2017

Andorra, Capital dels Pirineus

No es infrecuente que mis viajes -excursiones, en este caso, está muy cerca- acaben enredándose con la Historia, con mayúsculas, o con mi pequeña historia personal...








"Andorra, capital dels Pirineus", proclama, orgulloso, el ticket del parking en cuya quinta planta -ya no sé si aérea o subterránea- acabo de dejar mi coche, en el centro de Andorra la Vella, justo debajo de las instalaciones del Govern d'Andorra... he llegado a través de comarcas que he pateado en mis tiempos al servicio de la Generalitat, -el Berguedà, la Cerdanya- donde trabajé en la recuperación tras las salvajes riadas de 1982, y donde tantos amigos dejé, y he vuelto a rodar por tierras andorranas, tras más de veinte años de no hacerlo... y la Capital dels Pirineus me rodea, me aplasta y me acongoja.

Andorra es, en pocas palabras, un horror, "¡El Horror!", diría Kurtz-Marlon Brando...  como todas las generalizaciones, ésta es útil, pero injusta; trataré de afinar más: Andorra es una distopía, aquello horrible que puede ocurrir en el Futuro, si somos suficientemente malvados -poco probable- o suficientemente codiciosos y estúpidos, mucho más ajustado a la realidad. Sobre un bellísimo territorio de montaña -no es la Capital de los Pirineos, pero sí posiblemente su Corazón- extrañas circunstancias históricas han creado las condiciones para una acumulación de riqueza, de iniciativa comercial y turística, y de pésimo gusto, que han machacado toda o buena parte de la Belleza que encerraba y, lo que es más prodigioso aún, a entera satisfacción de sus habitantes y de los miles y miles de visitantes que la recorren todos los días del año, porque Andorra, como New York, nunca duerme...



Aislada de los complejos procesos de creación de los dos Estados modernos vecinos, bajo la autoridad más nominal que otra cosa de dos copríncipes, el Conde de Foix y el Obispo de la Seu d'Urgell, Andorra era, lisa y llanamente, un corral de vacas, que dormitaba bajo sus instituciones medievales; justamente hay vacas en su escudo nacional, como recordaba Sheldon en su programa televisivo -de limitadísima difusión- "Fun with Flags". En los Años Veinte del Siglo Pasado, un aventurero internacional -con muchísima vista para los negocios- intentó crear allí una Monarquía, hasta que fue reducido por una pareja de la Guardia Civil. Pocos años después, una esposa parricida -¡hasta donde estaría la pobre mujer del marido...!- fue ejecutada, cortándole la cabeza de un hachazo... así iban las cosas por allí...

Las dos posguerras de los Años Cincuenta, en Francia y en España, y la aparición tímida, al principio, descarada y arrolladora después, del fenómeno del turismo de masas, despiertan Andorra de su letargo; Al Conde de Foix le ha sucedido el Presidente de la República Francesa; al Obispo de la Seu, nadie, sigue él, aquí no ha habido revoluciones duraderas... pero la autoridad efectiva en Andorra la siguen detentando las oligarquías locales, que pronto van a comenzar a hacerse ricas, muy ricas, extremadamente ricas, vendiendo cosas libres de impuestos a sus vecinos de arriba y de abajo.. empezarán con el tabaco -hay una pequeña producción local, que daría para la primera media hora de ventas en los estancos andorranos el día de Año Nuevo- , seguirán con cosas tan variadas como el azúcar, la mantequilla, las aspirinas francesas -que curaban mucho más que las españolas-, las vajillas de duralex, los cuchillos de sierra... mis primeros cigarrillos son rubios ingleses comprados en Andorra; los "Craven A", de boquilla de corcho, los "Abdullahs", elegantemente ovalados, que se decía contenían mínimas cantidades de opio... andorrano es mi primer polo Lacoste, con su cocodrilito verde, mi primera cámara fotográfica Agfa, con fotómetro... la Dictadura Franquista, que ha aprendido a apretar, y de qué manera, pero también a no ahogar, hace la vista gorda en la Aduana, sabiendo que es la válvula de escape para los reprimidos deseos de una naciente clase media, en cuyo desarrollo -clarividentemente- adivina su continuidad.

Pronto miles de españolitos y francesitos descubrirán el dudoso placer de partirse la crisma bajando por empinadas pendientes nevadas sobre un número variable de carísimas tablas, y para ellos empezarán a construirse hasta la cota de los dos mil metros mamotretos de apartamentos y hoteles como los que ya trepan por los prados que antes rodeaban el curso bajo del Valira... lenta, pero inexorablemente, el gris del cemento y el negro del asfalto van sepultando la verde hierba andorrana.

Demográficamente, la transformación es espectacular; andorranos de nacimiento son cuatro y el cabo; pronto empiezan a llegar, por miles, españoles, franceses, después portugueses... buscando oportunidades en un mercado laboral que no cesa de crecer; los andorranos se atrincheran en su nacionalidad; es dificilísimo acceder a la ciudadanía -un curioso sistema es casarse con una "pubilla", una heredera andorrana- pero, eso sí, no puedes abrir ni un kiosco de prensa en Andorra sin un socio andorrano... pronto todos -y cuando digo todos, es todos- los andorranos pueden vivir de eso, de su pasaporte... las cosas han ido cambiando, hace algunos años aprobaron una Constitución, incluso han llegado a reconocer ciertas libertades políticas y sindicales, han aflojado en el tema ciudadanía, y hace unos años un orgulloso funcionario andorrano me anunciaba que ellos, los andorranos, eran ya el segundo grupo nacional del país, habiendo superado por poco a los portugueses, aunque aún a considerable distancia de los españoles... una Atenas sin filósofos, pero viviendo sobre las espaldas de los metecos...

Y al calor de esas transformaciones, Andorra se consolida como una plaza financiera, basada en el consejo de los tres monitos clásicos; no mirar, no oir, y no hablar... me he prometido a mí mismo no ensañarme con las historias de misales y madres superioras, pero no es fácil olvidar la condición de paraíso fiscal, aunque ahora parezca tener los días contados...



Cincuenta años atrás, un muy joven estudiante, que iba a empezar Económicas en el mes de septiembre, recibe del jefe de su padre una propuesta informal; subir durante el verano a hacerse cargo de la contabilidad de un pequeño hotel que posee en el centro de Andorra la Vella. El joven estudiante es un inconsciente de cojones, no tiene ni idea de contabilidad, pero se apunta a un bombardeo y, al fin y al cabo, tampoco nadie ha hablado de sueldo, va de becario, eso que está ahora tan de moda...

En el breve trayecto entre Barcelona y Andorra, la cosa se ha complicado; ahora ya no se habla de contabilidad -actividad nocturna y poco exigente, que dejaría muchas horas libres,- sino de llevar la caja del hotel, el restaurante y el bar, trabajo bastante más esclavo, al pie de barra, que puede prolongarse hasta las tantas si, como es frecuente, al cerrar los negocios vecinos, muchos amigos del director del hotel vienen a echar la copita... hay, además, un riesgo adicional, y no pequeño: el cajero, de dieciocho añitos, tiene barra libre; se jura a sí mismo, si aspira a volver a territorio español con hígado, a limitar el consumo diario a una sola copa de brandy: eso sí, de un cognac francés, el más caro de la casa, que entra solito y sabe a gloria; cumplirá escrupulosamente con su autocompromiso.



En Andorra se usan, indistintamente, pesetas españolas y francos franceses, que aún se llaman "nuevos", "nouveaux"; a unas 17 pesetas cada nouveau. Pero la caja no distingue; suma dos francos y dos pesetas, y da cuatro. Tengo que acordarme de apretar la tecla del asterisco cada vez que marco una cantidad en francos y, al cerrar la caja, sumar manualmente las cantidades con asterisco y restarla de la suma total. Como era de esperar, me hago la picha un lío: el primer día me sobran trescientas pesetas; al segundo, me faltan setenta... creo mi "Caja B", y me prometo que, el día que cierre a cero, no pido la cuenta, porque no hay cuenta que pedir, pero abandono el trabajo, como sea...

Hay peculiaridades organizativas en el establecimiento que tampoco facilitan mi tarea: por ejemplo, en el restaurante no hay helados, pero figuran en la carta... cada vez que un cliente los pide -estamos en Verano, y el en fondo del Valle de Andorra hace un calor africano-, el camarero viene a la caja, me pide el importe del helado, sale a la calle, y lo compra en una heladería que está a dos puertas... ¡ajusta luego eso en la caja...!



Por suerte hay tiempos muertos, y puedo salir a la terraza posterior, desde donde unos verdes prados se deslizan hacia el río... hay ratas, enormes, como conejos... le explico al director que hay un serio riesgo sanitario, me compra un potente rifle de aire comprimido y, en mis ratos libres, salgo a la terraza de safari: a mis víctimas se las comen sus familiares y vecinas, pero yo algo me entretengo...

Cuando cierro la caja y el bar, a veces hay actividades... no penséis mal; el copríncipe es obispo, y el primer puticlub de Andorra tuvo que abrirse en una aldea española que sólo tenía acceso rodado desde Andorra; estaba en su diócesis, pero no en su jurisdicción temporal, así que ajo y agua... recuerdo en un kiosco una altísima columna de una revista española de esas llamadas "femeninas"... en realidad, sólo la primera lo era; debajo estaban los "Playboy"s, del mismo tamaño... "El bisbe, ja sabeu...!" explicaba, con un guiño, el quiosquero...

Una noche, por ejemplo, había una velada de lucha libre en la Plaza de Toros de Les Escaldes; los españoles ocupábamos las localidades altas, las más baratas; las sillas de pista, más caras, eran territorio francés y de algún andorrano despistado que no se había quedado en casa contando sus millones; los luchadores eran siempre el francés, limpio y técnico, y el español, guarro y marrullero, que, al final, acababa mordiendo el polvo... los hispanos nos íbamos calentando... hasta que al final, en el combate a cuatro, cuando el árbitro reprendía a la guarrísima pareja española, se produjo un  nuevo Dos de Mayo; empezaron a volar sillas sobre el ruedo, y franceses, árbitro y luchadores -por supuesto, amigos de años y compañeros de trabajo- corrían a refugiarse donde podían... yo, siempre neutral en estas lides, me escondí detrás de una columna, y allí me encontré con dos miembros de la Policía Andorrana, el Servei de Vigilància se llamaba entonces, dos payesotes gordos como tocinos, vestidos de marrón caca y boina negra, cuyas barrigas temblaban de risa; se estaban partiendo la caja ante el espectáculo, sin ni siquiera mover un dedo para evitarlo...

No todo era trabajo... con unos amigos de mi padre, podíamos visitar algunos lugares aún bellos, aún relativamente intactos... recuerdo haber subido con mi padre en el teleférico del Llac d'Engolastern, unos huevos de plástico que bailaban bajo el vendaval -al volver nosotros se cerró la instalación, por el viento-, suspendidos sobre un paisaje maravilloso, o haber asistido, de madrugada, a la Subida al Port d'Envalira, una prueba automovilística -ni que decir tiene, el automovilismo era el deporte nacional en un país donde no se podía poner la tercera en ninguna carretera-, viendo, en la oscuridad de la noche, las llantas arrancar chispas del asfalto en las curvas, y desayunando, al salir el sol, en la bella cabaña de la Vall d'Ingles: no olvido el menú; a las nueve de la mañana, escudella, truchas y costillas de cordero... para beber, Johny Walker...

Cuando llevaba ya unos veinticinco días allí, una noche, sucedió el milagro... mi caja "B" cerró a cero... aproveché uno de mis frecuentes ataques de amígdalas... "¡Estoy muy malito, me vuelvo a Barcelona...!", anuncié; salí por piernas y, a los tres días, ya estaba donde yo quería, en Boltaña, fumando rubio inglés, tomando Sidra el Gaitero en vez de Cognac Hennesey, y presumiendo de polo lacoste con sargantana verde... y esa fue mi experiencia laboral en Andorra...

Sólo había cruzado otra vez el Principado, hacía ya unos veinte años, y el Viernes me atreví a volver a pasear por mi Pasado; el Hostal donde trabajé, ascendido a la condición de Hotel, sigue donde lo dejé, y, aunque mejorado, perfectamente reconocible, pero detrás suyo ya no hay verdes prados que descienden hasta el Valira; sobre los esqueletos de las ratas que maté aparcan hoy cientos de coches en un gran parking a cielo abierto, y aún hay otra fila de edificios de seis plantas frente al río... la Avinguda Meritxell sigue siendo un cañón sombrío entre bloques que se encaraman en la montaña, los Magatzems Pyrénées han perdido su castizo "Casa Pérez", en los escaparates los precios son tentadores; pistolas eléctricas Táser a 19 euros, quién no le provoca un paro cardíaco a un pariente que le caiga mal por 19 euros... Blanca pica en una perfumería, y se lleva un set de Calvin Klein, aunque luego, con todo lo que le he contado, se está constantemente oliendo la muñeca para ver si el aroma permanece durante un tiempo razonable... si sigo diez minutos más, también se me desata el consumista que llevo dentro y hago alguna locura... incluso en un momento de debilidad comento: "Podríamos venir alguna vez a comprar a Andorra..." llegamos al casco histórico, aún queda alguna calleja que recuerda, lejanamente, el bello pueblo de montaña que tuvo que ser Andorra alguna vez. Junto a su iglesia, una hermosa iglesia románica -el románico andorrano es precioso- pasticheada en plan nuevo rico, un edificio enorme enmascara una feísima pared de aguas con un trampantojo montañés... salimos hacia el túnel del Pas de la Casa y hacia el Pirineo de l'Ariége, sorprendentemente virgen, extrañamente puro... antes, en Les Escaldes. donde las cutres casas de los no andorranos trepan por las montañas, he llenado el depósito con la 95 más barata que puede encontrarse en Europa... voy huyendo de mi pasado, Andorra y yo hemos envejecido... a ella, por supuesto, las cosas en la vida le han ido mucho mejor que a mí, pero... ¿sabéis una cosa...? No me cambiaría por ella, creo que estoy mejor conservado yo...




















No había entendido el simbolismo de estas estatuas: ¡a metro cuadrado por cada culo... this is Andorra!