miércoles, 10 de enero de 2018

El día en que salí del armario...

... políticamente hablando, claro: en otras cosas he sido siempre -hasta el momento, debería añadir- de lo más convencional...

El mes de Enero siempre me trae recuerdos de una época especialmente crucial en mi vida: el tiempo que pasé, como funcionario, en la Delegación Sindical de Cornellà de Llobregat, en los convulsos años de la primera transición, 1975 y 1976: el contacto directo con las duras luchas obreras de aquellos meses, en que parecía que todo era posible, el horror de la salvaje represión de Vitoria y del brutal atentado de Atocha... me situaron en una difícil posición personal, ya que mis simpatías se decantaban, cada día más, mientras mi posición de funcionario me forzaba a una neutralidad más y  más difícil. Y aún suerte que, en el avanzado estado de descomposición del postfranquismo, la Organización Sindical había prácticamente perdido sus funciones represivas, en las que sólo los más extremistas creían aún, e incluso su colaboración con el aparato represivo del Estado -que, ese sí, seguía engrasado y plenamente operativo- se encontraba bajo mínimos.

Paro siempre hay un día en que no tienes más remedio que posicionarte: ese día, no recuerdo exactamente la fecha, pero sí muy bien el incidente, ya no pude contenerme, e incumplí gravemente mis obligaciones funcionariales: ya veréis lo que pasó.

Cuando hablamos de las luchas sindicales del Baix Llobregat, hablamos casi exclusivamente de Comisiones Obreras, la formación en la que después milité durante largos años...  posiblemente había también sindicalistas de USO, e incluso un viejo y respetado militante al que se conocía como "El de UGT". Uno. No niego que hubiese más, pero yo no los conocí... en las turbulentas circunstancias en que se  reconoció la Libertad Sindical, los sindicatos que hasta entonces tenían poca presencia empezaron a proliferar, por medios muy variados, hasta llegar a las muy especiales primeras elecciones sindicales... Comisiones Obreras, consciente de la situación, intentaba frenar esas maniobras -que, objetivamente, debilitaba la fuerza de las reivindicaciones de los trabajadores- mediante la creación de una Intersindical, como se había hecho en la reciente revolución portuguesa- que garantizase la unidad de acción... en esas estábamos.

Me habían cambiado recientemente al Delegado Comarcal, mi superior, y el primer contacto con el nuevo fue especialmente revelador: "Mañana se celebra una Asamblea legal y autorizada -me dijo-; presidirás tú en mi nombre; Comisiones Obreras intentará que se apruebe una moción sobre la creación de la Intersindical y la Unidad Sindical; intervendrán entonces unos representantes de la CNT, oponiéndose: cuidado; pueden ir armados... se organizará un follón; tú, levantas la sesión, y así no se podrán adoptar acuerdos válidos..."

¡La CNT, por la que había sentido yo mis primeras simpatías en mi época sindicalista, hasta el punto de ir a visitarlos en sus humildes locales parisinos, reaparecía ahora, por lo menos sus siglas, en circunstancias sospechosas...! Y, peor aún, podían comparecer con sus míticas Star al cinto... y yo en medio... la operación me parecía absolutamente sucia, y no me costó demasiado adoptar una decisión.

Al día siguiente, justo antes de entrar en la asamblea, me acerqué al más destacado dirigente de Comisiones Obreras, y le dije: "Voy a mear... ¿tú no tienes ganas...?", cogiéndole por el brazo... no sé qué pensaría... ya en la soledad de los lavabos, le conté todo lo que sabía... sonrió... "Muchas gracias, compañero -¡"Compañero", primera vez que me llamaban compañero...!-, no te preocupes, esperábamos algo así, y ya estamos preparados...", fue su respuesta...

La asamblea comenzó, se presentó la moción, y, en aquel momento, al fondo de la sala, dos o tres personas empezaron a lanzar gritos en favor de la "Libertad sindical" -a saber, en contra de la "Unidad"... eran, eso, sólo dos o tres, y las Star, si estaban, no comparecieron... el resto de la asamblea quedó por un momento en silencio...

Silencio roto por un anciano, cabellos blancos, piel curtida por la intemperie... se levantó, rezumando dignidad por todos sus poros, se encaró a los que gritaban al fondo, y, puño en alto, gritó él a su vez: "¡Compañeros....! Yo estuve en la Columna Durruti... y si Buenaventura viviera, gritaría hoy conmigo: ¡Viva la Unidad de la Clase Obrera...!"

Mientras tanto, mientras toda la asamblea, en pie, aplaudía y lanzaba ¡Vivas! a la Unidad Sindical, observé cómo un grupito rodeaba a los que habían interrumpido y, sin ningún signo de violencia, los acompañaba hacia la salida... se reanudó la asamblea, ya sin ningún incidente, se adoptaron los acuerdos por unanimidad, y no me quedó más trabajo que, al levantarla, felicitarlos a todos por el pacífico desarrollo de la jornada...

Mientras me dirigía al despacho de mi jefe, me preparaba mentalmente para el chaparrón de reproches que me caerían encima... "No ha habido incidentes -dije-, se han adoptado los acuerdos,y no he tenido que suspender la asamblea..." "Bueno -me contestó-, casi mejor así..."


Días después, coincidí en un pasillo con uno de los dirigentes de Comisiones; comentamos en plan cómplice la jugada... "¿De dónde sacásteis al viejo de la Columna Durruti...", pregunté... "¿Fulano, quieres decir...? ¡Ese, qué coño va a a haber estado en la Columna Durruti...!", me contestó, riendo...




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